Bien pudiera ocurrir que en nuestro mundo actual del espectáculo quedáramos indiferentes, evadidos ante los graves problemas de otros seres humanos, anestesiados ante el dolor ajeno. Todos detestamos el dolor y cada uno tiene una percepción personal del mismo. Hay una teoría interesante que habla de cómo elevar el umbral del dolor, es decir, resistirse a él, evitando que incluso las pequeñas lesiones nos hagan daño: el dolor permanece, pero no lo percibo o, mejor dicho, me aseguro de no reconocerlo inmediatamente. La ciencia se pregunta por qué el umbral del dolor puede variar de un individuo a otro, si es una cuestión genética o una predisposición, o incluso un factor cultural debido al entorno, la etnia, la psique. Todos sabemos muy bien que el dolor no es sólo físico, sino todo aquello que nos desgarra, nos lacera, nos angustia, nos perturba. En la etimología de la palabra dolor también existe el significado de partir o de romper. El dolor tiene, en efecto, este efecto sobre nosotros, como si te separara de la armonía, de tu vida cotidiana, y por eso lo rechazas, te lleva a la rebelión o a la indiferencia sobre todo ante el dolor ajeno. El hecho es que al elevar el umbral del dolor, por desgracia éste sigue permaneciendo. No sentirlo no significa que no haya problema, que no haya sufrimiento objetivo. ¿Qué es lo que quiero decir? Me parece que hay toda una orquestación mediática que intenta elevar el umbral del dolor social, es decir, se intenta permanecer indiferente, escapar a los graves problemas de los demás seres humanos, permanecer casi anestesiado ante el dolor ajeno. Algunos filósofos latinos –Terencio, Suetonio, Escipión Emiliano y otros– fundaron el Círculo de los Escipiones en el siglo II antes de Cristo. Ellos defendían el valor de la humanitas. Para Terencio, por ejemplo, significaba ante todo la voluntad de comprender las razones del otro, de sentir su dolor como el dolor de todos: el hombre ya no es un enemigo, un adversario al que hay que engañar con mil trucos ingeniosos, sino otro hombre al que hay que comprender y ayudar. Esta palabra latina, humanitas, recoge en sí misma el significado de otras palabras, resumiéndolas y haciéndolas más universales: pietas, mores, dignitas, gravitas, integritas, etc. “Homo sum, humani nihil a me alienum puto” - Soy un ser humano, no considero que nada humano me sea ajeno -. Esta frase de Terencio ha sido seguramente el aforismo que ha resumido buena parte de lo que habría de ser un comportamiento humano, es decir, la humanitas. Alguien más cercano en el tiempo, y de nuestro país, Miguel de Unamuno, escribía en Del sentimiento trágico de la vida: “Homo sum; nihil humani a me alienum puto dijo el cómico latino. Y yo diría más bien, nullum hominem a me alienum puto; soy hombre, a ningún otro hombre estimo extraño. Porque el adjetivo humanus me es tan sospechoso como su sustantivo abstracto humanitas, la humanidad. Ni lo humano ni la humanidad, ni el adjetivo simple ni el sustantivado, sino el sustantivo concreto: el hombre.” Ayudémonos mutuamente a bajar el umbral del dolor para poder vivir y compartir con los demás este viaje que es la vida, salvándonos posiblemente de la extinción de la humanitas en cada uno de nosotros. Ésta es la clave de bóveda y la piedra angular para la comprensión de nuestro mundo en general, y de mi mundo y de tu mundo más en concreto.