El pasado 23 de octubre los miembros de la Comisión de Memoria y Convivencia del Parlamento de Navarra realizábamos una visita al Palacio del Marqués de Rozalejo, que se encuentra en la fase final de sus obras de remodelación.
Creo poder afirmar sin miedo a equivocarme –y si no, ya me rectificarán quienes conmigo participaron en dicha visita– que salimos impresionados, tanto por el propio edificio como por las labores realizadas en el mismo.
Y, sobre todo, –y esto ya es cosecha personal– por lo que acogerá en su interior: por su enorme valor simbólico como apuesta por la memoria, la convivencia y los derechos humanos; porque va a situar las políticas públicas de memoria en el centro de Iruña, no como mero espacio físico, sino, también, como reflejo del compromiso inequívoco de aquel Gobierno –de aquel del año 2018, que ahora nos parece tan lejano, en el que comenzó a fraguarse este proyecto– y de la propia ciudadanía navarra; porque encierra en sí mismo una concluyente propuesta en pro de las políticas públicas de Memoria y Convivencia como ejes vertebradores de la sociedad que, a través de la recuperación de su pasado, sientan las bases para un futuro compartido y fundamentado en valores de paz, democracia, convivencia, justicia, diálogo y libertad, absolutamente imprescindibles en el escenario actual.
Porque no tengo, no tenemos ninguna duda en Geroa Bai, que Rozalejo nos recordará, día a día, tras su apertura, que una sociedad amnésica, que eche tierra sobre su pasado sin proyectar una mirada crítica hacia éste, encontrará grandes dificultades éticas, sociales y democráticas a la hora de construir una convivencia justa y verdadera.
Y, en fin, cosas del subconsciente, que nunca llegamos a entender… mientras recorríamos las diferencias estancias del palacio, mientras divisábamos, desde una balconada, la torre de San Cernin, o veíamos, desde un ventanal, la de la Catedral, no pude evitar recordar aquella “inocente”, casual e inocua ocupación del edificio en la primavera de 2019, con las autoridades municipales de la época silbando a la vía; o aquella publicación, en un diario de por aquí, pero no de kilómetro cero, que calificó el proyecto de “boutade de Barkos”; o lo de una Barkosada que señaló una parlamentaria –de cuyo nombre no quiero acordarme– en el hemiciclo del legislativo navarro… cosas del subconsciente, decía.
Pues bien, solo desde la convicción de la señora Barkos y de su gobierno –generalicemos– se superaron aquellos difíciles e ingratos momentos. Y esa boutade va a dar paso a un edificio hermoso, abierto a la ciudadanía, que va a situar las políticas de memoria en el centro de Iruña. Y, desde luego, desde Geroa Bai, lo celebraremos.
Y compartimos, desde luego, el objetivo planteado por la consejera Ollo de que Rozalejo trascienda los propios límites navarros. Y su anuncio de que van a empezar a tejer una red internacional de agentes que trabajan por la Memoria, los derechos humanos y la libertad para responder de manera universal a la actual ola reaccionaria, involucionista y negacionista que también tiene un carácter mundial, aunque con distintas repercusiones locales.
Porque es evidente que, si nos hallamos ante una amenaza mundial, como estamos viendo con diferentes expresiones y fórmulas que se exportan de un país a otro en pleno auge de la ultraderecha, parece lógico que también se plantee una réplica global basada en colaboraciones entre diferentes actores locales.
Y Rozalejo puede ser una perfecta vía para ello.
Y nos complace enormemente esa búsqueda –apuntada también por la vicepresidenta Ollo–de fórmulas de colaboración con el Museo de la Memoria y de los Derechos Humanos de Chile y con el Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos (antigua ESMA de Buenos Aires). Porque ¿qué diferencia hay entre Hebe de Bonafini y la madre de Mikel Zabalza?
Ninguna, absolutamente ninguna.
Porque habría sido un error mayúsculo convertir Rozalejo en un edificio para la mera gestión burocrática, aunque fuera para políticas de memoria y convivencia. En despachos para directores generales, bibliotecarios o archiveros; o luminosas y amplias salas para exclusivo uso del funcionariado o sus dirigentes.
Es un acierto trascender sus muros, sobrevolar las torres de la Catedral y San Cernin, ir más allá de la plaza de Navarrería, y convertirla en un espacio abierto a la ciudadanía y al tejido asociativo memorialístico con el objeto de organizar exposiciones, ciclos documentales y todo tipo de actividades, hoy en día dispersas por distintos espacios a lo largo y ancho de la ciudad. Actividades que, sin duda, se verán enriquecidas con esas colaboraciones con otros centros a nivel estatal e internacional.
Y es un acierto pleno, también, abrir sus puertas como Centro de Documentación referente, con una biblioteca especializada, con más de 8.000 volúmenes, además del acceso a Oroibidea, uno de los mayores portales y fondos documentales audiovisuales del mundo en materia de memoria.
En definitiva, documentación, divulgación, participación y cultura entendidas todas ellas como un compromiso ético.
Allí tendrán cobijo las más de 3.500 personas asesinadas tras el golpe fascista de 1936; las 38 personas asesinadas por ETA; y las decenas de personas que sufrieron la violencia ejercida desde el propio estado, sus fuerzas policiales o los grupos de extrema derecha. Desde el más escrupuloso de los respetos, y sin mezclar contextos victimológicos.
Rozalejo, un palacio del siglo XVIII, acogerá el futuro de nuestra memoria.
El autor es parlamentario de Geroa Bai
        
    
    
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