Una década después de la firma del Acuerdo de París el 15 de diciembre de 2015, el panorama de la crisis climática mundial ha cambiado significativamente. Diez años después, las emisiones y temperaturas globales se mantienen en máximo históricos, y en 2024 se sobrepasó 1,5ºC, que era el límite que el Acuerdo de París venía a plantear para finales del presente siglo.
El Acuerdo de París fijó una serie de necesidades y metas porque se creó en lo que decía la comunidad científica. Desde entonces, no han dejado de acumularse evidencias de que el calentamiento se está acelerando progresivamente y de que los fenómenos meteorológicos extremos van a ser cada vez más duros y abundantes. Fenómenos que se traducen en cientos de miles de muertes y en cientos de miles de millones en pérdidas económicas. Tanto el negacionismo ultraderechista como el retroceso en las políticas medioambientales –en el que parece haberse instalado la UE– suponen un peligro.
Muchos modelos señalan un aumento de la temperatura superior a 4ºC para finales de siglo. No obstante, también hay que decir que por primera vez en la historia, durante la primera mitad de 2025, las energías renovables han generado más electricidad a nivel global que el carbón, el pilar energético de la era industrial durante más de un siglo.
El motor de este cambio ha sido el crecimiento exponencial de la energía solar y eólica. Sin embargo, el progreso no es uniforme. Este avance está siendo impulsado de manera decisiva por países emergentes, con China e India a la cabeza. China, por sí sola, está instalando más capacidad renovable que el resto del mundo. En contraste, las economías más ricas, como Estados Unidos y la UE, han mostrado una tendencia opuesta, aumentando su dependencia de los combustibles fósiles en el mismo periodo.
El último informe de GlobalData viene a decir que “a pesar de los avances considerables en el desarrollo de potencia renovable, China continúa dependiendo de manera importante de la generación térmica”. La gran confianza que tiene este país en la generación eléctrica con carbón, además de presentar una gran polución que ha convertido las ciudades chinas en algunas de las más contaminadas del mundo, está haciendo que China sea el mayor emisor de gases de efecto invernadero a nivel mundial y va en aumento.
Vivimos en un umbral histórico. La era de la inestabilidad sistémica permanente es la descripción de una realidad en la que vivimos cada vez de forma más acelerada. Los desastres en los que ha tenido que ver la crisis climática, con la DANA en Valencia, los incendios del pasado verano en el noroeste peninsular, los de Los Ángeles y otros territorios no son ya una excepcionalidad.
Durante la Cumbre del Clima (COP30) celebrada en Brasil hace un mes, los gobiernos y demás instituciones volvieron a certificar su impotencia. La declaración final de la Cumbre queda muy lejos de las expectativas con que se iniciaron las reuniones, pero que fue frenada por una unión de países petroleros y naciones en manos de gobiernos partidarios de retrasar, cuando no torpedear, la lucha contra la crisis climática.
José María Baldasano, catedrático emérito de Ingeniería Ambiental de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), ha escrito una verdadera historia del negacionismo climático (Dos grados no es para tanto, editorial Cátedra), donde desentraña las raíces de este intento de negar la ciencia.
José María Baldasano viene a decir que “el negacionismo, el escepticismo climático y las teorías de los conspiradores se han convertido en una nueva religión. Es el papel que tenía antiguamente la religión. Y este negacionismo se ha intensificado en los años 90. Hasta 1990, el movimiento negacionista es muy corporativo, propio de las empresas de combustibles fósiles. Pero a partir de los años 90 el cambio climático deja de ser un asunto científico para convertirse también en un asunto político. Es el momento en que el movimiento económico neoliberal, que ya ha ido emergiendo desde los finales de los 70, se convierte en un componente que va mucho más allá de la vertiente económica empresarial para ser un componente de ideologización política. Entonces, ahí se busca un nuevo enemigo donde proyectar el modelo de consumo y el modelo capitalista radical”.
Y, afirma que “el escepticismo climático hace más daño que el negacionismo porque las pruebas de la existencia de un cambio climático son ya inequívocas. Pero el escepticismo da lugar a un retardismo oscuro, que dice: “no tomemos medidas, no regulemos”.
Pero volviendo a las Cumbres del Clima (COP), y sus fracasos, cabe preguntarse: ¿no hay solución desde arriba? No sé si es para tanto. Pero, sí que cada vez tiene más peso la acción local. ¿Es la hora de las comunidades resilientes? ¿Qué es una comunidad resiliente en la situación en que vivimos?
Una comunidad resiliente es aquella que se prepara, se organiza y se adapta para afrontar, resistir y recuperarse de la crisis climática y de otras; donde existe capacidad de autoorganización; donde hay recursos y conocimiento compartido (alimentos, energía, reparaciones, primeros auxilios…); donde emergen significados comunes, rituales de cuidado, otras formas de vida más sostenibles y de gestión de recursos.
Algunas de las claves son el aprendizaje social, la acción colectiva, la comunicación de la información, el asociacionismo y las redes horizontales, que aguantan mejor ante la crisis ecosocial. La acción ya está aquí, en los territorios, como las comunidades energéticas (donde vecinos producen y consumen su propia energía renovable), los laboratorios sociales (espacios de experimentación de soluciones innovadoras) y las redes de alimentos circulares (sistemas que reducen residuos y conectan productores y consumidores locales).
El autor es presidente de Fundación Clima y Premio Nacional de Medio Ambiente