pamplona - Luis Ezequiel Ávila nació el 6 de febrero de 1994 en Empalme Graneros, una localidad humilde de Rosario. Ir descalzo y a caballo durante media hora era algo habitual en su niñez para llegar al entrenamiento. Allí, los vicios y las malas compañías eran los principales obstáculos que se interponían entre él y su deseo de llegar a ser futbolista profesional.

Chimy Ávila (le pusieron ese apodo porque él es picante, como el chimichurri) no hubiera tenido tanta suerte de no haber llegado a Primera División: “El ambiente de mi barrio era que hoy podría hacer esta entrevista o estar detenido. Es complicado porque, por un lado, ves que tus amigos viven de noche y tú te levantas a las seis de la mañana para entrenar”, confesó en una entrevista concedida a Marca el año pasado.

De recia fe cristiana, el delantero argentino atribuye a la providencia divina el que su hija sobreviviera a una enfermedad que le tuvo al borde la muerte: “De tanto rezar con mi mujer, llegó un día en que mi hija ya estaba curada. Fue un milagro”.

Lo que no fue un milagro fue su llegada a Primera División. Detrás del éxito del nuevo jugador osasunista hay mucho trabajo, sacrificio y sufrimiento. Ávila dio sus primeros pasos en el club Tiro Federal y con 17 años viajó a Barcelona con la ilusión de jugar en el Espanyol, aunque su periplo duró solo seis meses y regresó al club rosarino.

Por problemas judiciales, Chimy dejó el fútbol durante dos años en los que vivió un auténtico calvario, una caída al ostracismo de la que solo Carlos y Jorge Bilicich, agentes del jugador, lograron salvarle. El fútbol regresó para el exdelantero del Huesca. Pasó por Estados Unidos y el San Lorenzo en Argentina hasta que finalmente fichó por el club oscense, en el que se dio a conocer al fútbol español.

“Valoro mucho la vida. Cada partido que juego, lo juego siendo feliz y recordando mi pasado. No sé si tengo responsabilidad jugando al fútbol. Responsabilidad tienen muchos trabajadores... ¿qué responsabilidad puede tener un futbolista? Cada partido lo disfruto mucho porque no sé si mañana lo voy a poder volver a hacer...”, dijo a Marca. Como puede intuir el lector, su manera de entender el fútbol está íntimamente ligada a su filosofía de vida.

En resumen, nadie le ha regalado nada y siempre ha tenido que luchar por todo. Un guerrero que, como dijo el director deportivo Braulio Vázquez, “tiene ADN rojillo”.

El fútbol le salvó la vida. “El ambiente de mi barrio era que hoy podría hacer esta entrevista o estar detenido”, confesó hace un año a Marca.

La fe, su gran resorte. La hija del jugador estuvo a punto de fallecer debido a una complicada enfermedad. El jugador cree que sus oraciones le salvaron la vida.

ávila “cada partido que juego, lo hago siendo feliz y recordando mi pasado”

Sus complicados inicios le hacen valorar aún más su presente como futbolista. Un guerrero dentro y fuera del campo.