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La Cumbre del Clima en Brasil, ¿otro fiasco?

La Cumbre del Clima en Brasil, ¿otro fiasco?EFE

Tras unos años en el que el mundo ha visto cómo se materializa a las puertas de su casa la crisis climática, la 30ª Cumbre del Clima que se ha celebrado en Belém (Brasil) estaba llamada a ser un encuentro clave. No solo por las efemérides que se cumplían –diez años del Acuerdo de París, veinte de la entrada en vigor del Protocolo de Kyoto, 80 de la creación de la ONU–, sino por la situación de emergencia climática en la que estamos.

Las expectativas esta vez eran muy altas. El lugar elegido, la Amazonia, el pulmón y regulador climático del Planeta, nos hacía imaginar un cambio de rumbo, una “COP de la verdad” que supusiera un antes y un después de la acción climática. Nada de eso ha pasado. Las Cumbres del Clima (COP) son un bucle interminable de retórica ambiciosa y acuerdos finales descafeinados.

La declaración final de la Cumbre y otros textos, si bien recogen algunos avances no demasiado concretados, como la puesta en marcha del Mecanismo de Belém para la Transición Justa, queda muy lejos de las expectativas de una presidencia brasileña que había puesto el listón mucho más alto, pero que ha sido frenada por una unión de países petroleros y naciones en manos de gobiernos partidarios de retrasar, cuando no torpedear, la lucha contra la crisis climática.

Un botón de muestra en que 1.600 delegados oficiales participantes en las COP tienen lazos directos con la industria petrolera, lo que da una idea del poder del lobby fósil en el encuentro. Mientras los lobbies sigan patrocinando y asistiendo a estos eventos, de poco van a servir las Cumbres del Clima.

Sin hoja de ruta para el fin de los combustibles fósiles ni un plan concreto para detener la deforestación –las dos apuestas iniciales de la presidencia brasileña–, el acuerdo final, pese a haber sido firmado por los asistentes, supone un triunfo de las posiciones más retardistas y negacionistas.

El principal fallo es que la apuesta de la presidencia en materia de mitigación ha fracasado y no hay mención a la publicitada hoja de ruta para el fin de los combustibles fósiles, algo que sí aparecía en el primer borrador de texto final presentado el martes 18.

¿Cuántas cumbres serán necesarias para afrontar definitivamente el calentamiento global? Con un planeta con cada vez más fenómenos extremos que ya está sobrepasando el límite que impusieron las naciones en la Cumbre del Clima celebrada en Paris en 2025 –no rebasar la frontera de los 1,5ºC de calentamiento global medio frente a los niveles preindustriales– imponía una inusitada urgencia. Pero la declaración final de la COP30 no hace referencia alguna a la eliminación progresiva de los combustibles fósiles, principales causantes del cambio climático. El 90% del CO2 que recalienta del planeta proviene de quemar petróleo, gas y carbón.

La financiación climática, especialmente la dedicada a adaptación y mitigación del cambio climático en los países más vulnerables y pobres, ha sido otra de las grandes perdedoras, ya que poco se ha concretado en la pasada cumbre. Si en la cumbre de Bakú el año pasado, se alcanzó un acuerdo de mínimos que quedó muy lejos de las necesidades reales –con solo 300.000 millones de dólares anuales de fondos públicos comprometidos a 2035 y una propuesta sin concretar para sumar 1,3 billones mediante financiación privada–, el grupo dedicado a discutir la llamada Hoja de Ruta de Bakú a Belém (B2B) para aumentar esa financiación no ha conseguido mucho avance concreto. El texto pide a las partes triplicar la financiación para adaptación climática del sur global en los próximos diez años, lo que supone un retroceso respecto al primer borrador presentado, que hablaba de 2030 y no de 2035.

Instituciones como el FMI o el Banco Mundial sí que tienen dinero, pero pasan COP tras COP sin acordar cómo transferirlo. Cantidades como 300.000 millones de dólares se discuten como si fueran imposibles, cuando son “el chocolate del loro” comparado con lo que se extrae del sur global.

Parte del problema es la configuración de las propias conferencias climáticas. Las decisiones se toman por consenso. El sistema por el que se tiene que acordar cada texto, cada palabra en cada decisión, se basa en el consenso, lo que significa que cualquiera de los casi 200 países que participan puede levantar la mano y frenarlo todo. Este sistema durante las más de tres décadas de conversaciones sobre cambio climático en la ONU ha hecho que los acuerdos siempre se vean rebajados y aguados. Además, no contar con un órgano con capacidad sancionadora que vele por el cumplimiento de los acuerdos, deja todo al albur de los estados.

Foros como los de la COP son necesarios, pero cabe preguntarse si, en su actual formato, van a aportar soluciones reales. Es muy difícil aunar los intereses de Vanuatu, un país condenado a desaparecer en el océano, y un gran productor de fósiles, como Arabia Saudí que ha sido históricamente el país que ha encabezado una coalición de países petroleros que han batallado por eliminar todas las menciones a los combustibles fósiles. En Belém, han hecho lo mismo.

La información científica cada día es más relevante y más contundente. No vamos en la buena dirección: los actuales planes que tienen los países llevarían a un calentamiento entre 2,1 y 2,8°C, muy por encima del objetivo del Acuerdo de París de no sobrepasar los 2ºC y aspirar a los 1,5°C. Los científicos nos siguen avisando que el cambio se acelera y cada vez son mayores los efectos y las consecuencias de la crisis climática.

Si algo ha quedado claro en la COP30, es que precisamos del protagonismo ciudadano: construir comunidades resilientes, organizar alianzas locales, regenerar ecosistemas y apostar por nuevas formas de cooperación social.

El autor es presidente de la Fundación Clima y Premio Nacional de Medio Ambiente