El bienestar que han proporcionado, o han impedido, a la sociedad a la que se han dirigido, es por lo que deben ser juzgadas las leyes, en definitiva el éxito o el fracaso de las mismas. En los casos de la Lorafna de 1982 y de su atribuido antecedente, la llamada Paccionada de 1841 –sin que vayamos a entrar de momento en el tema de su valoración jurídico política– se las puede valorar en función de la repercusión verdadera que han tenido para Navarra. Su fracaso se constata objetivamente en todos los órdenes, ya sea en lo económico, social o cultural. Aunque es preciso reconocer que en la práctica la intención de sus legisladores fuese precisamente el secuestro de la soberanía que es imprescindible para la prosperidad navarra, imponiéndose por estas leyes limitaciones arbitrarias.

La economía navarra, tras la imposición de las aduanas fronterizas en el Pirineo por la citada Ley de 1841, fue arrasada por la consecutiva eliminación de las dos zonas que funcionaban francas y de libre comercio en el ámbito de Navarra y el actual Iparralde, lo que tuvo además efectos demoledores por el abandono casi total de la presencia en el comercio internacional de los comerciantes navarros. Cese obligado de las relaciones internacionales, del tráfico de mercancías y metales preciosos, de la intensa vinculación con Baiona y su puerto.

Asimismo, el surgimiento del negativo efecto frontera, tan es así que el querer evitarlo es uno de los objetivos de la Unión Europea. Aquí dicho efecto se inició brutalmente desde 1841 con la instalación de la artificiosa frontera que dividió a Navarra en dos, circunstancia que ha afectado a toda Navarra, y sobre todo induciendo el empobrecimiento y la despoblación de la vertiente sur de la impuesta muga. La sustitución de las tablas navarras que cobraban el arancel del 7% a las mercancías exportadas o importadas hacia Aragón, Francia y Castilla, con su sustitución por las nuevas aduanas en el Pirineo y del arancel general español del 35 %. La sustitución de la moneda navarra por la española, que impidió a Navarra la posibilidad monetaria de ejercer su propia política económica, cuya consecuencia en resumidas cuentas fue el declive forzado de una sociedad civil activa liderada por profesionales liberales, comerciantes exportadores e importadores y labradores que también a partir de 1789 en la Alta Navarra dejaron voluntariamente de ser pecheros de la aristocracia y de la iglesia.

Los perniciosos resultados económicos de la Lorafna quedan reflejados en claros ejemplos, como el vaciamiento y abandono de la mitad norte del territorio, bajo sospecha de que se le ha inflingido un inmerecido castigo por potencialmente insumiso e insurgente. La pérdida de competitividad económica, que ahora nos consta por el descenso de Navarra en los puestos del ranking de competitividad de las regiones europeas. Lo que está relacionado con que en los 163 kilómetros de frontera navarra con Europa todavía no la atraviesan ninguna conexión ferroviaria ni de autovía, pues los proyectos navarros que han existido de estas infraestructuras como la conexión por tren con la red europea mediante el tramo pendiente de hacer de solo 40 km. desde Pamplona por Esteribar y Alduides que está esperando desde 1880 o la autovía por Belate hacia Baiona, que no se han ejecutado por decisiones impuestas a Navarra. No solo por la inexistencia de realizaciones en nuevas conexiones ferroviarias desde hace más de cien años, sino que además fueron desmanteladas alrededor del año 1956 todos los ferrocarriles internos existentes que vertebraban el territorio, como el Irati de Iruña hasta Zangoza-Sangüesa, el Plazaola de Iruña hasta Donostia, Lizarra-Bergara y otros más.

La sociedad navarra se ve sobrepasada por condicionamientos limitadores sobre sus derechos y bienes, comunes y privados, en la práctica de efectos expropiatorios, que sin justificación normativa legítima y sin justiprecio se le vienen imponiendo de facto, lo que ha empobrecido a todos y a Navarra en su conjunto, ocasionado la emigración, el abandono y vaciamiento poblacional de gran parte de la misma. Así las muy graves consecuencias confiscatorias derivadas de las injustificadas y arbitrarias limitaciones e impedimentos al comercio, economía, recursos, ganadería extensiva, comunicaciones, educación, difusión y desarrollo de la cultura propia. La industrialización de Navarra no la hicieron ni los golpistas ni sus descendientes, si fuese por ellos no se hubiera hecho.

El fracaso en el campo social se patentiza desde el estancamiento padecido en la Alta Navarra y en la consiguiente emigración masiva de ciento cincuenta mil personas desde la imposición de la Ley Paccionada de 16 de agosto de 1841, frenazo demográfico constatable si se compara con el crecimiento obtenido en el mismo período de tiempo por las tres provincias Vascongadas o por Cataluña, ya que en ellas se ha multiplicado por unas diez veces la población existente a principios del siglo XIX, pero en la actual Alta Navarra en el mismo plazo temporal la población solo se ha visto multiplicada por tres. La inmensa mayoría de la población navarra era labradora y ganadera, gravada por ilegítimas pechas, censos y diezmos, que les cobraban los grupos privilegiados, aristócratas y eclesiásticos, exentos de impuestos, quienes provocaron guerras civiles para continuar sirviéndose de dichas injustas cargas. Hoy son los trabajadores del sector industrial, sucesores directos de aquellos labradores, los que en realidad sostienen la hacienda pública.

Fracaso por el detrimento de la cultura, confinamiento en reservas del euskera (idioma propio de los navarros), imposición de la educación sectaria, debilitamiento de la enseñanza laica. Fracaso buscado en la no enseñanza de la historia y cultura vascona y navarra. Destrucción del patrimonio navarro, Palacio Real de Pamplona o yacimientos arqueológicos como el de la Plaza del Castillo. Ocultamiento del Derecho Foral y del constitucionalismo navarro. En cambio, sí que tuvieron éxito los golpistas de 1936, no los navarros en general, en colocar una eficaz mordaza mental al pueblo navarro, tras haberlo brutalmente noqueado, con un muy meditado plan de aculturación ideológica. Todos los autores de la Lorafna tenían una muy estrecha relación con el aparato del régimen nacido del Golpe de Estado de 1936, que en Navarra no ha cesado, porque triunfó de tal manera que transformó el relato de la identidad navarra, integrando el ideario y proyecto político golpista en el imaginario colectivo, mimetizándose en buena medida en todos los sectores de la sociedad navarra y hasta en los partidos políticos.