La perfección no existe. O es una virtud de efecto y resultados momentáneos. Es imposible ser siempre perfecto. O serlo más de media hora. Puedes ser tenaz y constante en un esfuerzo acotado en el tiempo, pero acompañarlo de la genialidad y la eficiencia es ya una suma complicada. Eso raya la excelencia. Y era lo que necesitaba ayer Osasuna para someter al Real Madrid. Más de lo que pedía Arrasate el sábado: un Osasuna perfecto y un Sadar perfecto. Buscando esa quinta dimensión como equipo, el hacer las cosas bien y mejor que quien cumple casi siempre con esa exigencia, quizá quedó relegado a un segundo plano lo que tiene que ver con el genio, entendido aquí como un carácter beligerante y combativo. En algunas fases del juego, Osasuna lució un buen manejo de la pelota, dominio del espacio, ritmo en las transiciones y determinación para acabar las jugadas. Pero cuando perdió el balón, cuando el adversario llevó el partido a su terreno, cuando hubo que correr detrás de la pelota y acometer el área del rival como un asalto a pecho descubierto, entonces se echó en falta ese empuje de otras tardes y de otros memorables duelos con este mismo equipo. Un partido a mala cara de los de toda la vida, con faltas, retos al rival y un expeditivo “nos vemos fuera”. No pido una de aquellas advertencias cancheras del tipo “a la siguiente voy a por ti y no juegas en Mundial...”, pero si una evocación del “aquí no gana ni Dios”, de César Cruchaga. Es esta una forma imperfecta de entender el fútbol, según los cánones actuales, pero que por aquí siempre ha dado réditos. Esa idiosincrasia no se hizo visible cuando el empate aún era posible, pero los jugadores son los que son y el estilo es el estilo. Y el Madrid es el Madrid y si puede te mete cuatro...

Fue esa primera media hora de partido lo más cercano a la perfección en el lado de Osasuna. Con un salida propia de la vieja escuela, con tres llegadas inquietantes en cinco minutos, con Estupiñán llevando la pelota hasta el palo. El plan diseñado por Arrasate con Moncayola en el vértice más bajo del rombo que formaba con Torres, Brasanac e Íñigo Pérez, sufrió una seria alteración ya en el minuto 8 con la lesión del joven canterano, y aunque aguantó en el tiempo con la entrada de Mérida, fue superado poco a poco en la pelea con los mediocampistas merengues, bien asentados, circulando con rapidez y buscando todo el desahogo que aporta un futbolista como Benzema. Pero está claro que treinta minutos ante el Madrid no dan para todo un partido en el que las emociones también se suman a la fatiga que acabó acusando Osasuna.

Me quedo con el cabezazo en plancha de Unai, las carreras de Estupiñán (de defender mejor no hablamos?), la constancia de Íñigo Pérez y el pundonor de David García como evocación de aquellos otros duelos con el Real Madrid que comienzan a ser leyenda. Ahora, Osasuna, sin perder lo esencial de su filosofía como equipo, juega a otra cosa y lo hace muy bien. Perfecto, ayer, no lo fue. Porque solo el ambiente de El Sadar volvió a lograr ayer la excelencia. Y esta vez no llegó para puntuar.