o peor de este partido en Sevilla -al margen de la derrota- es que ha enterrado de forma prematura y sin tiempo para relamernos el empate en el Bernabéu. Apenas 67 horas después de romper una racha negativa de quince años en el feudo madridista, Osasuna debía comparecer en el Sánchez Pijzuán para dar réplica a otro rival de cuidado. Pasamos, de un día a otro, del postpartido a la previa. Y arrancar un punto del terreno merengue merece celebración y reposo, dar espacio a los protagonistas, tirar de hemeroteca para repasar otras hazañas similares, deleitarnos con los pataleos de la prensa capitalina y hasta enfadarnos porque donde el osasunismo ve una encomiable tarea defensiva, los de más allá hablan de racanería. Quiero decir que un partido con el Real Madrid (y más cuando el resultado es positivo) no puede cerrarse en cuatro líneas, sobre todo cuando pone de relieve la progresión de Osasuna, la buena mano de su entrenador y las capacidades de su plantilla. Todo lo bien que los rojillos vienen trabajando desde julio tocó techo en Madrid. El efecto estimulante de ese punto, sin embargo, no tuvo tiempo de hacer efecto en el organismo rojillo, que en lugar de presumir de haber ahogado a Vinicius pasaba a interiorizar durante el vuelo a Sevilla cómo contener a Diego Carlos o a Ocampos. Pero el calendario de la liga de fútbol necesitaría meses de 40 días y años de 14 meses para encontrar fechas a tantas competiciones de clubes y de selecciones. Y los equipos una nómina con más de treinta profesionales. Así las cosas, cuando el resultado y las decisiones que viene tomando este curso Arrasate aconsejaban repetir con la columna vertebral de la alineación del Bernabéu, el técnico no tuvo más remedio que dosificar esfuerzos, introducir ocho cambios y tratar de repetir el plan y el dibujo de Mallorca para defender la racha como visitante. En ningún momento se pone en duda la competencia de los elegidos, pero era el mismo equipo con otras prestaciones. Creo que el mejor ejemplo es la desafortunada acción de 2-0 en la que dos de los futbolistas con menos minutos esta temporada, Juan Pérez y Areso, se enredan a la hora de despejar un balón al que ambos llegan con ventaja y arruinan las expectativas de sacar algo positivo en el partido.

Ese incidente resume un partido de corto recorrido que el Sevilla ventiló con una jugada a balón parado, las gracias por el regalo, y una superioridad en defensa que no concedió una sola oportunidad en la segunda parte a Osasuna. El partido de Madrid, el más exigente en cuatro años, en palabras del entrenador, pasaba factura y terminaba con la racha del mejor visitante. El equipo de Arrasate llegó ayer con menos claridad que en el Bernabéu, solo dispuso de dos acercamientos para marcar en los primeros quince minutos (Oier y Chimy) y consumió el segundo acto sin completar una jugada de ataque. Por eso, creo que deberíamos retomar el discurso donde lo dejamos el miércoles por la noche, con el subidón que supone birlarle un punto al Real Madrid sin tener que invocar a la fortuna. Dejemos pues la derrota de ayer en un accidente provocado, en buena parte, por el asesino que diseñó el calendario.

Un portero, canterano del Zaragoza. Darío Ramos, titular en el Promesas y ayer suplente por segunda vez con el primer equipo, llegó en verano procedente del Getafe B pero es un chico criado en la cantera del Zaragoza. En 2015 fue traspasado al Real Madrid, en la operación de venta de Jesús Vallejo, por un montante total de 6 millones.