De la calle Mañueta A día de hoy el conocimiento que de la vida y obra de Miguel Astrain se tiene es más bien escaso entre la ciudadanía fuera de que, durante nueve días al año, los nueve de San Fermín, sea el músico más tarareado y celebrado de la ciudad. Miguel Astrain Remón nació el 8 de mayo de 1850 en la calle Mañueta de Pamplona, una calle proletaria para una familia de clase trabajadora. Fue el 4º de los 5 hijos de Lesmes Astrain Ezcurra, escribiente del Arzobispado de Pamplona, y Ciriaca Remón Esparza. En un ambiente de indudable sobriedad, el matrimonio Astrain-Remón tuvo el buen tino de dar una sólida formación musical a su hijo, sin duda como modo de acceder a un oficio. Parece ser, además, que el niño tenía buena disposición hacia la música, y habría solicitado ingresar en la Escuela de Música a los 8 años, aunque rechazaron su solicitud y no accedería hasta los 11. Allí estudiaría solfeo, piano, clarinete y cornetín, y dada la precaria situación económica de la familia, tuvo que pedir a la escuela prestados los instrumentos, un clarinete y un cornetín, por carecer de los “medios posibles para adquirirlos”, devolviéndolos años después, en 1870, cuando ya era un músico profesional. Sabemos, además, que para los 18 años tocaba ya en una banda dirigida por Juan Bonet, que recibía el pretencioso nombre de Euterpe Navarra, en honor de la musa griega de la música.

Miguel Astrain hacia 1878. Archivo familiar

En la guerra carlista

Cuando Miguel tiene 22 años estalla la llamada Tercera Guerra Carlista (1872-1876), en la cual la mayoría sociológica de Pamplona, de Navarra y de Euskal Herria se decantó por el bando carlista. Como otros muchos jóvenes de Pamplona, Astrain se unió al ejército txapelgorri y, como en Pamplona había un fuerte destacamento gubernamental, con el paso de los meses terminaría por “echarse al monte”, dejando en casa a su joven esposa, Eugenia Berástegui, con quien se había casado en 1873, y a su primer hijo, Silverio, nacido en 1874. Miguel Astrain llegaría a ser capitán y músico mayor de uno de los regimientos carlistas, y aunque desconocemos los pormenores de su participación en la guerra, tuvo que ser una experiencia dura en lo familiar. Pamplona fue sometida a un bloqueo carlista de 5 meses, desde el 2 de septiembre de 1874 al 2 de febrero de 1875, llegando, en palabras de Antonio Pirala, a faltar los “artículos de comer, beber y arder”, hasta el punto que llegaron a consumirse burros, perros, gatos y hasta ratas. Penurias a las que habría que añadir las derivadas de los bombardeos de la ciudad desde el monte Ezkaba, ocurridos en mayo y octubre de 1875, algunos de cuyos impactos aún pueden verse en varios puntos de la ciudad.

Esforzado músico profesional

Terminada la guerra en 1876 Miguel cruza la muga con los restos del ejército carlista, y durante un corto período de tiempo permanece en el exilio, tocando el piano en los bares, pero pronto vuelve a Pamplona con el ánimo de recuperar su vida y su trayectoria profesional. Aquel mismo año y con apenas 2 años morirá su primer hijo, Silverio, y nace el segundo, Gerardo, que será el único que llegará a la edad adulta. Entra en la banda del entonces llamado Teatro Principal (actual Teatro Gayarre) como cornetín primero, aunque tiene que simultanear su trabajo tocando en las bandas militares de la ciudad, y oposita y obtiene plaza como profesor de cornetín, trompa, trombón y bombardino. En 1879, al tiempo que nace su tercer hijo, Dimas (muerto en 1886, con 7 años), se presenta a la plaza de director de la banda de Música de la Misericordia, que había sido fundada en 1871, y que hasta ese momento había estado ocupada por Miguel Sarasate Juanena, padre del famoso violinista. La plaza la obtendrá, no obstante, otro músico, Antonio Vidaurreta. Cuatro años más tarde accederá interinamente a la plaza, por fallecimiento de Vidaurreta, y al poco tiempo gana la oposición, tomando posesión el 14 de febrero de 1883. Dado lo exiguo del sueldo, 750 pesetas anuales, que era exactamente la mitad de lo que cobraba el maestro de la Meca, no debe extrañarnos que Miguel Astrain siguiera simultaneando varios trabajos.

