Osasuna volverá a jugar una final en Sevilla. Será la segunda vez en su historia centenaria. También en un torneo con el formato de eliminatoria a doble partido. De nuevo por un título de rango nacional. Otra vez en el primer fin de semana de mayo. Cuando los rojillos asomen al césped de La Cartuja, en el túnel del tiempo resonarán los pasos de aquel otro equipo que 99 años antes hacía su entrada en el rectángulo del campo de la Victoria en una tarde de sofocante calor.

Para llegar a ese momento, Osasuna tuvo que resolver una primera criba en forma de liguilla con el Avión donostiarra y el Luchana de Rentería. En el decisivo partido que otorgaba la clasificación para las eliminatorias posteriores el equipo de Pamplona ganó 2-0 al Avión.

Sevilla estaba subrayado en rojo en el mapa de aquella competición. En cuartos de final, el rival será el Sevilla Athletic Club. Originalmente denominado el Nevera, nació a principios de los años veinte como segundo equipo del Sevilla FC, del que se separa en 1922 y toma el nuevo nombre. El cuadro hispalense pierde 2-0 en San Juan y 1-2 en la vuelta. Solventada la eliminatoria, el delegado de Osasuna -viajaron con la expedición el vicepresidente Florencio Alfaro y el entonces vocal en la junta Joaquín Rasero- envió un telefonema al alcalde de la capital navarra comunicando el triunfo y acabando con un ¡Viva Pamplona!

En semifinales, Osasuna queda emparejado con el Tarrasa. En la ciudad catalana el resultado fue de 3-2. Pese a la derrota, los futbolistas disfrutaron de los actos programados por el Centro Navarro de Barcelona, entre ellos un banquete el lunes y posteriormente, en el Teatro Talía, Cebrián, actor paisano de los osasunistas, ofreció una representación en su honor.

Imagen del campo de la Victoria, donde Osasuna jugó la final de 1924. Archivo

Siete días después, Osasuna llevaría la eliminatoria al desempate tras ganar 3-0 en la capital navarra con goles de Urquizu, Burgaleta y Muguiro. Así las cosas, el billete para la final había que comprarlo en San Sebastián dos días después. Un nuevo tanto de Pedro Burgaleta, esta vez de penalti, puso a un club con apenas tres años y medio de vida ante su primera gran final. Por cierto que un par de semanas después de luchar por el título, Burgaleta obtenía con la calificación de sobresaliente el doctorado en Ciencias Químicas.

UNA MALA DECISIÓN

El Estadio de la avenida de la Reina Victoria era en aquellos años el feudo del Sevilla. Que albergara la final de la serie B -el mismo día peleaban por el título principal Real Unión y Real Madrid (1-0)- fue una terquedad de la Federación Nacional. Los intentos de Osasuna y Acero de jugar en una ciudad próxima a Pamplona y Bilbao resultaron infructuosos. Los argumentos que señalaban la gran distancia a recorrer y el fuerte desembolso que debían realizar ambos clubes no encontraron la comprensión del órgano rector, que en el colmo de la tozudez, llegó a recordar que si el partido dejaba beneficios, el 50% serían para el órgano federativo.

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Osasuna celebra en la plaza del Castillo el pase a la final de Copa del rey en Sevilla Unai Beroiz / CA Osasuna

El partido comenzó mal para Osasuna y terminó peor. Prácticamente en la primera jugada del partido el defensa Pepito Ilundáin cometió un penalti que permitió al Acero tomar ventaja. Gurucharri empataría en la primera parte, pero el segundo gol del cuadro de Olaveaga caería como una losa para unos rojillos que acusaron la carga de partidos y las altas temperaturas.

Aquel equipo, el de la primera final, estaba formado por algunos futbolistas que escribieron capítulos importantes en la historia del club. Jugó en la portería Serafín Areta, padre de la prolífica saga de futbolistas y tío carnal del actor Alfredo Landa. En defensa, Félix Zozaya, quien ya estaba en los primeros pasos del equipo, y Pepito Ilundáin, cuyos hermanos Juanito y Félix también vistieron la camiseta roja. En el medio campo, el prometedor Florían Ochoa, Ochoica, fallecido a temprana edad, Martín Goñi, y el polifacético, incombustible y siempre al servicio del club, Pacho Lusarreta. La línea de cinco, la de los delanteros, llevaba los nombres de Gregorio Eraso, el citado Pedro Burgaleta (otro diamante de la cantera del Colegio de Lekaroz), un Juanito Urquizu camino de la fama (Real Madrid y Athletic), el talentoso José Gurucharri, el rubio de Corella, y el prototipo de futbolista de Osasuna, por los siglos de los siglos, Martín José Muguiro.