Ante el auge de las tecnologías o de la inteligencia artificial (IA), es un reto bautizar o nombrar la época que nos está tocando vivir. Por ejemplo, la expresión era de la incertidumbre está muy manida. Mejor pensar expresiones más rimbombantes como tecnolibertarismo o feudocapitalismo. El filósofo italiano Giuliano Da Empoli está preocupado por la fusión de tecnología y populismo, de ahí que llame a la situación actual tecnocesarismo, en tanto los nuevos gobernantes no desean ninguna regla que les limite. Netanyahu, Trump, Bukele, Putin. Están en el mismo barco. No les importa enfrentarse a su propio sistema judicial o a instituciones reconocidas internacionalmente: “hago lo que quiero y lo que me da la gana”, se sobreentiende, por el bien común. Queda un poco feo decir que se hace por el interés propio.
El filósofo Jianwey Xun, en su libro Hipnocracia. Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad, denomina el sistema como un régimen que modula estados de conciencia. Lo delicado: Xun no existe. Lo ha inventado mediante inteligencia artificial el profesor, también italiano, Andrea Colamedici. Entonces, ¿hacia dónde vamos? Podemos afirmar, de manera simplista, que Estados Unidos busca las mejoras tecnológicas con ánimo de lucro y por supuesto, militar; China prioriza el control social y sí, el poder militar. Su Agenda 2030 no es la de Europa: se pretende crear un interfaz que potencie las características del ser humano por un lado y pueda predecir posibles enfermedades por otro. Afirman que sus procedimientos no serán invasivos. ¿Es eso creíble? Mientras, Europa sigue regulando.
Considerar que vivimos en un mundo denominado hipnocracia es una buena expresión. El aumento de horas que pasamos atendiendo a los dispositivos digitales así lo atestigua. Recientes investigaciones científicos demuestran, con evidencia abrumadora, que por primera vez el nivel de inteligencia del ser humano está disminuyendo. Cada vez nos cuesta más concentrarnos. Cuando realizamos alguna actividad queremos terminar cuanto antes para poder consultar el teléfono móvil.
Los temas de debate van entrando con cuentagotas a través de los medios de comunicación. Puede ser la inmigración, la vivienda o alguna de las guerras que nos azotan: en especial las más cercanas como Ucrania o las más influyentes como Gaza. Mientras discutimos medidas que nunca se ponen en marcha, nos dedicamos a pensar en lo inevitable cuando siempre sucede lo imprevisto: una afirmación realizada por uno de los economistas más influyentes de la historia, John Maynard Keynes. Las opiniones que se tienen en la calle sobre estos temas son muy semejantes. La inmigración debe tener un mínimo de control, no podemos permitir la entrada o la estancia de delincuentes. Las guerras deben detenerse cuanto antes. Los hombres y las mujeres deben tener los mismos derechos. Hace falta construir más edificios para que así los precios puedan suavizarse. Entonces, ¿por qué cuesta tanto llegar a acuerdos?
Demasiados políticos, de manera miserable, buscan enfrentamientos y mecanismos de polarización en estos asuntos para justificar sus puestos. Los menos prefieren abrir espacios para el entendimiento común, pero eso, por lo visto, no aporta votos. Mejor asustar con los otros.
Entonces, ¿cómo enfrentarnos a este sistema? ¿Hay solución? ¿Vamos a terminar siendo unas meras ovejas que se dedican a repetir los temas de conversación que nos imponen?
En primer lugar, debemos aprovechar con cuidado los avances tecnológicos o la Inteligencia Artificial. Si mejoran nuestra vida son útiles; en caso contrario es adicción. Respecto del Chat Gpt, no sirve para cualquier cosa. Por ejemplo, es muy útil para resumir textos, preparar discursos o resolver dudas que nos puedan surgir de un asunto concreto. Incluso nos puede dar alguna idea válida en el caso de tener alguna pequeña indisposición de salud. Sin embargo, no sirve como psicólogo ni como acompañante. Tampoco lo podemos usar para, por ejemplo, explicar en 50 páginas la física que debería saber un estudiante de carrera. Le cuesta aportar una visión clara y concisa de un todo. Respecto de las búsquedas en Google (por nombrar el más usado), son las antiguas páginas amarillas. Quien sale más citado es quien más paga. Todavía hay más: va a desaparecer su Claim Review, que es su verificador de noticias.
En segundo lugar, debemos evaluar con escepticismo las opiniones de los demás, en especial de los influencers. ¿Depende su sueldo de lo que dicen? Es para pensarlo: mirando el nivel de los que influyen, ¿cómo estará el nivel de los influidos? No hay otro camino que usar diferentes fuentes y dar a los demás la posibilidad de que puedan cambiar, con sus argumentaciones, nuestras ideas. En caso contrario, caeremos de forma continua en el sesgo de confirmación.
La conclusión es de Simon Johnson, Premio Nobel de Economía. Piensa que en la actualidad un puñado de multimillonarios tecnológicos ha hipnotizado a la sociedad. Eso encaja con el título del presente artículo. Lo malo es que estos personajes, además del poder industrial, tienen también la información.
Son palabras de Elon Musk: “el medio eres tú”. Se agradece tanta sinceridad.
Economía de la Conducta. UNED de Tudela