El arte no es lo mismo que un oficio, que una profesión. La profesión se mide en términos mercantilistas, es decir, el objetivo es producir algo práctico, lo que sea para conseguir a cambio una contraprestación económica. Y para ello, lo que produzca o haga el profesional tiene que ser útil para que se lo compren. El profesional vive de su producción, porque se alinea con los intereses del mercado y por eso tiene una clientela más o menos fija que le demanda lo que produce.

Pero el arte no, el arte de entrada y en términos mercantilistas es inútil y tan variable e inestable que a veces gusta y se compra y otras veces, al mismo autor, ya no gusta lo nuevo y no vende nada. Es el riesgo de la inutilidad. Óscar Wilde en el prólogo de su novela El retrato de Dorian Gray escribe: “todo el arte es completamente inútil”. Para Heidegger “el arte posee una autosuficiencia de su presencia que el útil no posee”. No podemos negar, sin embargo, que la obra de arte tiene algo de útil ya que es el ser humano el que lo ha creado intencionadamente. Pero es una utilidad diferente al utensilio, éste nos sirve para hacer cosas con él, en el arte sin embargo su utilidad radica en la contemplación, belleza, emoción, pensamiento… Así, dirá Paul Auster que “el valor del arte estriba en su misma inutilidad” porque es capaz de llegar adentro, a lo más profundo del ser y tocar lo oculto, lo desconocido para que aflore removiendo todo. Y como dijo Eugène Ionesco “si no se comprende la utilidad de lo inútil y la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte”.

Y la inutilidad está emparentada con la libertad creativa, siendo ésta un arma de doble filo, por un lado, te deja hacer lo que quieres y cómo te dé la gana y por otro, puedes pagar el precio de no comerte una rosca. Hoy en día, prácticamente casi nadie vive de su creación, de su obra artística, por lo que no podemos asemejar el término artista profesional con el concepto mercantilista. Por eso, no tiene sentido decir artista profesional sino arte hecho con profesionalidad.

Cuando oigo quejarse a muchos colegas artistas de que todo el mundo cobra en torno al artista (el que transporta la obra, el que realiza el montaje, el comisario, el que cuida la sala, el galerista, el que hace el catálogo, el fotógrafo que hace el reportaje, el periodista que hace el artículo, el crítico de arte…) y en cambio el artista no ve un duro, porque todo se apuesta a la posible venta. Y claro, la venta no viene o es paupérrima para el esfuerzo que se ha hecho; me recuerda a Alberto Adsuara cuando dice “es el precio de tu libertad”. Todos cobran porque hacen algo útil para que la obra se muestre, que el artista no cobre ya depende tan solo de que llegue y haya gente dispuesta a comprarle. Y como no hay, se pide que se le pague por exponer, por montar su proyecto expositivo, se dice hasta que se está cubriendo gratis un mes de la programación cultural. Y es verdad, pero hay tantos artistas dispuestos a exponer casi como personas. Es el mercado, a mayor oferta y poca demanda, los precios caen hasta la desvalorización del producto.

Por otro lado, no se puede jugar a ser libres, a hacer lo que nos plazca y encima pretender que nos lo paguen porque sí, porque somos artistas y estamos haciendo una labor social. El voluntariado no cobra. Podemos exigir, pedir más espacios de exposición, más apoyos en la visibilización, más intercambios… pero que nos paguen solo por exponer nuestra pedrada por muy buena que nos parezca o le parezca a alguien, es no querer entender que nuestra libertad es porque se independiza de la ayuda, del servilismo institucional.

Adsuara en su libro Del arte y su obsolescencia nos indica que con la democratización del arte (Arte=Vida, y todos somos artistas de Beuys) “no cabe ya ninguna queja posible porque con ella se ha renunciado a todo lo que huele a elitismo cultural”. Porque según él, no hay más que dos opciones “o la de ser unos hippies de su mercancía (siendo +- pobres vendiendo su obra en mercaditos) o la de ser unos esclavos del mercado (siendo +- ricos)”. Y sí, aquí entra en juego también la suerte y el hippie se puede volver estrella de la creación. Y aclara que esos mercaditos son todos los espacios expositivos alternativos (pequeñas galerías que no promocionan nada, bares, casas de cultura, etcétera). Y ¿qué es ser esclavo del mercado? hacer lo que el mercado capitalista demanda, es decir, crear al gusto del que compra para así poder vender tu mercancía. Y hay una segunda versión más “contemporánea”, la de alinearte al gusto y las maneras de los responsables de los espacios del arte, de los Centros de Arte, porque así te darán sus ayudas, becas, y te meterán en sus programaciones y te comprará la Institución. ¿Dónde queda aquí la libertad creativa del artista? ¿Dónde está la dignidad del artista?

Lo dice Adsuara: “Ahora los artistas (...) carecen de dignidad. No tienen mercado (porque el mercado no los quiere y ellos dicen odiarlo) y además son los lacayos de un poder al que se han vendido por un plato de lentejas”.

No podemos querer una cosa y la contraria a la vez, no podemos defender, clamar a los cuatro vientos que nuestro arte es fruto de nuestra libertad y a la vez, exigir que nos paguen como si fuese una mercancía alineada al mercado. No podemos seguir defendiendo nuestra obra desde la libertad creativa si el poder institucional te pide que hagas lo que le gusta y como le gusta para promocionarte. No nos engañemos, ni engañemos al público, al poco público que todavía quiere vernos, nuestra dignidad es nuestra sinceridad, aunque ello conlleve que la obra vuelva entera a los talleres exposición tras exposición.