Es paradójico que algunos nietos de los masacrados en los campos de exterminio nazi sean ahora los que persiguen, matan y desplazan a los habitantes palestinos de la franja de Gaza. ¿Estarían de acuerdo sus abuelos con la política de guerra que Israel lleva a cabo contra los habitantes de Palestina?

Tras un ataque de Hamás el pasado 7 de octubre de 2023 en el que murieron 1.200 israelíes y fueron secuestrados 251, Israel lleva a cabo una ofensiva contra los habitantes de Gaza.

En estos dos años se calcula que 63.000 personas han sido asesinadas, la mayoría mujeres y niños –se calcula que 18.000 niños–, se ha forzado el desplazamiento del 90% de la población que vive en condiciones infrahumanas entre basura y aguas fecales; se han bombardeado hospitales, escuelas, redes de agua y energía, mezquitas, agencias de la ONU, ONGs; por ataques o demoliciones se han reducido a escombro miles de edificios civiles, se ha bloqueado la llegada de ayuda humanitaria a los refugiados, se ha utilizado el hambre como arma de guerra causando voluntariamente hambruna –lo que provoca altas tasas de desnutrición, enfermedad y mortalidad–, se han reducido a cuatro los puntos de reparto de alimentos a los que podían acudir los dos millones de habitantes de Gaza, se ha disparado a personas que hacían cola para el reparto de alimentos o se ha detenido como terroristas a iniciativas que pretendían ayudar a la población.

Especialmente significativa es la situación de los periodistas en el conflicto de Gaza. Intentando dejar ciego al mundo, Israel ha prohibido la entrada en la franja de prensa internacional y los periodistas gazatíes se han convertido en objetivos y víctimas: 245 periodistas muertos en el conflicto.

Ante esta situación la reacción del resto de países ha sido de apoyo, ponerse de perfil o una tímida condena sin grandes repercusiones para Israel aunque sí ha provocado numerosos actos de condena de la población en todo el mundo. Estados Unidos ha apoyado la guerra mientras que España, Francia, Noruega, Portugal o Bélgica la han condenado y han enviado ayuda a los palestinos.

Sin ninguna duda hay que condenar el ataque de Hamás a la población civil israelí, pero no se puede aceptar esta respuesta que, lejos de ser legítima defensa, es una respuesta desproporcionada e incluso inútil ya que se está castigando a toda la población y no tanto a los milicianos de Hamás que se ocultan en su red de túneles.

Por su parte, Israel convierte la crítica a su guerra en un ataque al pueblo de Israel y en equiparar a los críticos con apoyos al terrorismo de Hamás. Sin embargo, ni uno ni otro es correcto. Las manifestaciones y acciones contra la guerra y a favor del pueblo palestino no dan por buenos los crímenes de Hamás sino que en muchas ocasiones van acompañados de una condena, por otra parte las críticas y condenas al Gobierno de Israel no son un ataque contra el pueblo judío sino contra el sionismo, movimiento que está en el fondo de esta guerra injusta.

El sionismo es un movimiento seguido por algunos judíos que defiende, entre otras cosas, que el pueblo de Israel es el elegido por Dios y que tiene que ocupar la tierra que se le promete en la Biblia. Fieles al Dios del Antiguo Testamento aceptan la guerra, la venganza, la expulsión de los infieles de la que consideran es su tierra: Tierra de Israel, y por tanto dan por bueno este genocidio.

Los ataques indiscriminados que se producen en este conflicto son inaceptables tanto desde la ética como desde el derecho: Derecho internacional Humanitario, Derechos Humanos o Derecho Penal Internacional. Como ciudadanos y en la medida de nuestras posibilidades debemos aportar nuestra crítica y nuestros actos contra esta masacre que no nos puede pasar desapercibida.

“El fanatismo es incorregible: no quiere convencerte, quiere aniquilarte.” José Luis Borges.

*El autor es profesor de Filosofía