El vals

Cuando Miguel Astrain compuso su celebérrimo vals para la banda de la Meca, seguramente no pensó en la trascendencia enorme que iba a tener. Que le sobreviviría largamente y, más aún, que se convertiría en el himno festivo de Iruñea, equiparable a lo que la “marcha” de Sarriegui puede ser para Donostia. Lo tituló San Fermín, y aunque no se conoce la fecha de su composición, sí que se conserva una partitura antigua, ejecutada por Venancio del Hoyo, músico mayor del Regimiento de Infantería nº 11, acantonado en Pamplona. Se llevó a cabo en 1907, doce años después de la muerte de Astrain y por encargo del Ayuntamiento, que pagó cinco duros por el trabajo. Actualmente está depositada en el Archivo Municipal de Pamplona, y da al vals el título de La alegría en San Fermín, diferente por tanto al que le dio su creador. Astrain compuso otras obras, como el zortziko Siempre Navarra o las polkas La Mora, Capricho o Gavotas, pero evidentemente ninguna tuvo la trascendencia de su famoso vals.

Miguel Astrain Remón murió joven, a los 45 años, en su domicilio de la calle San Agustín, 5, 3º. La causa del fallecimiento fue la erisipela, una infección bacteriológica de la piel, que actualmente se trata eficazmente con penicilina, y que en principio no era mortal en la época, salvo complicaciones. Dejaba un único hijo vivo, Gerardo, de 19 años, que terminaría por marchar a vivir a Bilbao, llevándose a su madre, la viuda de Miguel. Trabajó como profesor de música y falleció en 1966, a los 90 años. Allí, en Bizkaia, vive actualmente la descendencia de Miguel, cuya portavocía cualificada está desempeñada por su bisnieto, Aurelio Emparan Astrain, a quien debemos muchos de los datos de este artículo.

La posteridad

Tras la muerte de Astrain su vals tomó vida propia y así, por ejemplo, será una pamplonesa, María Luisa Hualde Redín, quien le añada la letra, hacia 1930. Mientras tanto, según Arazuri, hacia 1909 el vals comenzó a ser interpretado cada 6 de julio durante la marcha de la Corporación a Vísperas, en sustitución de algunos “alegres pasodobles” que solían interpretarse antes. Y hacia 1915 surge el Riau-Riau, cuando algunos jóvenes carlistas comenzaron a demorar deliberadamente la marcha a Vísperas, como disimulada protesta ante un Ayuntamiento de signo político diferente. Será uno de ellos, Ignacio Baleztena, quien añadirá las enigmáticas palabras “riau-riau” al vals, dando de paso nombre a la propia marcha a Vísperas. El Riau-Riau nació por tanto como elemento de protesta y en medio de polémicas, y así siguió hasta su desaparición en 1990. Ya en 1917 el alcalde había amenazado con prohibirlo, y en 1922 se vetó por primera vez, por el retraso que suponía en la marcha hasta San Lorenzo. Desde los 20 minutos que duró en 1881, antes de la aparición del Riau-Riau propiamente dicho, se pasó a una hora en 1931, dos horas y media en 1967, casi tres horas en 1973... y así hasta las cinco horas y media de 1984. Y he aquí que, como bien recuerda Arazuri, en alguna de estas interminables marchas La Pamplonesa llegó a interpretar la pieza 181 veces en una sola tarde. Record realmente difícil de superar.

No han faltado los autores que han calificado a Astrain como músico “oscuro” y poco inspirado, y quienes han dicho justo lo contrario, que Pamplona le venía pequeña y que en cualquier otro lugar hubiera conseguido la fama y el renombre que merecía. La verdad, seguramente, se encuentra en algún punto situado entre ambos extremos. Lo que sí es cierto es que Pamplona ha sabido reconocer a su desaparecido hijo, y hasta le dedicó una calle en 1980, el año en que Miguel hubiera cumplido 130 años. Hoy en día el vals de Astrain preside todos los grandes momentos de San Fermín, habiendo sobrevivido al propio Riau-Riau. Es posible oírlo, además, en cuantos grandes acontecimientos se llevan a cabo en Pamplona, incluido el viejo estadio de El Sadar, siendo lo más parecido al único y verdadero himno de Iruñea. Y eso, amigas y amigos, no es poco.