Pamplona - Sabino ya era una leyenda antes de su muerte, el viernes, en Pamplona, a los 83 años. Eso solo ocurre con los grandes futbolistas. Antes de los elogios de la despedida, de las biografías adornadas de adjetivos, de los epitafios de compañeros y aficionados, de recrearse en un currículum extenso en partidos y goles, antes de todo eso, Sabino Andonegui Belaustegui, hombre recio natural de Mutriku, ya ocupaba un lugar en el Olimpo osasunista. Porque sus hazañas, sus remates de cabeza sobre todo, eran un relato que pasaba de padres a hijos; de tal forma que aunque muchas generaciones solo tuvieran referencia de su saltos por fotografías en blanco y negro y recortes de periódicos, era como si lo hubiéramos visto con nuestros propios ojos.

La cabeza de Sabino, cosida de cicatrices, era un reliquia venerada por el osasunismo. Pero, ¿qué le hizo diferente? Según su compañero Adolfo Pérez Marañón, con el que compartió vestuario entre 1954 y 1960, “le daba al balón una potencia impresionante. Ha sido el mejor rematador de cabeza que he visto. Ha habido otros muy buenos como César (Barcelona), Pepillo (Sevilla) o Santillana (Real Madrid), pero Sabino lo tenía todo: salto, potencia, dirección...”. Habla Marañón de Sabino no solo con el cariño por el compañero desaparecido, sino desde “la admiración” que como futbolista le profesaba.

El centrocampista de Olite, que este mes cumple 80 años, destaca otras particularidades: “No era el giro de cabeza para golpear el balón lo que le hacía diferente, era su capacidad para retorcer el cuerpo y, con ese movimiento, darle más fuerte al balón. Era igual que le llegara la pelota de espaldas: él movía el cuerpo y conseguía poner el balón donde quería”.

Recuerda Marañón los épicos duelos con el central Jesús Garay (Athletic, Barcelona...), y cómo otros defensas menos exquisitos que el bilbaíno le buscaban las cosquillas, le trataban de sacar del partido. “No tenía una mala palabra ni un mal gesto. Siempre les decía lo mismo: “¡pero hombre, pero hombre...!”, era toda su queja cuando le sacudían”, señala. Un tarea, la de marcarle, que debía ser difícil por la corpulencia del delantero rojillo. Una característica física, que, sin embargo, no le restaba, según Marañón, un buen manejo del balón con el pie para el pase y una buena lectura táctica del juego. “No necesitaba correr mucho ni muy rápido para estar bien colocado”, rememora su excompañero.

Ahondando en su fútbol, el periodista Nivardo Pina, con motivo de una lista de 32 preseleccionados en octubre de 1956 que iba a facilitar el seleccionador español Meana, publicó lo siguiente en El Mundo Deportivo: “Y, entre los nuevos, positivamente uno: Sabino, del Osasuna. Delantero centro a la antigua, puede ser práctico entre dos interiores que le sirvan a modo el cuero. Sabe moverse en el área y sabe rematar de cabeza y con buen disparo con ambas piernas. Vamos, un mirlo blanco que se le escapo al Athletic por el ascenso de Osasuna. La falta que le hace a Daucik un Sabino en sus huestes?”. Sabino no llegó a debutar con la selección.

Como ayer y hoy, Sabino fue uno de los futbolistas de Osasuna en la órbita del Athletic. También le pretendieron con intensidad el Atlético de Madrid, Valencia (al que Osasuna le pidió 500.000 pesetas) y el Zaragoza. Cuando dejó Pamplona, protagonizó una brillante etapa en las filas del Sabadell (1963-67), club con el que ascendió desde Tercera a Primera división. Terminó su carrera en las filas del Tudelano, donde volvió a coincidir con Adolfo Pérez Marañón. Dicen que a su reclamo, eran cientos los aficionados de la Ribera que acudían al desaparecido campo de Griseras.

Vínculos En el vestuario, abunda Marañón, Sabino no era de los más habladores y agitadores. Era su carácter. Tampoco exageraba en las celebraciones de los goles: ni corría como loco ni hacía gestos grandilocuentes Durante su estancia en Osasuna y en Pamplona, fraguó una estrecha amistad con Manolo González y Peio Egaña (mitos rojillos de los años cincuenta y fallecidos también en el último año) y José Luis Areta. Eran inseparables durante su época como profesionales y cuando tuvieron que reciclarse luego en la vida civil. Junto a Peio Egaña, abrió y regentó durante muchos años la cafetería Nevada, en la avenida de San Ignacio.

La saga Andonegui tuvo continuidad en uno de su hijo, que destacó en las filas de Oberena. Pero nadie ha heredado aquel golpeo de cabeza... Como describía Hoja del Lunes de Barcelona después de que marcara al Barça el gol del empate (2-2) en San Juan el 30 de diciembre de 1956, “Sabino puso la cabeza donde otros podían poner la bota...”.

Los restos mortales de Sabino serán conducidos hoy, a las 10.15 horas, al cementerio de Pamplona. El funeral se celebrará mañana, a las 19.30 horas en la iglesia de San Saturnino.