Pamplona - La suya es una labor paciente. Un trabajo “arduo”, constante y minucioso, además de complicado. Pero es sobre todo una tarea “callada”, como puntualizan ellas mismas, ya que muchas veces pasa desapercibida a pesar de ser fundamental y sólida. Pero aunque no siempre se ve, sí se palpa en cada tela. En cada túnica, en cada bordado y, si cabe, en cada punto de costura. La Hermandad de la Pasión de Pamplona celebró ayer un sentido homenaje a sus costureras, un grupo de siete mujeres que poco a poco y con mucha paciencia han ido tejiendo los entresijos de esta tradición, algo que disfrutan con devoción y fe, pero también con cariño, orgullosas de formar parte de una historia tan grande.

Porque hace ya 131 años que esta entidad religiosa cobró vida en la ciudad, como un tributo de admiración hacia los pamploneses que supieron unir tres hermandades -Oración en el Huerto, Cristo Alzado y Santo Sepulcro- para dotar de esplendor al culto de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

Margarita Echeverria, Isabel Chocarro, Mari Jose Urdiroz, María Luisa Sala, María Pilar Barrio, Alicia Ilzarbe (que no pudo acudir), Mari Paz Alzueta y Ana Iguzkiza forman parte de ese taller de costura que, desde hace casi una década, ha conseguido dar vida con sus manos a toda una procesión, revivir sus pasos y secretos, despertar viejas costumbres cada año y fortalecer una fe que siempre les ha unido a la hora de tejer. De ella ha nacido una buena muestra de todos esos trajes y vestimentas que adornan los pasos de Semana Santa, las procesiones, como las del grupo de las Tres Marías o el de la Verónica. Ayer recibieron de manos del prior, Luis Javier Fortún, y del capellán, Alfredo Urzainqui, una medalla similar a las de la junta de Gobierno de la entidad aunque con el nombre de cada una grabado en ellas, en reconocimiento a esa labor silenciosa pero continua.

“Nosotros no seríamos nadie sin el trabajo de muchos de nuestros miembros. Nuestras procesiones exigen, por la forma en la que las hemos concebido, un vestuario colectivo muy amplio. Son una necesidad permanente que ha sido mantenida durante muchos años por el taller de vestuario con constancia, entusiasmo, alegría, discreción, dedicación y maestría”, señaló Fortún, agradecido.

Pero ellas son humildes, a pesar de que su trabajo no es secundario, “si no nuclear, esencial para la vida de la Hermandad”, reconocen los responsables. Cuentan que empezaron “con mucha ilusión”, la mayor parte de ellas expertas en eso de hilvanar, en el manejo de la aguja, y buenas conocedoras de la historia religiosa que engloba toda esta pequeña gran labor a la que han dedicado su tiempo.

Se reúnen una vez a la semana, ya después del verano, y le echan las horas que haga falta aunque confiesan que el trabajo más álgido se realiza después de Navidad, como preparativo a Semana Santa. “Es asiduo y tiene lo suyo, no es sólo costura: se organiza el vestuario de cada paso, es necesario un coordinador, alguien que dirija... Y cuando terminan las procesiones toca recoger y organizar. Tampoco lo puede hacer cualquiera”, reconoce María Luisa Sala.

En la Hermandad hay auténticos enamorados de estos ritos, personas que saben bien de una historia que ha acompañado a sus padres y abuelos, por lo que el relevo generacional es una cuestión no sólo importante, si no también necesaria. “Que vengan las nietas o nietos es complicado, es una nueva generación, no van tanto a la iglesia? Y eso también afecta aquí”, valoran, preocupadas.

Del taller forman parte mujeres con una media de edad de 75 años -la más joven tiene 72, María Luisa, y 80 la más mayor-. “Hace falta gente nueva, hay que renovar. No empezar de cero pero sí alguien que coja el toro por los cuernos”, indican. Y la que coja el testigo, apuntan, debe ser una persona “muy capacitada, que sepa adaptarse al futuro y darse cuenta de qué es lo que hay que renovar. Cualquiera no sirve para esto: hay que saber coser, eso sobre todo, pero también conocer la historia de la Hermandad”, apuntan Ana Iguzquiza y Margarita Echeverría.

Hace falta maña, por supuesto, pero también algo de fe. Aseguran algunas que lo de acudir al taller fue una cuestión de creencias, aunque también por la necesidad que había de participar en un lugar en el que confeccionan telas nuevas pero también auténticos “tesoros”. Y los saben valorar, pues entre los retales de esta pequeña historia se encuentran materiales más antiguos que los propios pasos, que tienen más de 130 años -el del Cristo Yacente data de 1882, y el más moderno, el de La Caída, de 1952-.

“Y llevamos el taller en el corazón: lo hemos pasado muy bien, nos han cuidado, nos han querido y ahora nos han distinguido. ¿Te parece poco?”, bromea Echeverría.

Premios de dibujo Y ya que no existe trayectoria si no hay proyección de futuro, recalcó ayer el Prior -que recordó que a la Hermandad le interesa incorporar a los niños porque al fin y al cabo son los que se convertirán en sus sucesores-, se entregaron también ayer los premios del II Concurso de Dibujo Infantil. Después de examinar más de 300 dibujos presentados, el jurado entregó un trofeo y un kit de pintura a Asier Echeverria, del colegio Regina Pacis de Burlada en la categoría de 2º de Primaria; Alicia Lacalle, del colegio San Cernin y de 3º de Primaria; y Ana Tanco, del mismo centro y ganadora de la categoría de 4º y 5º de Primaria.