Osasuna ofreció un monólogo en su primera aparición en la Copa de esta temporada y pasó la eliminatoria con comodidad y sin apuros, como corresponde a las cinco categorías de diferencia que le separan del modesto San Agustín del Guadalix, que llegó a igualar diferencias en un primer tiempo en el que los rojillos les dejaron respirar y soñar un poco. En ningún momento se sintió Osasuna por debajo de la exigencia que se le planteaba en el debut y sí fue capaz de resolver el choque con más contundencia que brillo -algo imposible sobre un terreno de juego duro y de apariencia lento-.

Arrasate tiró de los jugadores no habituales en la Liga y, dentro de un suficiente tono general, alguno insistió más que otros en dejarse ver. La Copa brinda estas oportunidades y, aunque la diferencia en el escalafón no permite sacar grandes conclusiones futbolísticas, sí se puede deducir otras a partir del entusiasmo y de la corrección. Ontiveros, por ejemplo, se tomó sus minutos de juego muy a pecho y fue constante en todo momento, con premio de un gran gol. También anduvo serio y trabajador Jaume Grau, como resultó un buen animador Cote tras el descanso. Darío, en las dos ocasiones que se atrevió a acercarse el San Agustín, tampoco tembló. Todo suma a la hora de suministrar confianza al grupo.

La Copa contra los equipos pequeños, sin embargo, puede llegar a convertirse en una trampa y su formato, jugándose todo a una carta en el campo del menor, persigue que haya sustos, incomodidad, reparto de emoción. No es que Osasuna cayera en alguna de estas circunstancias, pero sí se enredó en un primer tiempo con mucho dominio y poco acierto en el remate, sobre un terreno de juego poco favorable, al ser hierba artificial, que le hizo estar casi siempre poco cómodo. Llevó la batuta, pero se difuminó cuando tuvo que embocar a la red. Dos disparos fuera, uno de Roberto Torres a los veinte minutos y otro de Barbero, a tres del descanso, fueron las únicas oportunidades de los rojillos. La más clara correspondió sin embargo al San Agustín y Darío intervino con acierto en un remate del incordio local, Joselu, un chaval que ejemplificó el entusiasmo de los de casa.

El partido requería menos dominio merodeador y sí más determinación mirando la puerta, y a eso se aplicó Osasuna en el segundo tiempo, que no dejó de llevar el mando del encuentro, pero que le dio un plus más de intensidad. Intensidad, celeridad y también territorialidad, por decirlo de algún modo, porque se jugó definitivamente a pocos metros del área del San Agustín, lo que anunciaba lo irremediable. A Osasuna le vino bien la aparición en el campo de Cote, que funcionó como un agitador de juego y de ambición que animó al grupo. De hecho, el lateral asturiano firmó un disparo raso que obligó al paradón del meta del San Agustín.

Acampados en el medio campo local, los goles de Osasuna fueron cayendo rítmicamente, por pura inercia de los acontecimientos y todo cambió. Barbero se alió con un defensa para marcar el primero a la media vuelta; Roberto Torres culminó a puerta vacía una excelente jugada de ataque; Ontiveros marcó el gol de la noche con un lanzamiento desde más de veinte metros; y el Chimy, en el minuto 90, se apuntó una muesca más y una dosis para su restablecimiento con un cabezazo tras un excelente centro de Cote. La Copa sigue y eso es bueno para todos.