Corría el año 1974 y en España sufríamos la “larga noche de piedra” en palabras de Celso Emilio Ferreiro. Habíamos visto la caída de la dictadura griega en 1973 y con ella, referéndum mediante (¿cuándo aquí?) la caída de la monarquía, habíamos vivido con ilusión la revolución portuguesa de los claveles en abril, pero aquí el dictador seguía vivo y asesinando.
En Navarra, la sociedad, de la mano de un joven movimiento obrero, había comenzado a cambiar. A partir de 1971 se había iniciado una explosión de conflictividad social que hizo que para 1974 Navarra se convirtiese en una de las zonas claves de España en un movimiento obrero que, no lo olvidemos, fue la columna vertebral de la oposición a la dictadura.
En una dictadura, las reivindicaciones sociales se convertían de forma casi automática en reivindicaciones políticas; si te reúnes para elaborar una tabla reivindicativa y la policía disuelve la asamblea, la lucha por la libertad sindical y las libertades, por la democracia, pasa a ser un elemento clave para el movimiento obrero.
Conflictos en 1971, 47 días de huelga en Eaton y en marzo en Potasas, que tras una fuerte represión enlazan con la huelga general en junio de 1973 en solidaridad con Motor Ibérico, que hizo que Navarra supusiese el 11,3% de la conflictividad total en nuestro país.
A finales de 1974, Navarra, con una presencia importante de las CCOO, se encontraba inmersa en una importante agitación a la que la patronal respondió con el despido de líderes obreros; la convocatoria de huelga por MCE y ORT el 11 de diciembre en el conjunto de Euskadi, sacude de forma importante, aunque irregular, zonas de Navarra.
En ese momento, en Potasas de Navarra sus 2.200 trabajadores se encontraban en huelga por, entre otras reivindicaciones, aumento de sueldos y reducir la jornada de 48 a 40 horas semanales. Tras cincuenta días de huelga, la empresa sanciona a los trabajadores y se niega a negociar.
Es entonces, el 7 de enero de 1975, cuando un grupo de trabajadores (el Chan, el Canas… y otros 45) deciden encerrarse en la mina y lo hacen hasta el día 21 de ese mes. El 8 de enero se convoca una huelga general que fue ampliamente seguida por el conjunto de los trabajadores y trabajadoras y no sólo de las grandes empresas ni de la comarca de Pamplona, ello unido a una importante movilización en nuestras calles, y a una fortísima represión.
Qué caro lo pagaron. Los cuarenta y siete fueron despedidos y la empresa se resistió a aplicarles la amnistía laboral, el uno de marzo de 1978 encontraremos a ocho de ellos encadenados a una verja de la empresa reivindicando su reincorporación. Qué caro lo pagó Bittor Pérez Elexpe, asesinado por la Guardia Civil de un tiro en la espalda el 20 de enero en Portugalete mientras repartía octavillas de apoyo.
La no muy abundante historiografía sobre esos años en Navarra es unánime al señalar que marcó un hito en el movimiento obrero navarro. Desde luego está presente en la memoria de una parte importante de la ciudadanía navarra.
Donde no está es en nuestras calles. Creo que la actual mayoría municipal debería dedicar una calle importante de Pamplona/Iruña a los mineros de Potasas, con su placa explicativa. Se me ocurre que podría ser la actual avenida del Ejército. En 1963 el alcalde de Pamplona, Miguel Javier Urmeneta, dedicó al ejército la nueva avenida que miraba al futuro de Pamplona, un ejército que en 1963 era el “glorioso ejército que venció en la Cruzada”, que venció, por cierto, a su propio pueblo.
En 2018 el alcalde Joseba Asirón tuvo la excelente idea de cambiar el nombre, aunque tuvo la ocurrencia de dedicarla a Margarita de Foix, de la que desconocemos mérito alguno en el campo de las letras o las ciencias y cuyo papel como reina de Navarra suscita una fuerte controversia historiográfica. En 2019 UPN/PP vuelven a dedicarla de nuevo al ejército, y así hasta ahora.
A cincuenta años de aquellos hechos, estaría bien que borrásemos, esperemos que definitivamente, un homenaje a lo peor de nuestro pasado y dedicásemos la avenida a una parte de lo mejor de nuestro pasado, de la que la ciudadanía navarra podemos sentirnos orgullosos.
El autor es profesor de Historia jubilado