En la actualidad nos seguimos sintiendo herederos de la Ilustración, pese a que en cierta medida el Iluminismo ha fracasado. La expansión del capitalismo salvaje a nivel global y el derrumbe de la credibilidad de los grandes metarrelatos que abrazaban una perspectiva de emancipación para los seres humanos, han causado un cierto desencanto del mundo. En efecto, la razón de la Ilustración ha perdido relevancia en relación a la racionalidad capitalista, claramente individualista y monetarista. Así la política, cuanto más pragmática, utilitarista y calculadora es, deviene más deshumanizada y ajena a la fraternidad, se muestra menos conmovida por las emociones y los afectos y, en suma, resulta más alejada de la ciudadanía. Es tan preocupante como indiscutible que la economía y la política modernas, cada vez más técnicas y desideologizadas, han culminado su racionalización instrumental y utilitarista, lo que implica que se han vuelto refractarias a las prescripciones éticas y morales. Este proceso de modernización, donde el capitalismo salvaje ha llegado a ser el paradigma de la racionalización, debido a su gran capacidad de ordenar, unificar y optimizar las diversas prácticas políticas y económicas, tiene un aspecto negativo que conlleva un cierto desencanto del mundo, pues éste no solo se vuelve calculable y dominable por quien acumula la riqueza en detrimento de quien apenas participa de ella, sino que además aleja la posibilidad de un mundo justo.
La Ilustración o Siglo de las Luces fue un movimiento cultural e intelectual europeo que se desarrolló en el siglo XVII y que inspiró ideas de libertad, igualdad y justicia. La Ilustración es, ante todo, un proyecto que prometía la emancipación del ser humano y su liberación de todas sus alienaciones. Esta promesa fundamentaba su esperanza en el desarrollo de la ciencia, la técnica, la cultura y el dominio del mundo, cuyo logro iba a liberar a la humanidad de la ignorancia y de la superstición. El cometido de la Ilustración pasaba por una ilimitada tarea desmitificadora que depositaba su confianza en la razón como instrumento para alcanzar el reino de la libertad. Sin embargo, desde su irrupción en el siglo XVII hasta nuestros días han pasado cuatro siglos. Obviamente es mucho tiempo, el suficiente como para haber logrado muchos de sus objetivos, pero los resultados no parecen ser tan satisfactorios, hasta el punto de que, lejos de haberse logrado el imperio de la razón, la barbarie humana sigue devastando el mundo, en la medida en que la crueldad humana sigue conviviendo con el proyecto ilustrado, negando sus pretensiones e incluso su porvenir.
Según Adorno y Horkheimer, la razón ha seguido una deriva perversa, pues lejos de emancipar al ser humano, paradójicamente se ha desviado hacia un nefasto afán de dominación que la contamina necesariamente y cuyo resultado es que la pretendida sociedad de seres humanos libres deviene mero encierro en un mundo donde el mal está banalizado. Frente a la barbarie, la razón parece impotente y desconsolada. Una prueba inequívoca de la sinrazón humana, que cuestiona el proyecto ilustrado, es el negocio capitalista de la guerra, que se expresa en el número de muertos que supera con creces los cien millones, causados, entre otros males, por el Holocausto perpetrado por la Alemania nazi, las dos Guerras Mundiales, la Gran Purga de Stalin, las bombas atómicas lanzadas por EEUU en Hiroshima y Nagasaki, las dictaduras militares de Videla en Argentina, de Pinochet en Chile, de Mussolini en Italia y la de Franco en España, además de la actual guerra de Ucrania y el genocidio que está perpetrando Israel en Gaza. Una brutalidad que no se deja pensar ni explicar desde la razón ilustrada.
La sociedad en la que se deshumaniza al adversario político y en la que los bulos, la desinformación y el negacionismo se expanden y arraigan con facilidad en la ciudadanía no puede considerarse ilustrada, sino ignorante. De hecho, la mercantilización del saber ha producido un giro en la enseñanza universitaria. Ya no se forman personas cultas capaces de guiar a la ciudadanía en su proceso de emancipación, sino técnicos dotados de saberes prácticos, pero con escaso bagaje cultural. En cualquier caso, la opción ilustrada sigue siendo necesaria, pese a la pérdida de credibilidad y a la deslegitimación que ha sufrido como metarrelato, causada por la falta suficiente fundamentación. En definitiva, la racionalización instrumental, la burocratización de la vida política y el pensamiento ciegamente pragmático han determinado que la probabilidad sustituya a la verdad, el cálculo reemplace a la reflexión y el afán de dominio capitalista sustituya a la pretensión de justicia social, lo que finalmente nos ha llevado, al menos de momento, al fin de la ilusión.
El autor es médico-psiquiatra