ola personas, desde mi forma líquida, derretido, os escribo. ¿Recordáis aquella película que se titulaba "Los dioses deben de estar locos"? Pues eso.

Esta semana he dado uno de esos paseos que me surgen paralelos a otra actividad.

Me explico. Resulta que el otro día tuve que personarme en el centro comercial Itaroa para mercar una cosa que me era menester y que, según me dijeron, en un establecimiento allí establecido la encontraría. Salí de Pamplona por la vieja carretera de Aoiz, también conocida en tiempos como de Sarriguren, cuando era una estrecha y tranquila carretera a donde los domingos nos llevaba mi abuelo a coger moras y pacharanes y que ahora no la reconoce ni la madre que la parió. Recuerdo que antes esta vía, que partía de las casas de la diputación a un lado y los talleres de Astibia al otro, era lugar propicio para una excursión cercana a la capital, terrenos de labor la flanqueaban y tres desvíos se podían encontrar antes de llegar a Huarte, el de Sarriguren, el de Aranguren y el de Gorraiz. Este último a mí me tenía confundido porque a los maristas venía un chico que se apellidaba Gorraiz y en mi tierna e infantil cabeza, ver su apellido en el letrero de un desvío me descolocaba, ¿será de su padre? Me preguntaba. Luego supe que no. Como digo tomé tal vía, que ahora está llena de casas, parques, urbanizaciones, rotondas, semáforos, cruces con autovías, hipermercados, gasolineras y un largo etcétera de actividad urbana, y al llegar a la altura de Gorraiz pensé que sería bueno darme un paseo por tan postinera zona vecina a Pamplona. Me acuerdo de cuando aquello era una torre medieval maltrecha, una casa adosada a ella con pinta de ser establo de ovejas y una pequeña iglesia románica que sin duda había conocido mejores tiempos en su devenir de culto ya que se encontraba en estado ruinoso. La torre en cuestión tiene historia para regalar. Datada en 1512, fecha del final de Navarra como reino independiente, fue levantada por un señor feudal llamado Lancelot o Lanzarote de Gorraiz que era hombre muy principal de la época con todas las prebendas que alguien podía tener. El castillo era un punto defensivo en el Este de Pamplona por su posición privilegiada y su altura con sus cuatro garitones en las esquinas y su galería de arquillos en todo su perímetro que aun conserva. Con los años fue cambiando de manos y hete aquí que en 1756 fue Juan Navarro Tafalla, a quién conocimos en el ERP pasado por haber levantado un rico palacio en la calle Zapatería, quién lo compró para sentirse un poco más noble de lo que ya se sentía con su controvertido y discutido hábito de la orden de Santiago.

Dejemos el pasado lejano y vayamos al pasado inmediato. En los años 80 un promotor compró a la familia propietaria edificaciones y tierras para instalar en ella una gran urbanización de lujo y un campo de golf. Casualmente la empresa que hizo el movimiento de tierras para comenzar la adecuación del campo y poder instalar "tees", "bunkers", "greens", hoyos y banderas, me contrató para que fotografiase sus trabajos y aquello era un erial que costaba esfuerzo imaginárselo tal y como está ahora. El otro día pude ver que el verde se ha apoderado de la zona. No solo el campo de golf propiamente dicho sino todo su entorno, las casas están sumidas en verde follaje, algunas tienen setos protectores de gran altura, todas ellas cuentan con una gran paleta de colores naturales. Fui con el coche hasta el final tomando desde la entrada hacia la derecha y cuando ya no podía seguir paré el motor y me bajé. Se oía el silencio, nada lo perturbaba. Fui andando por una calle que de allí salía y que se llamaba Camino Real, anduve un buen rato por entre chalets envidiables de buen nivel y al final tomé otra que tenía por nombre Osangoa y que me devolvió al lugar donde había dejado mi perolo. Me acerqué al otro lado de la urbanización y visité la torre medieval que hoy en día, convertida en complejo hostelero, forma, junto a la restaurada iglesia de San Esteban, un conjunto muy bien recuperado. El tiempo le ha dado una nueva función social, hace cinco siglos se levantó con un fin, hoy cumple otro, pero ahí está ella, y estará por los siglos.

Salí de Gorraiz y seguí hasta Itaroa. Este centro no lo conozco muy bien, lo he visitado poco, la verdad es que no soy muy amigo de estos lugares, pero he de reconocer que tienen su aquel. Era primera hora de la mañana y aún no había llegado el grueso de la clientela que lo llena a diario y le da razón de ser. Paseé por él con calma, viendo y asimilando con un espíritu constructivo, sin llevar un prejuicio contra lo moderno y desarrollista que estos centros suponen. La primera conclusión que saqué de tan magno recinto fue que esto sitios son las nuevas catedrales del S. XXI, en ellos se reúne el pueblo como lo hacían en una gótica seo, son lugar de encuentro. Son sitio de grandes naves, de altos techos, también en estos nuevos tabernáculos tenemos columnas, si bien son solo de gran fuste, sin basa ni capitel, tenemos vidrieras electrónicas que nos hechizan con sus colores, grandes pantallas que nos informan, que nos aconsejan, nos adoctrinan desde púlpitos ultramodernos. La oferta que entre sus paredes encontramos es oferta que nos entra de forma sensual, todos nuestros sentidos se sienten atraídos por lo que allí se ofrece. Una planta se ocupa de dar gusto al gusto con restaurantes sin cuento de un montón de firmas conocidas que siempre encontramos en este tipo de sitios, terrazas y más terrazas sin solución de continuidad van formando un todo en donde la oferta es capaz de dar gusto a una infinidad de exigencias. Otra planta nos ofrece color y forma para llenar nuestra vista de modelos que nos atraen y nos tientan para salir de allí con lo que necesitamos y con lo que la vanidad nos hace creer que necesitamos. Moda, belleza, complementos, perfumerías nos prometen desde sus templos un nivel de mejora que hará cambiar considerablemente nuestras vidas. La oferta cultural se limita a lo que programan los cines. Si nuestra opción es la deportiva también en esta nueva catedral podemos saciar nuestra demanda. Si lo que se pretende es pasar la tarde en animada competición de bolos, billar, futbolín o ping pong, también este es nuestro lugar de cita. 72 son las firmas que levantan la persiana dentro del recinto, seguro que una u otra nos está esperando.

Monté en el coche y salí del garaje, miré y vi que ya no está la discoteca Límite que tanto juego dio.

Besos pa tos. l