Como en aquella serie literaria titulada ¿Dónde está Wally?, cada año hay que coger una lupa con cristal de mayor aumento para encontrar mujeres en la Plaza Consistorial de Pamplona el día 6 de julio.

Es cierto que cada vez hay más mujeres tocando en La Pamplonesa, cada vez hay más gaiteras y txistularis mujeres que pueden pisar esta plaza el día del Chupinazo. Pero, ¿y las demás, dónde están?

Se trata de una plaza pública y se supone que uno de los días más bonitos y emocionantes del año. Si tenemos el mismo derecho y, aparentemente, nadie nos lo impide, ¿por qué entonces hay una presencia tan minoritaria de mujeres?

Yo pude disfrutar de ese momentazo muchas veces en mi juventud y me pregunto por qué cada año hay menos chicas bailando y cantando ese día, a esa hora, en la plaza. Afortunadamente, ya no vemos a mujeres sin camiseta, manoseadas por la multitud. Si no es así, ¿ya no interesamos en este acto tan internacionalmente televisado? ¿Qué imagen estamos dando ahora al mundo?

Algunas mujeres reconocen que les dan miedo los pisotones, los empujones, las agresiones…; otras dicen que no quieren estar, que les produce agobio, que no les apetece… Se hace aquí evidente, una vez más, el mito de la libre elección con el que, consciente o inconscientemente, se justifica todo.

Porque también hay hombres que no quieren estar, que les produce agobio, que no les apetece… Sin embargo, el día 6 de julio, en el comienzo de las mejores fiestas del mundo, la Plaza del Ayuntamiento está llena de hombres y muy, muy pocas mujeres.

Habría que profundizar más y preguntarse por qué, realmente, no estamos mejor representadas ahí y en tantos otros espacios. De la misma manera que decidimos si queremos ir a los fuegos artificiales, al encierrillo o a los bailables de la Plaza del Castillo, deberíamos poder decidir, con verdadera libertad, si entramos o no entramos al Chupinazo sin que peligre nuestra integridad física.

Algunos hombres me han respondido que las mujeres somos más inteligentes; otros, que somos menos temerarias y más prudentes. Pero entonces, ¿los hombres que entran al Chupinazo tienen un coeficiente intelectual más bajo que la inmensa mayoría de las mujeres que están estos días en Pamplona? Entonces, ¿solo los hombres temerarios e imprudentes tienen derecho a disfrutar de ese momento? Y en ese caso, ¿por qué ser temerario e imprudente, en vez de multa o sanción, tiene privilegios?  

En pleno S.XXI se hace imprescindible solventar esta injusticia difícilmente cuestionable y garantizar que las chicas y las mujeres que lo deseen tengan también la oportunidad de disfrutar de ese momento de alegría, de exaltación de la amistad, de sentido de pertenencia, de identidad, de colectividad... 

Pero, ¿cómo lo hacemos? ¿Dividimos la plaza en dos, una parte para hombres y otra, para mujeres? ¿Nos turnamos? ¿Un año las mujeres ocupan la Plaza Consistorial y los hombres y las criaturas la Plaza del Castillo, y al año siguiente, al revés? Se admiten sugerencias.

Si los hombres no son capaces de actuar con responsabilidad para que también las mujeres puedan acceder a ese espacio público que les pertenece por derecho, sin miedo a ser empujadas, agredidas, etcétera, ¿no deberían pagar ellos por disfrutar de su propio chupinazo privado? De la misma manera que ya se ha prohibido entrar en la plaza con botellas de cristal por el riesgo a accidentes y cortes, ¿no habría que prohibir el acceso a quienes cortan el rollo y las alas?

El problema es que éste no es el único acto discriminatorio. Varias calles de la ciudad se cierran varias horas por la mañana durante ocho días para llevar a cabo ocho encierros en los que la inmensa mayoría que ocupa las calles son hombres. ¿Por qué nosotras no podemos utilizar otras calles de la ciudad para actividades en las que las mujeres seamos mayoría?

Por otro lado, la actividad de la plaza de toros durante varias horas, a lo largo de diez días consecutivos, está protagonizada por toreros, picadores, banderilleros, rejoneadores, novilleros, ganaderos, mayorales, carniceros, recortadores, pastores, dobladores… Sin entrar en la polémica del maltrato animal que daría para otros tantos párrafos, casi la totalidad de quienes pisan la arena, durante todos estos días, son hombres. ¿Por qué las mujeres no disponen del mismo tiempo para realizar, en ese lugar, otro tipo de actividades?

Podríamos seguir analizando otros tantos actos discriminatorios dentro y fuera de los Sanfermines, pero el resumen sería que nosotras pagamos equitativamente los impuestos que favorecen este tipo de eventos y espacios, pero en muchos casos no los ocupamos, no los disfrutamos y, a veces, ni siquiera los reconocemos como propios. 

Hemos normalizado de tal manera que los hombres sean los protagonistas de estos grandes territorios, que ni nos percatamos de la injusticia. Muchas de nosotras ni siquiera somos conscientes de esta desigualdad. Quizá, por una extraña generosidad patriarcal aprendida, ni siquiera reparamos en que deberíamos tener el mismo derecho a habitarlos y disfrutarlos. Y los hombres, como sexo privilegiado, mucho menos. Queda mucho para conseguir una equidad real, pero, quizá, el primer paso es tomar conciencia. Evidentemente, en algunos casos no hay mala intención, solo desinformación y falta de reflexión profunda.

Uno de los pocos lugares en los que las mujeres sí son mayoría absoluta son los prostíbulos (muy frecuentados estos días, por cierto). Y no son espacios precisamente amplios como los campos de fútbol o las plazas de toros, sino habitaciones minúsculas, asfixiantes y claustrofóbicas; y tampoco son lugares, precisamente, de esparcimiento y alegría para las mujeres, sino antros de humillación y explotación. 

Ahora que violar gratis en la calle tiene consecuencias institucionales, a algunos no les queda más remedio que violar pagando. Para las mujeres, prostituidas o no, ambas opciones salen muy caras.

Como diría Gloria Fuertes: “Esto pasa, señores, esto pasa; y yo debo decirlo”.