El candidato es un buen hombre. Un mártir, a decir verdad. Se sacrifica en demasié por los demás. Se presenta como candidato a encabezar una institución que él mismo ayudó a crear, que él mismo levantó y que él mismo dirigió junto a su amigo por el bien del oficio y de la profesión. No tiene afán, no tiene interés –asegura en público y en privado– en enredarse en todo esto, pero qué va a hacer. Es un prócer del pueblo. Si hubiese otra alternativa, él mismo lo dejaba. Ya lleva más de 17 años gastados de su vida personal y laboral en esta tarea desinteresada. Ahora bien, que otras personas se presenten y quieran tomar el relevo es para él, a todas luces, una deslealtad. Un despropósito. Un inconveniente. Es por eso que sigue. Es por eso que se presentará. Es por eso que es el único candidato.
Es que, comprenderán ustedes, no hay nadie más en toda esta institución, en toda esta comunidad, capacitado o capacitada para llevar esta inmensa y encomiable tarea a buen fin. Él mismo redactó los estatutos. Él mismo es un padre fundacional de esta obra. Y él mismo sabe que también se le olvidó redactar un reglamento electoral, quizás porque nunca contemplaron que hubiese elecciones. Hasta ahora nunca jamás se había dado esta extraña circunstancia en la que los miembros colegiados reclamasen una renovación de la junta, a ser posible por vías democráticas.
Pero el candidato está adornado por un sinfín de virtudes. Es un hombre sosegado: responde con vehemencia y contempla con sabiduría los tiempos de la naturaleza. Tarda más de dos meses en responder a un correo electrónico y no admite las dimisiones de aquellos que alguna vez quisieron participar en la gobernanza. Renunciar es una debilidad. Si alguien pregunta, le dirá en un tono amable, cariñoso y paternalista que no se preocupe, que está todo bajo control. El suyo. Si alguien quiere saber más, él les dirá que a su debido tiempo todo se sabrá, que no sean impertinentes.
El sufragio y la elección son un incordio. Pero las urnas tienen su atractivo, el erotismo de saberse electo por los demás. Finalmente, una genialidad: él mismo supervisará el proceso electoral en el que él mismo será el único candidato. Superando el viejo axioma rajoyístico: “Es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde”. Él mismo será juez y parte. Alcalde y vecino. Candidato y supervisor. Ante la concurrencia de otra candidata o candidato, tendrán que presentarse ante él mismo, que dirimirá si todo está en orden. Su orden.
Así, en ausencia de ninguna otra persona capacitada, en ausencia de un proceso electoral independiente, en ausencia de otros cómplices que le asistan y en ausencia de cualquier otra alternativa; el día de las elecciones, el próximo 27 de diciembre, puede pasar a renombrarse directamente como “ceremonia de coronación”. Porque será ese día en el que el candidato se corone. Y dejará de ser candidato. Laureado por la irrelevancia de un proceso hecho a medida será, una vez más, por los siglos de los siglos, elevado a cabeza visible de la representación de nadie.
El autor es periodista y exmiembro de la Junta de Gobierno del Colegio Navarro de Periodistas