Un año más, San Fermín. Un año más, varias agresiones sexuales (las pocas que se atreven a contarse). Otro año más que simulamos enajenación mental y nos sorprendemos de que sigan ocurriendo. Acaso, ¿hemos hecho algo diferente como sociedad para que las cosas cambien? ¿Nos hemos puesto manos a la obra con la prevención o se ha llevado a cabo algún trabajo enfocado hacia construir espacios de ocio nocturnos más amables? ¿Alguien se ha atrevido a abordar esto en las peñas, las sociedades, las cuadrillas, los colegios? Y me refiero a abordarlo desde un marco antipunitivista que intervenga directamente en nuestra manera de relacionarnos y de construir sociedad.
Vivimos en un mundo machista, racista, capitalista, gordófobo, capacitista, homófobo y un largo etcétera, consecuencia de unas normas que operan bajo una normalidad muy concreta que deja fuera a la inmensa mayoría de personas de alguna de las maneras. Para quien no esté de acuerdo con esto, le animo a preguntar y escuchar las realidades diversas de la gente. Continuando con lo que decía, esas normas operantes, de las cuales todes somos partícipes, mantienen un orden social muy concreto y por tanto una manera definida de relacionarnos con el resto, de cual guardián es la violencia. Una violencia que recibe una amplia permisión social para poder salvaguardar el orden establecido. Sí, la violencia campa a sus anchas de nuestra mano. ¿De verdad aún pensamos que, por poner unos carteles a la entrada de las ciudades y pueblos, por hacer leyes y más leyes que castigan cuando el daño ya está hecho, por denunciar o ser feministas, las agresiones van a desaparecer? No confundamos visibilizar con cambiar las cosas. La visibilización e identificación de las violencias son necesarias y es algo que cada vez lo tenemos más claro, al menos las personas que las sufrimos. Pero mientras tanto, ¿qué hacemos como sociedad al respecto ante estos sucesos? ¿Hacemos algo antes de que pasen? Más aún cuando se repiten y son predecibles. Es más, ¿qué hacemos una vez han pasado? ¿Eso que hacemos está siendo útil para resolverlo o cambiar las cosas? ¿Para cuándo un trabajo socialmente responsable sobre la construcción social de la masculinidad y el poder?
Por un lado, sería interesante observar que características componen la masculinidad a la cual la sociedad ofrece el molde. Quizás premia darle una vuelta a cómo nos relacionamos con los hombres y qué esperamos de ellos y sus cuerpos. Creo firmemente que la oportunidad de trabajar con grupos de chicos es necesaria desde un planteamiento crítico y educativo, pero no juicioso. Hacia una mejora en la manera de relacionarse con su propio cuerpo y con el cuerpo de las mujeres. Urge un trabajo emocional con los hombres desde espacios vulnerables y cariñosos para poder sentir, empezando por las escuelas, las familias y los colectivos o asociaciones. Espacios que promuevan una resolución de conflictos desde un lugar respetuoso y amable, lugares de mediación y reparación, donde las personas puedan hacerse cargo del daño que ejercen y de repararlo. Espacios donde podamos aprender a construir sociedad todes juntes. Todo esto supone una deconstrucción de la figura del agresor no lapidante ni monstruosa y desde una responsabilidad social para que no se construya, muy lejos del imaginario actual de esta figura.
Por otro, cabría replantearse al mismo tiempo nuestro lugar como mujeres tras un aprendizaje social concreto en el cual cumplimos con patrones relacionales que convergen. Sería maravilloso poder construir espacios donde las mujeres construyen red desde el cariño y el empoderamiento mutuo, hacia una validación de roles e identidades más libres. Por no hablar de la atención a las víctimas, que lejos de ser espacios de reparación, revictimizan y retraumatizan en la mayoría de las situaciones. Quizás nos compete comenzar a explorar a la víctima desde otro enfoque. Construyendo así un lugar de víctima efímero, con agencia, deseo y capacidad para volver a vivir y disfrutar sin culpa.
Considero que queda mucho por hacer y que somos responsables del cambio necesario para abordar la violencia de género (entre otras violencias) desde un lugar más eficaz y reparador. Teniendo en cuenta que, para ello, posiblemente, debiéramos diluir muchas de las fronteras identitarias y sus dinámicas relacionales, hacia una construcción de un mundo más amable y habitable. Cabría cuestionarse, por tanto, si la sociedad realmente está preparada para que se inicie ese cambio que pide.