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Colaboración

Cultura de la prevención en la sociedad del bienestar

Cultura de la prevención en la sociedad del bienestarEP

En pleno siglo XXI, cuando las sociedades desarrolladas disfrutan de niveles de bienestar impensables hace apenas unas décadas, emerge una paradoja inquietante: cuanto más seguros creemos estar, menos valor otorgamos a la prevención. Aquello que debería ser un pilar del progreso se diluye entre la comodidad, la confianza excesiva en la tecnología y la extendida percepción de que otros velarán por nuestra seguridad.

Lejos de integrarse como una responsabilidad compartida, la prevención es vista con demasiada frecuencia como una imposición legal, un trámite administrativo o un coste añadido. Esta visión limitada la condena a ser reactiva: solo aparece cuando ya es tarde, cuando el daño, el accidente o el deterioro se han materializado. Y, sin embargo, la evidencia es contundente: anticiparse siempre es más eficiente, más humano y más sostenible que reparar.

El progreso tecnológico, sanitario y social ha reducido notablemente los riesgos cotidianos. Pero ese logro ha generado también un efecto indeseado: una sensación de invulnerabilidad que invita a bajar la guardia. La ausencia de peligros visibles lleva a subestimar la necesidad de las medidas preventivas, como si el mero desarrollo garantizara una seguridad perpetua.

En las comunidades antiguas, la supervivencia era un esfuerzo colectivo. Desde la infancia se aprendía a identificar y gestionar riesgos. Hoy, en cambio, la sociedad delega esa responsabilidad en cuerpos especializados, policía, bomberos, protección civil, cuya labor es indispensable. Pero su presencia ha transmitido, de forma implícita, un mensaje peligroso: la ciudadanía puede vivir despreocupada, desligándose del deber de autoprotección y corresponsabilidad. Así, el bienestar moderno adormece nuestra capacidad preventiva.

Sin embargo, una auténtica cultura de la prevención va mucho más allá de protocolos, normativas y planes de seguridad. Es un enfoque integral del bienestar, que atraviesa los hábitos sociales, la gestión empresarial y las políticas públicas. Prevenir significa:

• Crear entornos más saludables y equitativos.

• Reducir las brechas de desigualdad que generan vulnerabilidad.

• Fomentar estilos de vida que protejan tanto a las personas como al planeta.

• Tomar decisiones responsables pensando en las generaciones futuras.

En definitiva, prevenir es construir comunidad, fortalecer vínculos y promover una sociedad más consciente y resiliente. Por ello, la prevención no debe nacer únicamente de la obligación legal, sino de la convicción ética de que cuidar el presente es también cuidar el futuro.

En la sociedad del bienestar, a menudo se confunde la buena vida con la vida buena, y esa confusión moldea la relación que cada ciudadano establece con la prevención. La buena vida se orienta al disfrute inmediato, a la comodidad y al bienestar personal. Es un horizonte individualista que puede derivar en una suerte de confort egoísta, ajeno a las desigualdades y a la fragilidad del entorno. Quien se instala en esta lógica tiende a desentenderse de la prevención: “si algo pasa, alguien vendrá a solucionarlo”.

La vida buena, en cambio, se guía por la justicia, la responsabilidad y el propósito. No depende del consumo, sino de la calidad ética de nuestras acciones. Impulsa a actuar pensando en los demás, especialmente en los más vulnerables y en las generaciones por venir. Desde esta perspectiva, la prevención es un acto de coherencia moral, un compromiso activo con el bien común.

Mientras la buena vida nos encierra en el presente, la vida buena nos despierta a la interdependencia. Y es justamente en ese cambio de paradigma donde se juega el futuro de la cultura preventiva.

Promover una verdadera cultura de la prevención exige mucho más que redactar normativas. Supone:

• Educar para que el pensamiento preventivo se incorpore desde la infancia.

• Sensibilizar para desmontar la falsa idea de que la seguridad es automática o garantizada.

• Corresponsabilizar a ciudadanos, empresas y administraciones.

• Convertir la prevención en un valor social asumido, no en una carga burocrática.

La prevención es, en esencia, un acto de madurez colectiva. Una sociedad que previene es una sociedad que piensa, que cuida, que anticipa y que no se deja engañar por la apariencia de estabilidad.

La sociedad del bienestar solo será sostenible cuando integre la prevención como un componente esencial de su identidad cultural. Cuando entendamos que no se trata de vivir con miedo, sino de vivir con consciencia. Que prevenir no es limitarse, sino liberarse.

Porque la vida buena, la que construye protege y deja huella solo es posible si nos anticipamos a los riesgos que amenazan nuestro bienestar y el de quienes vendrán después. Prevenir es, quizá, el mayor signo de respeto hacia la vida. Y en una sociedad que aspire a un bienestar real, no debería ser una obligación: debería ser una convicción profunda.

El autor es director gerente de Tesicnor