Una duda ingenua que nos asalta en fines de semana como éste: ¿por qué cada vez hace falta menos nieve para que se aplace un partido de fútbol? ¿Cuándo se jugó por última vez un encuentro sobre un manto blanco y el correspondiente balón de color vivo? Si el fútbol es al aire libre, y al aire libre ocurren cosas como que a veces nieva, ¿por qué suele bastar un dedo de nieve para aplazar? Y eso, sin entrar en la picaresca habitual de que los equipos implicados tienen voz y voto en el aplazamiento, y rara es la vez en la que uno o los dos suelen tener alguna razón egoísta para aplazar. No es que estemos llamando señoritingos a los futbolistas -les trae sin cuidado la nieve, son los que menos frío pasan en días así-, sino que constatamos que cada vez estamos todos más tontitos con la lluvia, la nieve, la sequedad o humedad del césped y demás circunstancias. A este paso, en medio siglo se obliga a que todos los campos tengan techo.