Algunas palabras, generalmente adjetivos, son bonitas, simpáticas, tienen el marchamo de la bienintencionalidad y, en consecuencia, gozan del favor popular. De igual manera, existe el antídoto de las mismas, palabras más bien correosas, avinagradas que no aportan dignidad al anunciante y solo en momentos de tensión las pronunciamos, habitualmente acompañadas de gestos, elevando la voz y hablando con cierta rapidez, casi sin respirar y acompañada de tos seca, más inspirativa que espirativa y con cierto sonido gutural motivado por querer hablar e inspirar a la vez. Estas palabras las podemos calificar de pistas falsas que pueden significar lo mismo y lo contrario de su literalidad según sea exponente u oyente de la expresión; no representan ironía en su significado, pero suponen un menoscabo para el creyente incauto dado que son contrarias a la razón, pura superstición.

En aquellos años todavía cercanos, de resurgir democrático, hubo una explosión de partidos políticos de variopinta ideología, sindicatos, y otros movimientos sociales que dieron luz a las necesidades individuales y colectivas del momento. Junto a ellos surgieron un grupo de cantautores intimistas agrupados bajo la denominación genérica de canción protesta. Cada zona geográfica tenía los suyos y, sin duda, aportaron un plus de conciencia a las cortapisas políticas y de penumbra social y económica. Todos, en mayor o menor medida, tenían su público fiel y en algún caso con carisma reconocido incluso por sus contrarios ideológicos.

a) Un amigo tenía cierto empaque en esta órbita musical en Aragón y, después de un tiempo, abandonó su afición. La razón de este alejamiento estribaba (según me afirmó) en su oposición al ya trasnochado término, siempre señalado en negrita: precios populares. Por supuesto que los precios de la entrada estaban acorde al precio de mercado y tal adjetivación implicaba cierta picaresca que subyugaba una valoración mental de tuteo entre el auditorio y los protagonistas del espectáculo. Era generalizado y casi costumbrista, de prescripción obligatoria, que les adjudicaba un protagonismo excesivo y un marchamo extra de popularidad. Aun cuando fueron momentos en que la ética se sobreponía a la estética, nadie estaba libre de tirar la primera piedra.

b) En el cronograma temporal, otra expresión muy conceptista la pronunció el expresidente Rodríguez Zapatero cuando dijo aquello de: crecimiento negativo. Se refería a la economía y aun cuando no se popularizó tanto, justo es decir que en aquel momento las redes sociales estaban en pañales. En lo personal me causó un gran impacto emocional, aun por sobreponerme, sobre la capacidad del ser humano para aguar el vino con argumentos esotéricos. Este oxímoron era un prodigio de fatalismo y un aldabonazo de impiedad; magia oscurantista para vender pócimas mágicas. Fue la legislatura de las medias verdades y el paradigma de las pistas falsas. Es la diferencia entre transmitir optimismo y ningunear la inteligencia.

c) Posteriormente se acuñó el formato: precios dinámicos. Sin constar en ningún documento, ha funcionado el boca a boca con gran éxito de crítica (y público) para esta expresión de pura estrategia empresarial, auténtico tábano alergénico. Renfe es el paradigma en el uso y abuso de la misma. El precio del trayecto cambia y se encarece conforme pasan los minutos, sin ser consecuente con los asientos libres. El mero hecho de que el algoritmo reconozca las cookies es suficiente para encarecer el billete. Nos timan sin mecanismo de defensa, imposible argumentar contra un algoritmo que es pura ciencia. Es una prueba irrefutable de que la reencarnación existe; imposible tanta maldad en una sola expresión.

d) Algunas expresiones son definitivas. Tanto si replicas como si callas no tienes posibilidades de mejora cuando te estimulan a realizar: políticas valientes. Si te acusan de no serlo o de no ejercitarlas, se sobreentiende que eres un cobarde; y todo por no plegarte a la voluntad de los otros, de los acusadores y acosadores. No importa lo que digan, tanto sean terraplanistas o estén a favor de considerar la energía nuclear como energía verde o el negacionismo del cambio climático. En el plano político-partidista, esta acusación es tanto el síntoma como la causa de la polarización sin importar la (in)existencia de argumentos. Son ideas sobrevaloradas por los mediocres y constituyen un fin en sí mismo, exclusivo e inherente.

Todo lo previo son un reflejo de superstición, de valoraciones excesivas sobre algo que perjudica al ciudadano de a pie (y de a caballo) consideradas en primera instancia como algo novedoso y positivo pero que en realidad es un tormento de desfachatez, un timo no contemplado en términos policiales pero si en términos sociales del que nadie, a saber, es capaz de condicionar una contrarréplica.

e) Con la expresión finalista: se puede mejorar, es una advertencia de lo que está por venir y cuyos máximos exponentes son aquellos que se alimentan de la poción mágica de la soberbia, auténtica glorificación del yo. Propugnada por los académicos del desparpajo, cual sorgiñe menor montaraz, presenta el requisito primario de que la fortuna premia el esfuerzo y el requisito secundario de disponer de tiempo para perder. Parece cerezo en flor lo que en realidad es corona de espinas. Expresión nihilista sin átomo de decencia, nada aporta, subrayando con pragmatismo que la velocidad del olvido es vertiginosa. Es difícil abuchear con tanta convicción y con tan poco esfuerzo; es una necedad presuntuosa y arrogante, pero tiene sus adeptos.

Mientras, los equidislistos continuarán llorando en la llorería, sin desilusionarse; nunca se hicieron ilusiones.