ola personas, ¿Qué tal van los preparativos sanfermineros?, ya sé que es pronto pero...¿es cosa mía o ya todo el mundo habla de San Fermín?. De lo de los carteles ya hablamos otro día.

Bien, hoy toca seguir hablando de los palacios barrocos que el XVIII dejó en nuestra ciudad. Antes de nada he de decir que todos los datos, nombres y fechas han sido tomados de la magnífica obra "La arquitectura señorial de Pamplona en el siglo XVIII" de Pilar Andueza Unanua, Gobierno de Navarra 2004, y que quién quiera ampliar conocimientos lo tiene a su disposición en la tienda del servicio de publicaciones del Gobierno de Navarra en la Avda. de Las Navas de Tolosa. Dicho lo cual continuemos donde nos habíamos quedado.

Mis pasos me habían llevado a la calle de Navarrería en el antiguo barrio de Zugarrondo, así llamado en honor a un gran olmo que había en los terrenos que hoy ocupa la fuente de Santa Cecilia. Frente a mí se levanta el palacio dieciochesco peor tratado de todos los que tenemos, su historia viene un poco revirada desde su génesis, podríamos hacer una analogía con el hijo no deseado ya que quién lo erigió, D. Luis Guendica, de origen vizcaíno, apenas lo habitó por su condición de militar que lo llevó de destino en destino, y sus herederos, siendo propietarios de tan magnífica casa, preferían pasar sus días en otra propiedad que poseían en la vecina Huarte, incluso durante muchos años estuvo alquilada. Por matrimonios la casa de los Guendica pasó a ser de los Daoiz y es un hijo de esta casa Policarpo quién le da el título por la que todos la conocemos: Palacio del Marqués de Rozalejo. Dicho marqués fue alcalde de Pamplona un par de veces en 1825 y en 1828. A su muerte al no tener descendencia dejó como heredero a su amigo (esto SÍ es un amigo) Jose Javier Colmenares, otro conocido alcalde de Pamplona y propietario del palacio que tenía su puerta principal en lo que hoy es el bar Noe y su trasera en la gran casa que da a la plaza del Castillo y que ocupan las oficinas de Osasuna, Colmenares dejó el palacio a su hermana y ésta a sus descendientes que lo vendieron al gobierno de Navarra actual propietario de lo que queda.

Su vida ha sido de lo más variada, en 1903 albergó el colegio de los maristas, luego fue dividido en viviendas individuales y sus últimos avatares son de todos conocidos, durante años ha sido okupado como gaztetxe, violentamente desalojado y en la actualidad tapiado a cal y canto y con alguna que otra expectativa barajándose para su futuro.

El edificio es un sólido caserón con dos alturas más bajo y tres huecos por piso. Los dos altos disfrutan de balcones con balaustres de hierro que el paso de los ocupas ha policromado, pero sin agredirlos ya que el sistema empleado fueron hilos de colores que cubren el negro metal. El bajo tiene una gran portada con arco de medio punto con dovelas molduradas, a día de hoy con una reproducción del picassiano Guernica cerrándolo, y dos ventanas que han sido abiertas hasta el suelo, allí hubo un ultramarinos a un lado y un bar al otro. Corona el palacio el escudo pétreo añadido en el siglo XIX con las armas del marquesado de Rozalejo. Esperemos que se encarguen pronto de él y que tenga larga vida.

Mi paseo ha seguido por la calle de Aldapa para bajar a la del Mercado, he dejado a mi izquierda la puerta del zacatín, aquel lugar en el que hace muchos años podías ver toda suerte de animales que entraban vivos y salían durmiendo el sueño eterno en el capazo de alguna etxekoandre camino del puchero. He llegado al caserón del viejo seminario de San Juan que Juan Bautista Iturralde y su mujer Manuela de Munarriz mandaron construir en 1734 para que estudiasen muchachos de Arizcun y Baztán. Levantado sobre un zócalo de sillares el resto del edificio en ladrillo poco tiene de interés exceptuando su bonita portada netamente barroca en la que bajo una imagen de San Juan Bautista se leen los nombres de sus mecenas y la fecha de su gesto. He retomado mis pasos y he dejado a mi diestra mano un templo del hedonismo en el que desayunamos muchas magras con tomate y huevos fritos las mañanas sanfermineras y algún primero de enero, la mítica y ya desaparecida casa Marceliano.

Llegado a la cuesta de Santo Domingo he tomado a mi izquierda para ir a parar a la plaza del Ayuntamiento y plantarme ante lo que queda del edificio más importante levantado a lo largo del "settecento" pamplonés: la barroca fachada de la casa consistorial. Es obra de un sacerdote llamado José Zay Lorda y tiene la distribución propia de un retablo de iglesia con sus calles, entrecalles y pisos. Sus adornos son muchos y variados, así podemos contemplar los tres órdenes clásicos, dórico, jónico y corintio en las columnas que sujetan los balcones. Las obras escultóricas de José Jiménez pueblan la fachada de arriba abajo. Tenemos, flanqueando la puerta principal, dos grandes esculturas que representan la Prudencia y la Justicia, esta última mutilada porque el otro día algún vándalo incapaz de vivir en sociedad le rompió la mano y le robó la espada que en ella llevaba. La fachada está toda ella preñada de bajorelieves con motivos vegetales, roleos y volutas, en lo alto encontramos un Hércules armado de maza en cada esquina y remata el edificio un tímpano neoclásico coronado por una figura de la fama tocando un clarín a la que flanquean dos leones, símbolo de la ciudad, que sujetan los escudos de Pamplona y de Navarra. En 1952 el edificio que esta barroca obra presidía fue derribado para levantar el actual más acorde con las necesidades de la burocracia y el gobierno municipal. Con buen criterio se dejó en pie la cara que hoy disfrutamos. Artísticamente puede despertar muchas opiniones, hay quien dice que es un gran pastel de cumpleaños, hay quien la alaba incondicionalmente, hay quien critica la calidad de sus esculturas, y hay quien no entra en juicios porque es nuestra fachada municipal y punto y entre estos últimos estoy yo.

Viéndola he hecho un pequeño ejercicio de imaginación y de recuerdo y la he llenado de gente y de ruido y me he rodeado de blanco y rojo y he visto y sentido como alguien desde el balcón más alto quemaba una mecha que hacía volar un vivo cohete que al explotar anunciaba el comienzo de eso que todos esperamos con ansia.

Mis líneas se han vuelto a llenar y aun me quedan cuatro edificios por comentar. Será el próximo domingo y con ellos daremos por terminado este pequeño serial palaciego.

Sed buenos.

Besos pa tos.

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