El día 21 de noviembre se celebra el Día Mundial de la Filosofía, lo que nos abre una franja muchas veces negada por los planes de estudio y la actualidad mediática. Uno espera del pensar filosófico una novedad, un enfoque diferente que oxigene un poco nuestro mundo, pero que, al mismo tiempo, no se fugue a otra esfera que escape de nuestra comprensión. Pues bien, partiré de un acontecimiento reciente que toca y conmueve a la gran mayoría social: la catástrofe de la DANA. La filosofía ha de cumplir tres misiones. En primer lugar, despertar nuestra atención y guiarla a lo esencial. En segundo lugar, profundizar y buscar los porqués. Y finalmente, fomentar una acción transformadora. Vayamos por partes. Nuestra atención puede recaer sobre el origen de todo y sobre la respuesta. En cuanto al origen, es importante, que más allá de aliviar los síntomas, se trate el origen de ellos, es decir, la catástrofe natural. Ello exige algo esencialmente filosófico: una nueva relación vital con lo diferente, con lo otro. Necesitamos un modo existencial, un estado de ánimo diferente que conforme nuestra forma de estar en el mundo, y eso pasa por una nueva relación con nuestro hábitat. La semana pasada, el filósofo Antonio Campillo, en un acto organizado por Más Planeta, defendía que era necesaria una nueva ilustración ecológica. Y ello implica que el ecologismo no se presente de manera amenazante y negativa sino como algo atractivo que mejorará nuestras vidas. Por otro lado, si miramos la respuesta a la catástrofe podemos orientar nuestra atención hacia arriba o hacia abajo. Si lo hacemos hacia arriba veremos cómo la elite política y mediática añade más fango al barro de Valencia. Prima el interés individual y el ansia de poder. En cambio, si lo hacemos hacia abajo, veremos a los concejales y alcaldes trabajando por su pueblo y al pueblo destapando una riada de solidaridad y entrega como respuesta a la riada que asoló el Levante. Y aquí caemos en la cuenta de que mirando hacia abajo encontramos humanidad, descubrimos un fondo común que mueve la vida y la impulsa a solidarizarnos por los que sufren. Es decir, un fondo vital que nos hace más humanos. Tras encauzar nuestra atención hacia nuestra relación con nuestro entorno y hacia abajo, pasamos a profundizar. Y para ello es necesario estudiarlo con hondura. Y aquí encuentro refugio en el libro de Esquirol titulado La escuela del alma. Esquirol propone la escuela (colegio y universidad) como un lugar desde donde construir alternativas. Hoy día vemos las distintas etapas educativas como medios para adaptarse a la realidad. El resultado es que en muchos ámbitos de nuestra vida, aunque algo no nos guste lo hacemos “porque el mundo funciona así”. Pues bien, el autor afirma que la educación ha de constituir un lugar de resistencia, donde se viva en común la búsqueda de la verdad, haciendo frente a lo que domina el mundo. De hecho, sostiene que la principal tarea educativa es la crítica al realismo. Y desde ahí, desde ese apartarse y tomar distancia de la realidad, pueden surgir novedades que configuren la realidad de otra manera. Esa es la diferencia entre inteligencia (elegir entre opciones dadas) y pensamiento (acoger y abrirse a la radical novedad). Es lo que el filósofo coreano Byung-Chul Han llama abrir nuevos horizontes donde puedan irrumpir acontecimientos inesperados. De ahí el título de su reciente libro, El espíritu de la esperanza. Finalmente, tras focalizar nuestra atención en lo esencial y profundizar, el pensar filosófico ha de desembocar en acciones transformadoras que humanicen el mundo. La semana pasada, en el Foro Gogoa, Imanol Zubero repensaba la política como política cotidiana, es decir, la capacidad que tenemos para hacer cosas que incidan sobre nuestros entornos. Y desde ahí la hermanaba con la ética, relacionada con el pensar con atención en las consecuencias de lo que hacemos, y con la utopía, “la política tiene que ver con imaginar futuros posibles”. Precisamente, esto, el hacer política desde los lugares de la vulnerabilidad, permite construir sujetos colectivos. Apelaba a nuestra tarjeta de crédito y al DNI, que son nuestra capacidad de consumo y nuestra capacidad de intervención política. Y aquí se abre un claro de esperanza, de la irrupción de posibilidades soñadas y nuevas. En este sentido coincide Esquirol con Rebecca Solnit en apuntar como horizonte la revolución de los cuidados, emparentada con la revolución feminista, la revolución de la igualdad y la revolución de las sin fronteras, y nos interpela con una pregunta: ¿por qué no la empiezas a hacer ya? En resumen, la mirada filosófica nos invita a mirar lo esencial, es decir, nuestra relación con el entorno natural y social desde abajo, para profundizar y mediante la crítica y resistencia a la realidad dada, imaginar futuros y modos de vivir nuevos que abran la esperanza utópica de hacer un mundo más habitable y humano, desde una política cotidiana de los cuidados. El espíritu crítico y la organización comunitaria son las dos patas necesarias para la acción transformadora. Frente a la explotación del planeta y la lógica del poder y de la crispación de los de arriba, está el futuro que ya asoma en el presente, del espíritu humano que nos lleva a crear comunidad cuidando nuestros entornos desde abajo en el día a día.

El autor es doctor en Química, profesor de la Universidad de Navarra y graduado en Filosofía por la UNED