Varios factores son relevantes en la toma de decisiones, destacando entre ellos tanto la generación de expectativas como la experiencia personal. Ello ocurre en todos los escenarios, pero es en temas sanitarios donde la repercusión personal y social es más definitoria.

Varios intentos se han registrado por modificar la tendencia que está condicionando la sanidad española. Los problemas no son nuevos, pero en los últimos pocos años se han agudizado llegando a situaciones límite en alguno de los indicadores más frecuentes para evaluar y comparar territorialmente tales ítems.

Han surgido voces relevantes que han acusado a las Comunidades Autónomas (CA), unas más que otras, de querer privatizar los problemas de salud de la población. Entre ellos está la ministra de Sanidad, quien tiene capacidad normativa al respecto. Cierto que todas las CA tienen transferidas las competencias en materia sanitaria, pero también es cierto que el ministerio tiene prerrogativas que, quien sabe por qué, no las ejecuta haciendo dejación de las mismas.

Entre los diferentes sujetos activos que conforman las muletas en que descansa el sistema sanitario, hay unanimidad en señalar los problemas, aunque la cuantificación jerárquica de los mismos sea parcialmente diferente. El diagnóstico es válido (más/menos), pero la impresión es que los tratamientos señalados (cuando se proponen) es más de lo mismo del año anterior y del anterior.

Las cifras no son asépticas, están condicionadas por diferentes factores que no son neutros per se y con frecuencia presentan diferentes lecturas dependiendo en qué lado de la mesa te posiciones. Pero para poder conocer un fenómeno, es necesario cuantificar el mismo, situarlo en unas coordenadas determinadas y poder evaluar las posibles actividades implementadas.

Existen grandes inequidades territoriales que llegan a poner en solfa incluso el objetivo primordial del sistema sanitario: prevenir los riesgos y tratar con eficacia los problemas de salud.

a. La infrafinanciación es un tema recurrente en el debe. Argumento esgrimido por capuletos y montescos. Se aduce, con poco brillo, que si aumenta el presupuesto los problemas (o parte de ellos) se solucionan o al menos se minimizan. El ministerio señala que la inflación acumulada en el periodo (2013-2023) es de 18,67%; el gasto sanitario público ha pasado del 5,9 a ser el 7,0% del PIB (aumento del 18,6%). Respecto a la cuantía de euros/habitante, el aumento ha sido para el mismo periodo de un 59,7% (3 veces superior a la inflación).

Todos los estudios y todos los grupos políticos hablan de una clara infrafinanciación del sistema. La respuesta clave corresponde a la pregunta sobre cuánto hay que gastar en sanidad para cubrir las expectativas y las necesidades de la población; y sospecho que tal respuesta nunca será definitoria.

b. La expresión “no hay médicos” se ha convertido en el paradigma argumentativo de los gestores monoteístas, mimetizado por la población tras repetirlo y repetirlo hasta el aburrimiento. En el periodo analizado, la población española ha aumentado un 3%. En este mismo tiempo, el número de médicos en el sistema público ha aumentado en atención primaria un 5% y el 24% en médicos hospitalarios, muy acorde al hospitalocentrismo dominante. En el total (público/privado), el número total de médicos ha aumentado más del 13%.

c. Los pacientes demandan y demandan sin fin. Es un argumentario que intenta deslizar la responsabilidad, incluso culpabilidad, en el paciente. Cierto que aspectos de educación sanitaria han quedado en el olvido de la mesita de noche, y tampoco el paternalismo del sistema ayuda en la proyección de una demanda sanitaria que no sea perniciosa. Es difícil cuantificar una demanda innecesaria, incluso es difícil definirla, aunque se puede intuir a través de la inasistencia (no avisada) de las citas médicas. En la actualidad, 11 millones de consultas/año en atención primaria quedan vacantes (2023) por inasistencia. La tecnología puede aminorar el tiempo dedicado a aspectos administrativos, pero siempre queda la duda de si la falta de comunicación médico-paciente es por olvido/dejadez, sobrecarga o cualquier otra consideración.

d. Los gestores actúan supeditados a los políticos. Es un mal crónico que se expande incluso a cargos de segundo nivel. Profesionalizar, despolitizar y desburocratizar la gestión pública es cómodo de decir pero inhábil de ejecutar. El escuchar y compartir con las partes que conforman el sistema es una condición para revertir el statu quo.

e. Cada vez estamos peor. Monopoliza la frase más repetida en la sección administrativa de los centros de salud. Los datos del barómetro sanitario lo confirman, aunque no con la rotundidad que manifiestan los titulares de los medio de comunicación. La media de satisfacción de los usuarios/pacientes con el sistema sanitario 6,26/10 en 2023, es la peor en los últimos 11 años, con diferencias importantes en atención primaria y atención hospitalaria; ello puede estar condicionado por cambios en la metodología y por cierta creatividad contable. Se desconoce la media de satisfacción de los médicos; no hay encuestas disponibles, nadie pregunta. Pero el orgullo de pertenencia, tan capitalizado en otros momentos, ha sido menoscabado con trabas tanto administrativas como de índole institucional.

f. Las listas de espera evocan imágenes. Unas aparecen en el presente: preocupación, angustia, ansiedad; otras ya se vislumbran en el futuro cercano: dolor, soledad, sufrimiento y necesidad de encontrar respuestas. Esta necesidad de hacer algo dirige, incluso sin quererlo, hacia los seguros privados. Estos aumentan y aumentan año tras año, afectan a todas las clases sociales y alguien, en algún momento, señalará las consecuencias de todo ello; ojalá no sean tan dramáticas y no sean perennes. (Casi) nada es lo que parece; el porcentaje de pacientes con más de 6 meses en lista de espera quirúrgica son: Navarra (9,8%), Madrid (0,5%), Cataluña (30,3%) el 30/6/2025.

Existen 2 hechos relevantes: quienes huyen del sistema son fundamentalmente la clase media y el riesgo real de volver a un sistema basado en la beneficencia.

Surge la duda de cuánto puede mejorar la salud poblacional con la minimización de los aspectos considerados. La comparación con países de nuestro entorno cultural, en parte porque su sistema sanitario puede ser muy diferente respecto a condicionantes como el copago, dificulta el sacar conclusiones.

Si los cambios de gobierno no conllevan cambios en la política sanitaria, algún pedagogo ilusionista debiera instruir sobre el por qué no se dicta y ejecuta un Libro Blanco o, al menos, una Ley de Sanidad que incluya y considere todas las partes. La salud de los ciudadanos no puede estar sujeta a la lucha partidista ni a un botín de corsarios. Todos los políticos gestores arrastran los pies tras los problemas, van a ritmo de jubilado y las medidas proactivas están enmochiladas por miedo a equivocarse; y, desde luego, por miedo a perder el don de mando.

Están surgiendo propuestas que requieren modificaciones de la arquitectura institucional (así denominada). Es fácil identificarse con algunas de ellas, pero deberíamos ser muy cautelosos en lo referente a otros aspectos tales la modificación de criterios de reclutamiento y promoción del personal sanitario.

Las grandes cifras esconden grandes certezas pero también dispersiones. No obstante, la sanidad (pública) es clave para la equidad y justicia social, adhesivo que conforma la democracia española. Y, quizás por ello, es la institución que mayor confianza inspira en la ciudadanía (Fundación BBVA: confianza en la sociedad española).