A estas alturas, cabe llamar la atención sobre el hecho conclusivo de dos autores tan alejados, supongo, al menos desde la base epistemológica de la que parten, como puedan ser el neurocientífico David Bueno y el filósofo Renaud Barbaras; de la necesidad obvia de contar a futuro, en el primero de ellos, con el homo artisticus, mientras el segundo lo hace con la imprescindibilidad del resurgimiento de la estética. Ahora bien, arte y estética no son la misma cosa aunque ambas traten de aparentar el manejo de un dominio común, aquel que nos remite, desde su etimología, a todo lo perceptivamente relacionado con los sentidos. Y ya me dirán cómo es esto posible con la belleza cuyo procedimiento es la más bien intangible subjetivación de un juicio de apreciación sobre objeto dado. Por lo que en su día un reputado autor como el psicopedagogo Ernst. Meumann ya lo matizara especificando el que “la estética no es sólo para algunos artistas, sino, en general, para la humanidad que piensa”. (La parte, no obstante, menos común del hombre presente que aspira a un futuro fuera del paraíso en la percepción del Nobel Dennis Gabor).

Cuento con un conocido artista que reivindica al primero de ellos, Bueno. Lo hace pintando flores y mariposas, lo cual a día de hoy parece ser todo un desafío y atrevimiento. Particularmente, no obstante, prefiero gozar de las mismas, al menos mientras la acción del humano hacedor lo permita, en su entorno natural. Lo anterior, dirán algunos, trata del arte, mientras lo siguiente es un ejercicio más o menos empírico basado en la observación, que en ocasiones nos acerca al hermoso horizonte en que goce y contemplación fúndese en uno. En Bueno, el estado favorecido por la química neurotransmisora (dopamina y serotonina) de flow o de flujo conducente a la motivación y bienestar a través de una creatividad de esta manera amplificada. También, esto último ocurre en ocasiones con la sublimación en las diferentes manifestaciones artísticas de las que trata una cierta estética. No siendo tanto así inferido en un autor como Augustin Berque, tal y como apreciaremos a continuación.

En un pasaje de la obra recién leída, Barbaras reivindica el pensamiento paisajero de su paisano Augustín Berque. Lo hace en ensayo titulado La pertenencia (hacia una cosmología fenomenológica) remarcando el que “todo ente o toda existencia es una manera de estar; y es esa manera de estar, o más bien lo que ella despliega, lo que el lugar designa, cualquiera que sea la localización que este ente ocupe en la escala que va del no viviente al viviente singular que somos nosotros. Así, como muestra Augustin Berque, el lugar del utensilio, por ejemplo, un lápiz, no es la localización objetiva que ocupa como fragmento de materia, pues, precisamente el lápiz como tal no es un fragmento de materia, sino lo que está implicado por la escritura que hace posible y que es como el entorno del lápiz. Este modo de ser ecumenal, que no es ni propiamente subjetivo ni propiamente objetivo, es lo que Augustin Berque denomina trayectividad, a saber, el tejido relacional en el seno del cual el lápiz existe y sin el cual no existiría”. Es decir, que el lápiz se justifica en su existencia por el signo al que ha lugar en lo intangible mental con traslado a un soporte material.

En este sentido, continuando con tal lógica ni objetiva ni subjetiva, la pregunta a realizar por mi conocido artista debiera haber sido sobre todo aquello que está implicado en el hecho de constituirse en obra, y de arte, más allá, tal vez, de la pragmática motivación decorativa del expectante comprador y de la propia incógnita sobre el previo garante de la sustentabilidad vital del artista. Es en ello donde el artista tradicional va confundiéndose cada vez más con el estatus anteriormente reservado al artesano, si bien al respecto de los modos de producción más automatizados cabría aquí tener presente la consideración de Dennis Gabor cuando interrogándose sobre ulteriores desafíos, en La invención del futuro, afirmaba de la artesanía en la década de los sesenta ser “uno de los mejores sistemas fabianos (no sometido a revolución alguna) para lograr un mundo mejor”.

Al respecto de su utilidad, Berque, en otro lugar de un breve pero sugerente trabajo, El pensamiento paisajero, nos conduce por la senda marcada por el paleontólogo Leroi-Gourhan conciliador de la doble naturaleza de nuestra especie compuesto por cuerpo animal y cuerpo social a través del útil: “habiéndose constituido este último por exteriorización de las funciones del primero en sistemas técnicos y simbólicos, cuyo despliegue a su vez transformó el cuerpo animal haciéndolo evolucionar hacia lo que se convirtió en el Homo sapiens” (previo del que ya participara, como vimos, Yuk Hui en sus cosmotécnicos ensayos). Lo hace a partir del surgimiento de lo que Gabor consideraría una especie de “evangelio del trabajo” (expresión tomada de W. James) originado a partir del instrumental utensilio con el que la especie hubo de implementar sus capacidades de forma creativa en complementación del disfrute de los frutos que la naturaleza de manera generosa proporcionaba.

El arte, por tanto, no como la contribución del individuo sino como participada representación colectiva, diríase, de manera vanguardista en esta (r)evolución. Forma parte de la ecúmene, que en este autor constituye “la relación a la vez ecológica, técnica y simbólica de la humanidad en la extensión terrestre”. Contribuye a ese todo integrado en el que consiste la cosmovisión hasta que tal estadio vino a modificarse con el inicio del pensamiento escindido que diera pie a la modernidad, separando los dos ámbitos de la realidad con el que actualmente nos jugamos, nada más ni menos, que el futuro terrestre: la ecología, por un lado, y la economía, del otro. Por ello, Barbaras, tras poner en valor el pensamiento de Berque cuando afirma que: “Decir que la cuestión del ser es filosófica, mientras que la cuestión del lugar es geográfica, significa cortar la realidad con un abismo que impide para siempre aprehenderla”, nos habla de lugar, de sitio, suelo... y pertenencia (también para las artes).

El autor es escritor