Los humanos hemos padecido conflictos en nuestra extraordinaria evolución de la cueva, resguardo original, hasta la construcción de los rascacielos. De la hoguera doméstica a la corriente eléctrica que proyecta luz en el universo. Hemos transformado la memoria y la voz en palabra escrita, imprimiéndola en papiro, pergamino y papel de imprenta, hoy digital. El poderío imaginativo nos ha hecho esculpir barro, mármol y piedra, dotando vida a los muros de nuestro entorno, maniobrado en el espacio con la danza, formando sonidos de música excelsa. Debido a un trabajo tenaz y a un desarrollo imparable y fructífero en las ciencias, se puede decir que domesticamos la tierra arribado a la luna para explorar nuestro orbe. Creado religiones para atenuar nuestro miedo a la muerte pues queremos ser inmortales... pero también venimos arrastrando la terrible confrontación que supone guerrear entre nosotros. Difícil resulta asimilar las noticias diarias que nos colocan al borde de un colapso militar mundial debido a la invasión que Rusia, o Putin y su equipo, intentan por más de mil días a Ucrania, de la desolación que convulsiona al Oriente mediterráneo, comenzada por el terrorismo de Hamas y con un hombre basko muerto en un kuibutz, y un Netanyahu encabezando la parte más odiosa del conflicto atroz. Hombres y mujeres huyen de África para mejorar sus vidas, tocando las puertas de Europa. Son multitud y concurren niños. En América otra multitud intenta cruzar la ribera del río Grande, derivados de la rica pero esquilmada Venezuela y otras repúblicas del Caribe. Hambre, inseguridad y miedo los cercan, a ellos y a nosotros, unido al éxito electoral de Trump, quien en una democracia de más de 200 años casi toma el Capitolio por la fuerza, entre otros horrores que le conforman como ciudadano. Avisto ancianos en puestos de poder y no me gusta. Han vivido sus vidas, tienen poco que perder y creen ganar la gloria así sea al precio de la guerra. Poder y gloria les identifican.

En el devenir de mi generación abarcamos procesos desastrosos como nuestra guerra de Euskadi. Somos hijos de Gernika, lumbrera libertaria de Europa, holocausto antecedente de la 2ª Guerra Mundial, conflicto de proporciones horribles que dejó a Europa en colapso. Hombres audaces y buenos emprendieron su reconstrucción con acierto económico, político y social que logró rescatar de la miseria a miles de personas arruinadas por la sinrazón del fascismo. Caló la idea de un futuro justo, con posibilidad de obtener la felicidad en la tierra, revisando los viejos sistemas, desterrando caudillos, cerrar que no olvidar, el horror de los campos de extermino. La Europa occidental lleva décadas sin procurar matanzas ni imponer imperialismos, consiguiendo un nivel de vida digno para sus habitantes.

En estos días, cortos de luz por el invierno que nos llega, presenciar la situación hórrida causada por la dana en Valencia, y me encuentro recordando el horror que padecimos en la Bilbao inundada, 1983, desbordado el Ibaizabal no solo por las lluvias torrenciales, sino por el desastroso estado de su cauce. No se preocupó la dictadura franquista en limpiar su aguas profundas pues poco importaba a la política de castigo el hundir las provincias traidoras. Los que en esos momentos levantaban nuestro país acometieron la tarea de reconstrucción. De resurrección. Puesto en marcha el Estatuto, teníamos Eusko Jaurlaritza/Gobierno Vasco, Eusko Lehe Biltzarra/ Parlamento Vasco, y nuestras diputaciones en marcha, pusimos a punto el contexto social para trabajar el futuro. De la ruina de aquella inundación renació intacta la determinación de salir adelante. Amábamos tanto al país que lo queríamos perfecto para legarlo perfecto a nuestros hijos y nietos. El sacrificio personal no contaba. Nuestra esperanza desbordaba la desesperación. Iluminaba nuestro trabajo. Fortalecía nuestros tesón.

Limpiamos el cauce del Ibaizabal y de nuestra sociedad, fue lo suficiente como para que hoy podamos reclamar derechos civiles básicos como la igualdad de la mujer, desterrar el mal de la violencia machistta, promover la mejora de nuestros centros de enseñanza, sanidad y vivienda, la instalación de energías renovables, nueva visión del futuro enérgico. Queremos mejor lo mejorable para ser ser dueños cabales de nuestro destinos. Que nuestros descendientes levanten la cabeza con orgullo por la nacionalidad explícita. Que para eso forjamos, y como primer paso, ikastolas, nacidas del respeto que se debe un pueblo a sí mismo, rechazando la vejación que pretendía la anulación de nuestra lengua original, joya cultural, la lengua y el idioma más viejo de Europa. Trabajamos desde la malaventuranza accediendo a la bienaventuranza en estos 75 años por la recuperación de nuestro modo de expresión, que pese a tantas contrariedades no ha muerto, sino que parece florecer en los labios y en la voluntad de la nueva generación.

En el día del euskera, día de Nabarra, día de Francisco Javier, quien murió en el Oriente lejano del mundo, recitando una oración en euskera, miembro de una familia que luchó por la independencia del reino de Nabarra, siento que la historia adversa de tantos siglos detiene su agresiva torpeza, que podemos, sin ofender a nadie pero en paz con nosotros mismos, sentirnos baskos o euskaldunes, que es lo que somos. Lo que fuimos, lo que debimos ser, lo que queremos ser.

*La autora es bibliotecaria y escritora