Cornellà-El Prat - Osasuna firmó ante el Espanyol una de esas victorias grandes reservadas a equipos que circulan con aplomo y convicción por la Liga. Fue un triunfo grande porque fue rotundo en el marcador y todavía más amplio en el esfuerzo, porque se fabricó durante muchos minutos, más de media hora, con un jugador menos en el campo, por la expulsión de Roncaglia a los pocos minutos de la reanudación, cuando los rojillos acababan de montarse la remontada. Y fue una victoria enorme porque se fraguó a partir de ofrecer una imagen de equipo excepcional, con oxígeno y compromiso latiendo al mismo ritmo en el pecho de todos los jugadores.

El Espanyol, que se encontró con un gol de penalti en esos momentos en los que se creía que con la inercia de la necesidad y su condición de local le bastaban para arrodillar a Osasuna, fue barrido del terreno de juego en un segundo tiempo vergonzante para los aficionados que, gritando contra la directiva y los jugadores, realizaron el diagnóstico de la descomposición que vive la entidad.

La victoria de Osasuna también fue grande porque grabó a fuego momentos inolvidables para la historia feliz del equipo. Instantes para recordar, porque fueron sólo segundos de actividad frenética de los rojillos. El esprint de Chimy Ávila en el tiempo de descuento, invadiendo la calle de su rival y lanzando chispas en la pelea, para perseguir hasta el final un balón poco sugerente para otros, sacando como premio un penalti y el consiguiente gol fue un gran ejemplo de este Osasuna que no se rinde.

Los otros lances inolvidables fueron protagonizados por el mismo jugador. A Moncayola se le vio tanteando las distancias y midiendo los terrenos cuando le tocó salir al campo en lugar del lesionado Nacho Vidal. No pasaron ni cinco minutos cuando desbordó por su banda en una arrancada que sacó los colores al oponente de su carril y que terminó con un centro sin rematador. La segunda carrera fue con el partido pendiente abajo, a cinco minutos del final y, esta vez con el balón, no pestañeó para marcar un gol montado en su apisonadora.

Los detalles de alcurnia del equipo de Arrasate llevan aparejadas sus consecuencias clasificatorias, que no son pocas, ya que a punto de realizar el primer gran balance de la temporada con la conclusión de la primera vuelta, Osasuna se presenta como un conjunto solvente a cada encuentro y válido para firmar la permanencia. La batuta del técnico, además, queda reivindicada a cada encuentro porque con él ha llegado ciencia y estímulo para el equipo, que es un buen método para lograr los objetivos.

Osasuna llegó al campo del Espanyol a afrontar el encuentro del trabalenguas. No en vano se trataba del primer partido tras perder en El Sadar por primera vez tras 31 partidos. Un escenario emocional novísimo, pero puntos en juego con el mismo valor. Ahora que el campeonato comienza a acercarse a su primera mitad, en algunos encuentros hay peso mayor porque han aumentado las necesidades. En estas anda el Espanyol, metido en el fondo de la clasificación, que ya está jugando casi finales. No respondió el primer tiempo a este plus de necesidad de los locales y, al contrario, no cometió excesos en ataque, lo que con el paso de los minutos también se reveló cómo un mal síntoma.

Sin sufrir, sin ocasiones, sin mucho juego estaba Osasuna cuando llegó la jugada decisiva de la primera mitad. Uno de esas acciones empujadas al protagonismo tras el aviso del VAR y que, en este caso, supuso un penalti en contra para los rojillos. El público no se aclaraba, tampoco sabía por qué le habían recetado una tarjeta a Roncaglia, pero brincó con alborozo aumentado por el cobro de la pena máxima en forma de gol.

Fue el único camino hacia el gol del Espanyol, que sólo encontró otra acción muy clara en un cabezazo en soledad de Pedrosa tras un centro de Wu Lei. Poco fuste para estar jugándose la vida en la Liga, o algo menos dramático por lo que se vio.

Osasuna exhibió en la primera parte su tradicional producción ofensiva a base de centros sobre el área y tampoco quiso ser rácano en los disparos a puerta, aunque el único con verdadero peligro fue obra de Roberto Torres que, a un minuto del descanso, vio cómo su derechazo desde el borde del área fue empujado hasta el larguero por Diego López. No fue un primer tiempo brillante, en el que tampoco el debutante en la portería en Primera, Juan Pérez, se vio especialmente sometido a la presión rival.

Nadie estaba preparado en Cornellà para lo que se le venía encima. La locura que se les abalanzó. El mero recuento de acontecimientos no habla de otra cosa. En el primer minuto marcó Rubén García y tres más tarde lo volvía a hacer Chimy Ávila aprovechándose de un fallo tremendo de uno de los centrales. La locura le hizo una burla a Osasuna cuando antes de llegar a los diez minutos de la reanudación se quedaba con un hombre menos tras ver Roncaglia la segunda amarilla por una acción más entusiasta que fría. La historia del partido estuvo entonces en el paradón del debutante Juan Pérez a un testarazo de Calleri. Con uno menos, con el Espanyol aparentemente reactivado por la inferioridad numérica de Osasuna, un empate sonaba a fatalidad.

Osasuna creció, sin embargo, con el paso de los minutos, y entre el músculo de Moncayola, la tenacidad de Chimy y el compromiso de todos para apretar los dientes con uno menos, el partido se fue escribiendo al ritmo de los rojillos. Antes de que Moncayola firmara el tercero, el atacante argentino estuvo a punto de firmar dos goles más en su monólogo de coraje sin fin. Un premio logró para los suyos con la acción del penalti en el descuento. El tanto del Espanyol precisamente en este tramo añadido no le afeó el marcador a Osasuna, que había dado toda una lección.