Día Mundial de la Salud Mental. Antes olvidada, ahora absolutamente de actualidad. Es nuestra salud emocional, nuestra felicidad. Buena noticia.
Las manifestaciones del sufrimiento emocional han cambiado a lo largo de las décadas. Antes hablábamos de enfermos mentales, construíamos una frontera clara entre los sanos y los enfermos. Los enfermos que lo eran poco eran llamados neuróticos. Hoy ya no se usa esa terminología y consideramos que todos somos neuróticos de alguna manera; una frontera que ha caído. El término de psicosis maniacodepresiva ha llegado a la calle, se utiliza de manera informal para cualquier oscilación anímica. El término depresión, que se aplicaba solo a una patología, se utiliza hoy con el estoy depre; y sí, podemos hablar mucho más de la tristeza y de otras emociones. Las crisis histéricas, las parálisis histéricas, que veíamos los psiquiatras, las vi alguna vez en mis tiempos jóvenes, han desaparecido. Lo han hecho con el cambio sociocultural, solo en algunas culturas en desarrollo pudiera subsistir. La difícil neurosis obsesiva con sus compulsiones ha pasado al lenguaje coloquial de tener “compulsiones” o “ponerse obsesivo”; quiero creer que se debe a que intuitivamente entendemos ese mecanismo mental y lo sentimos más cerca. La neurastenia, que yo vi como residente en la Clínica Universitaria, ha desaparecido. ¿Ha desaparecido? Hoy tenemos otro padecimiento que antes nunca se escuchó: la fibromialgia. Tengo la impresión de que ha habido un corrimiento diagnóstico. La psicosomática prácticamente se ha desarrollado en estás décadas, apareciendo de la nada.
¿A qué me lleva todo esto? Tengo varias conclusiones:
A. Que en la salud mental los factores socioculturales son decisivos. Lejos estamos de aquella concepción biologicista en que un padecimiento mental era de origen exclusivamente biológico.
B. Que la sociedad se ha sofisticado en su autoconocimiento emocional. Muy buena noticia. Como dijo una vez mi colega Pedro Muerza: “antes el abuelo que quedaba en silencio en su mesa camilla y no tenía palabras (ni permiso, añado yo) para hablar de su tristeza”.
Hoy estamos en una sociedad autoconsciente que ha salido de la supervivencia y quiere ser lo más feliz posible.
En consonancia con ello, los profesionales tenemos a nuestra disposición una formación que no existía. Buena noticia. Tenemos muchas más herramientas que las pastillas y el “vuelva usted dentro de un mes a ver qué tal”. Las personas lo saben y lo demandan.
Me ha tocado hablar con gestores públicos acerca de la enorme demanda en salud mental. La respuesta frecuente: “vienen por tonterías”. Nunca vienen por tonterías, si excluimos las cuestiones que son más bien burocráticas y alguna otra. Con esa respuesta no se resuelve el problema. No queramos zanjar así el que la demanda no puede ser atendida. Añadido a eso, los usuarios también deben ser educados e invitados a la responsabilidad (¿tiket moderador por consulta?).
Toca por un lado aportar todos los recursos que sea posible para atender el sufrimiento emocional y que no nos toque ver adultos que ya consultaron de jóvenes y no resolvieron (o no verlos porque se suicidaron).
Si eso no lo resuelve, toca poner límites y decir desde la administración que no se es capaz de atender todas las necesidades. Venimos de regímenes paternalistas (la Madre Diputación solíamos decir de nuestra Diputación de Navarra). Ojalá no hubiera necesidad de llegar a eso. Las revisiones de “complacencia” (en las que no se hace nada) son un gasto innecesario.
El poner un filtro en el médico de cabecera, que se ha intentado, teniendo en cuenta los recursos profesionales y el tiempo de que disponen, produce un aumento de la prescripción de psicofármacos, única salida que tienen. Somos ya los mayores consumidores de tranquilizantes del mundo. Más gasto en parte no solo inútil sino dañino.
Necesitamos, y nos piden, más psicoterapia. ¿Sustituir el gasto en exceso de psicofármacos y las consultas no necesarias, por psicoterapia? Añadamos a eso todos los recursos posibles.
Necesitamos gestores valientes que se impliquen en medidas delicadas políticamente. Que además vigilen y apoyen una buena formación de los profesionales.
Necesitamos usuarios informados y responsables con el gasto.
El autor es psiquiatra