Hola personas, ¿qué tal todo?, espero respuestas positivas, a no quejarse que somos unos privilegiados.

Esta semana, aprovechando el día feriado, tomé carretera y manta para hacer una excursión y conocer un pueblo que hacía tiempo que quería conocer, o, por mejor decir, volver a conocer, ya que de chaval mi padre alguna vez me llevó, pero su recuerdo se había perdido en el trastero del “cabesa”. En esta ocasión la visita me sirvió para dos cosas, una, la más evidente, para ver lo que allí se atesora, que es mucho, y la otra para rendir homenaje al autor de mis días en el día de su cumplesiglos. Su primer siglo.

El pueblo en cuestión se encuentra en la zona media, a un tiro de piedra de Tafalla y a medio tiro de Ujué, por tanto, a poco que conozcamos Navarra como debe ser, sabremos que estoy hablando de San Martín de Unx.

San Martín es un pueblo medieval de casi 400 paisanos con un montón de arte y un montón de historia a sus espaldas. Vamos a verlo.

Llegamos a media mañana, aparqué el perolo y nos dispusimos a subir y subir allí donde se divisaba que estaba la iglesia, primer objetivo de nuestra visita. Pero, antes de empezar el ascenso, no pudimos evitar largar lejos la mirada y ver la desolación que los malditos fuegos de este pasado verano han dejado en los alrededores. Da escalofríos pensar que estas gentes tuvieron un elemento tan voraz y devastador apenas a 50 metros de las casas, tal y como lo dejaba patente la línea de árboles ennegrecidos que hasta esa distancia llegaba. Daba igual hacia donde mirases, las llamas lo devoraron todo, el cuadro era una pintura negra. Por suerte, como decía aquel ribero, estaba la Virgen de Ujue venga “milagriar” y personas y casas resultaron intactas.

Entramos en el casco urbano y enseguida vimos que era uno de esos pueblos en los que las gallinas llevan bragas para que los huevos no se vayan calle abajo. Cuestas y más cuestas: largas calles en cuesta paralelas y cortas calles en cuesta transversales que te llevan de una a otra. Todas ellas preñadas de maravillosas casas de época medieval, palaciegas unas, de fuertes sillares, más modestas otras, levantadas con sillarejo, pero muchísimas de ellas, sin importar su empaque ni importancia, enseñorean su fachada con un escudo de armas que indica la hidalguía de su propietario.

Fue villa amurallada y aún en sus calles se ven restos de la antigua fortificación. En la cumbre se hallaba el castillo, hoy en día desaparecido, llamado popularmente Ferrate. Del castillo hacia abajo caen las casas arracimadas como uvas, y, en la parte baja, como si tuviesen una casa espiritual en cada extremo, se encuentra la iglesia gótica de Nuestra Señora del Popolo, que formaba parte de la fortificación, por lo que tiene más aspecto militar que eclesiástico.

Nosotros empezamos a ascender por la calle Mayor pero enseguida empezamos a ver en las callejuelas que la atraviesan unos preciosos rincones, cuidados en extremo, con flores y plantas que le daban un toque de color y con ropa tendida al sol que le daban un toque de vida. Encadenados, uno te llevaba al otro y si un rincón era bonito el siguiente lo era más. En esas andábamos cuando tras un recodo apareció la enorme trasera del ábside de la iglesia de San Martín, subimos un poco más y accedimos a su porche. Un espacio delicioso que a la derecha nos ofrecía cuatro grandes arcos abiertos al caserío y al paisaje, y a la izquierda una pequeña portada románica que, cosa rara, estaba abierta y nos franqueaba el paso.

Nos recibió el guía, abonamos los dos euros y medio que indicaba un letrero en la puerta y nos indicó el orden de la visita. Nos señaló unas escaleras de caracol que daban acceso a la cripta y nos dijo que bajásemos a disfrutarla. Nos contó que no se sabía muy bien la antigüedad de la misma porque, aunque hay testimonio documental que indica que la iglesia se consagró el 3 de noviembre de 1156, es decir que esta semana ha cumplido 856 años de nada, no se está seguro de que la cripta sea de la misma fecha. Tampoco se sabe si su construcción obedece a una necesidad arquitectónica para reforzar el desnivel que la iglesia tiene en el ábside, o si la iglesia se levantó aprovechando lo ya construido. Sus funciones tampoco están claras, lo único claro parece ser que durante siglos se utilizó como osario, fue un lugar lleno de tierra al que iban a parar huesos y restos de viejas tumbas. Hasta donde llegó este material queda patente en el deterioro que tienen los fustes de las columnas hasta cierta altura, estando el resto y los capiteles intactos y en un estado de conservación asombroso.

Entramos a la cripta y nos quedamos boquiabiertos de su belleza, es un lugar mágico, de pequeñas dimensiones atesora arte en cada uno de sus centímetros cuadrados, curiosamente tiene abiertas ventanas al exterior, seis columnas exentas y seis adosadas a las paredes, sobre las que descansan los arcos, la conforman, entre ellos unas bóvedas de tosca factura, no así los capiteles que tienen bonitas y variadas tallas en su piedra, desde motivos vegetales y animales a rostros humanos, algunas conservan restos de antiguas policromías.

Después de ver y disfrutar del arte que la cripta nos regaló subimos a la iglesia donde seguimos disfrutando de una visita que no os podéis perder, la románica pila bautismal, el retablo romanista, la gótica Virgen de la leche, el sagrario en un arco conopial y un montón de cosas más que Abete os explicará con conocimiento y amabilidad.

Dimos por finalizada la visita y nos acercamos al cementerio de la localidad en donde se encuentra la ermita de San Miguel, otra bonita iglesia románica de la que se dice que fue la capilla del castillo medieval.

Volvimos sobre nuestros pasos y fuimos bajando y disfrutando de la pureza de un pueblo en el que los siglos se han dormido y nos permiten ver en lo que es lo que fue.

Al final de la última calle llegamos a la otra iglesia, la de Santa María del Popolo, pero estaba cerrada y no la pudimos ver, así que no nos quedó otro remedio que cruzar la carretera y entrar en el bar Casa Tomás donde nos sirvieron unos claretes de la tierra y unos deliciosos fritos de pimiento de los que dimos cumplida cuenta en la terraza que, llena de parroquianos disfrutando del vermú dominguero, tienen a la vera de la iglesia. Acabado el trámite cogimos el troncomóvil y nos volvimos para casa con la satisfacción de haber llenado con buen material la mochila del conocimiento.

Ya sabéis lo que siempre os digo, yo que vosotros no me lo perdería.

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com