Lo primero que tengo que decir tras esta incomprensible derrota es que con Diego Martínez esto no pasaba... Que el anterior entrenador de Osasuna tenía una tendencia conservadora fluyendo por sus venas hasta llegar al cerebro que me río yo del programa electoral de Pablo Casado. Que era ponerse con un gol por delante en el marcador y aquello parecía un curso de prevención de riesgos laborales: seguridad, sobre todo seguridad. A Diego Martínez no le remontan el partido de ayer y menos con un 0-2 a su favor y teniendo en frente a un rival que presentaba más agujeros en su defensa que una manzana poblada de gusanos. Y muy poca pegada adelante. Hubiera retirado Diego Martínez al delantero y recolocado una defensa de cinco con tres centrales en funciones de zagueros de remonte. Que le llamen cobarde o segurola o amarrategui, pero los puntos, para Pamplona. Para el entrenador gallego, el espectáculo es el cuadro de la victoria, el dibujo que trazan los números en la clasificación al final de la jornada, mirar a los contrincantes desde arriba. A Diego Martínez no se le escapa este partido... Otras cosas con más trascendencia, sí.

No voy a decir que prefiero digerir la pena de ver a Osasuna perdiendo así que ganar dando pena, porque es un mal consuelo. De lo que sí estoy seguro es de que con el carácter que demostró ayer Osasuna en Tenerife, con la ambición rayana en la temeridad de querer jugar siempre en el área del rival, de interpretar el fútbol desde su versión más lúdica, el equipo estará siempre más cerca de la excelencia que de la complacencia. ¡Ojo!, tampoco confundirse con algún ataque de prepotencia, de soñar que puedo hacer tres recortes dentro del área antes de chutar a portería o pensar que Osasuna es Osasuna Magna (de fútbol sala) y me meto hasta la red haciendo paredes. Se agradece el virtuosismo después de tantos años de juego directo, pero tampoco confundamos los papeles.

Porque la derrota de ayer tampoco entra en la catalogación de accidente. No pasó nada que pudiera estar fuera de control salvo ese cabezazo suicida de un Unai que sufrió otra vez cuando tenía que tirar la línea y se quedaba enganchado y cohibido. No es un accidente despreciar remates al primer o segundo toque; no es un accidente amontonar las ocasiones de gol en los diez primeros minutos de la segunda parte y pasar del posible 0-3 al amenazante 1-2. No es un accidente que Arrasate no tratara de poner un poco más de cordura al juego desbocado de sus muchachos con cambios o recomponer líneas más allá del 4-2-3-1 que se vio en algún tramo del segundo tiempo. No es un accidente, en fin, que el Tenerife remonte con dos goles conseguidos metiéndose hasta la cocina sin que el sistema defensivo bloquee a los atacantes.

Los rojillos vieron los puntos ganados con media hora todavía por delante y recibieron una cura de humildad. Brindaron un partido abierto, plagado de incidencias, de taconazos geniales, de jugadas ingeniosas, de constantes llegas al área, de un juego espectacular hasta el último córner. Creo que la lección que supone esta derrota les va a venir bien al entrenador y a los jugadores, que aplacará un poco el entusiasmo de todos. Porque el ascenso está al alcance de la mano por el buen fútbol y la ambición. Y eso con Diego Martínez no pasaba...