La estafa de la inclusión para niños/as sordos
Al hilo de la retirada como centro preferente al CP Paderborn-Lezkairu, escribimos como madre y padre de una niña de cuatro años, alumna de 2º de Infantil en el Colegio Público Paderborn-Lezkairu (modelos PAL y D), centro con más de dos décadas de experiencia como referente en discapacidad auditiva. Nuestra hija es sorda profunda y porta implante coclear bilateral. Llegamos el curso pasado porque sabíamos que allí encontraría apoyos estables, profesionales formados y una comunidad capaz de comprender y acompañar la sordera. No buscábamos privilegios: buscábamos derechos que la propia Administración había reconocido históricamente en este centro y en el IES Plaza de la Cruz. Sin embargo, justo el año de su escolarización, el Gobierno de Navarra suprimió sin aviso la figura de “centro preferente”, amparándose en el Decreto Foral 31/2022 y en la Orden Foral 69/2023, presentando la medida como un avance en inclusión. Pero estas normas no prohíben expresamente estos centros; si hoy se interpreta que deben desaparecer, esa lectura no deriva de un mandato legal claro, sino de una opción política sobre el sentido de la inclusión. Lo anunciado como modernización ha sido un retroceso disfrazado de innovación. La realidad la hemos conocido este curso.
Tras un primer año excelente gracias a recursos aún vigentes, nuestra hija recibe ahora la mitad de sesiones de logopedia: media rehabilitación, media estimulación, media posibilidad de avanzar en un entorno que exige mucho más a un menor con sordera profunda. Otros niños del centro han sufrido recortes aún mayores. No es un error técnico: es el síntoma de una tendencia. La inclusión se ha vuelto un eslogan mientras se vacían de recursos los centros públicos, gestionados desde una retórica de eficiencia que evita hablar del coste real de garantizar derechos. Desde la perspectiva jurídica, eliminar el modelo preferente vulnera el principio de no regresividad: España no puede reducir apoyos educativos consolidados sin causa justificada, necesaria y proporcionada. Aquí no concurre ninguna.
Durante años, Paderborn-Lezkairu fue un referente real por su estructura y su profesorado especializado. Por eso tantas familias llegaban allí. Hoy ese modelo se ha desmontado cuando la escuela pública afronta más exigencias, más desigualdades y menos recursos. Se vulnera también la confianza legítima. Las familias tomamos decisiones educativas cruciales basándonos en condiciones estables mantenidas durante décadas. Cambiarlas sin transición ni alternativas reales deja a las familias en desamparo. Lo que costó años construir se ha erosionado en un solo curso.
Si nuestra hija sostiene el día a día –no sin dificultades– es gracias al compromiso del profesorado y del equipo directivo, que conocen el valor del centro y saben que una hora menos de logopedia no es un aju ste técnico, sino una merma real del derecho a la educación. Una niña sorda es más que dos implantes cocleares: es una persona con necesidades específicas que requieren atención constante y competente, precisamente lo que este centro ofrecía y aún intenta preservar a pesar del recorte. Pero ¿esa herencia durará? Sabemos que no. La Administración insiste en que estamos ante un “nuevo modelo”, pero no ha habido sustitución: solo retirada. En lugar de valorar lo que era una piedra preciosa en inclusión, se ha desmantelado. La inclusión proclamada no amplía derechos: reparte carencias entre los centros de Navarra. Ni en Paderborn-Lezkairu ni en otros centros con alumnado con implantes cocleares se ha reforzado la atención; en muchos casos ha disminuido. Cuando los recursos desaparecen, no desaparece la necesidad: desaparece la igualdad.
Las familias de menores con discapacidad vivimos en alerta, tratando de suplir desde casa lo que el sistema ya no garantiza. No es sostenible. No es justo. Y no es inclusión. Las consecuencias no son abstractas: afectan al desarrollo lingüístico, emocional y social de menores vulnerables. Nuestra hija lo experimenta cada día. Mientras se nos habla de innovación, asistimos al adelgazamiento de un sistema que antes garantizaba apoyos que hoy se han convertido en promesas.