a anterior experiencia aconsejaba tomarse ahora las cosas con cautela. El ascenso en 2016, lejos de ayudar a la estabilidad del club acabó sacando a todo el mundo de quicio, provocó un tsunami de decisiones descabelladas, desmontó un proyecto por el que tanta gente suspiraba y arrasó con la ilusión de que Osasuna volviera a ser lo que había sido. La Primera división fue un campo plantado de minas que siguieron reventando proyectos un año después. Tardó en llegar la sensatez y el sosiego a los despachos de El Sadar como tarda en cesar el encadenamiento de días de lluvia en Pamplona: no sabes cuánto va a durar pero sabes que al final escampa. Con la experiencia adquirida, con menos ruido, sin poner metas a corto plazo, tratando de empaparse de la premisa de ‘Quiénes somos’, reconstruyendo puentes, Osasuna ha arrastrado al osasunismo y viceversa. Parecía que, tras el reciente ascenso, sería difícil volver a hacerlo igual de bien, reforzar ese clima de confianza mutua entre equipo y afición, seguir disfrutando del fútbol y no convertirlo en un potro de tortura para todo el mundo, no condicionar los proyectos a los resultados, poner siempre por delante el ser al estar. Pero no ha hecho falta; el comportamiento dentro y fuera del campo subraya el acierto en los fichajes de la dirección deportiva; el entrenador ha demostrado que, por encima de las categorías, su manual de trabajo busca sostener la personalidad del equipo; parece que en los futbolistas sigue habiendo un compromiso que va más allá de la letra pequeña de los contratos y, en fin, la afición aplaude con orgullo estos 52 puntos astronómicos pero sin olvidar que hace bien poco las pasaba canutas en Sabadell o asistía abatido a la secuencia de fracasos en Primera y Segunda, por no hablar de la vergüenza de escuchar durante semanas cómo el nombre de su club iba asociado a las palabras amaño, corrupción deportiva, apropiación indebida o falsedad documental. Todo eso pesa en la memoria, pero ni puede ni debe borrase sino aprender de lo vivido para estar alerta.

Después de todo, no hay mejor escenario para conmemorar los cien años de vida del club. Con las peripecias que ha tenido que pasar Osasuna, las amenazas de desaparición, los interminables periplos por Tercera, las angustias económicas, las luchas intestinas, con ese bagaje está justificada la celebración. Pero el centenario no es una meta sino una etapa más. Y lo que viene sigue siendo complicado: fútbol a puerta cerrada, aumento del gasto, merma en los ingresos, mayor nivel de exigencia deportiva, pagar un estadio nuevo y recuperar el patrimonio. Mantener o mejorar la plantilla va a costar dinero, más aún cuando hay puestos como el de lateral izquierdo o un punta que juegue por detrás del delantero que son urgentes de cubrir. Ojalá se acierte y no se hipoteque al club en complicadas operaciones. También será importante dar su espacio a la cantera. Y hacer gala de transparencia tanto en la toma de decisiones como a la hora de dar explicaciones. Hay que seguir creciendo y fortaleciendo al club y sus estructuras. Tener claro quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos.