Vivimos en una era de distintas crisis, que avanzan a diferentes ritmos e intensidades y que definen la realidad actual. La crisis climática se acelera, el año 2024 finaliza, y será el más cálido registrado hasta ahora en el planeta. Y, también el primero en tener una temperatura media de más de 1,5º C por encima de los niveles preindustriales, lo que supone una nueva escalada de la crisis climática.
El informe de noviembre del Servicio de Cambio Climático Copernicus de la UE indica que la temperatura media de la superficie mundial durante ese mes fue 1,62° C superior a la del periodo preindustrial, a partir del cual la quema masiva de combustibles fósiles ha aumentado el calentamiento global. Con los datos de 11 meses de 2024 ya disponibles, los científicos han afirmado que se espera que la media del año supere el récord establecido en 2023 de 1,48° C.
Esto no quiere decir que el acuerdo de París de 2015 no se haya cumplido, pero sí que hay que implementar con gran urgencia políticas climáticas mucho más ambiciosas. El acuerdo climático de París compromete a los 196 países firmantes a mantener el calentamiento global por debajo de 1,5° C, pero esto se mide a lo largo de unas dos décadas, no de un solo año. Sin embargo, la probabilidad de mantenerlo por debajo del límite de 1,5° C incluso a largo plazo parece cada vez más remota. Se espera que las emisiones de CO2 que calientan el planeta sigan aumentando en 2025.
Igualmente son muy preocupantes otras cuestiones, como la disminución del hielo marino del Ártico y del terrestre de Groenlandia y la Antártida, y el retroceso casi generalizado de los glaciares de montaña, debido al calentamiento global.
El último informe Planeta Vivo 2024 de la organización WWF viene a decir que la actividad de 8.000 millones de seres humanos ha tenido también un impacto muy importante en la pérdida de biodiversidad, y se estima que el 70% de la población de animales salvajes ha desaparecido en los últimos 50 años. La contaminación del aire, la contaminación por plásticos y la degradación de los suelos son otros problemas ambientales que se han agudizado en los últimos años.
Mientras tanto, se han celebrado en los últimos meses tres cumbres mundiales de Naciones Unidas: La Conferencia sobre Biodiversidad (COP16) en la ciudad de Cali, Colombia; la COP29 del Clima en Bakú, Azerbailán; y el Tratado Internacional para Poner Fin a la Contaminación de los Plásticos, en Busan, República de Corea, con resultados decepcionantes. En esta situación, cabe preguntarse: ¿podemos aún revertir la crisis climática? ¿Aún estamos a tiempo?
Pese a esa escalada en la crisis climática, los expertos del Panel Intergubernamental de Naciones Unidas (IPCC) siguen repitiendo que aún estamos a tiempo de evitar lo peor, por lo que animan a gobiernos y empresas a emprender las medidas necesarias para rescatar a las futuras generaciones de la incertidumbre, subrayando que “lo que hagamos de aquí a 2030 se notará ahora y durante miles de años”. Para lograrlo, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, ha reclamado que “los países de la OCDE abandonen definitivamente el carbón, como fuente de energía primaria, en 2030, y el resto de los países lo hagan en 2040, poniendo fin a toda inversión pública y privada en esta fuente de energía”. Además, “debe establecerse un plan de abandono global de la producción de petróleo y gas que sea compatible con el objetivo de alcanzar las emisiones neutras de GEIs en 2050”, así como trasladar de una vez por todas y con carácter definitivo los “actuales subsidios a los combustibles fósiles al desarrollo de las energías limpias”.
Por lo tanto, es urgente reaccionar ahora, necesitamos tener esperanza para no pararnos, y todo está por hacer. Las acciones decisivas tienen que ser colectivas, de políticas gubernamentales, aunque la responsabilidad personal también debe estar presente.
La lucha contra el cambio climático nos requiere sobre si podemos mantener un sistema económico basado en el crecimiento ilimitado, que nos lleva a la necesidad imperiosa de una transformación radical y profunda del modelo de producción y consumo, basado en la competitividad, el crecimiento y el consumismo, y la degradación ambiental que produce, que beneficia a algunos sectores –una minoría que acumula riquezas– pero que lo pagan la inmensa mayoría de la población, con sectores cada vez más precarizados en los países del norte global, y los países del sur global absolutamente empobrecidos.
Un cambio de esta envergadura resulta muy complicado, pero es posible. Hay diversos estudios que muestran que se puede satisfacer una buena parte de las necesidades reales de la población consumiendo muchísima menos energía y materiales, y encima se podría hacer de una manera más justa y equitativa a nivel global. El divulgador científico Antonio Turiel, en su libro Sin energía. Pequeña guía para el Gran Descenso, viene a citar varios estudios, como el de Joel Millward-Hopkins, Narasimha Rao, Julia Steinberger y Yanninck Oswald, que señalan que se puede garantizar un estándar de vida decente con un nivel de consumo y energía y materiales per cápita que sería alrededor de una décima parte del que tenemos ahora en el Estado español o en Europa, y en una situación de emergencia climática podríamos reducir en pocos meses nuestro consumo energético y material en un tercera parte de lo que es ahora mismo sin mermar nuestro nivel de vida.
En definitiva, la mayor parte de nuestro consumo de energía y materiales no redunda en una mejora real de nuestras condiciones de vida. Se hace porque responde a la lógica de un sistema económico que busca la acumulación del capital y el crecimiento económico sin límites.
El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente