El hijo del médico

Germán Rodríguez nació en una familia acomodada del Segundo Ensanche pamplonés. Su padre, Germán Rodríguez Iriarte, era un médico analista de Auritz-Burguete formado en Madrid, y Mari Carmen Saiz Otermin, natural de Mugiro, ayudaba a su marido en la consulta que tenían en su propio domicilio de García Castañón nº 2. Germán fue el quinto de los siete hijos que tuvo el matrimonio, cuatro chicos y tres chicas, y es el sexto de ellos, Fermín, quien se reúne conmigo para tomar un café y desgranar sus recuerdos de infancia. Menciona los veranos en el pueblo del aita, Burguete, pero sitúa el primer recuerdo que guarda de Germán en el patio de Maristas, donde ambos estudiaban. Unos chicos mayores habían quitado al pequeño Fermín el avioncito con el que estaba jugando, y Germán salió al rescate de su hermano, recuperando el juguete. Según cuenta, Germán fue un chaval inquieto, listo y buen estudiante, y a pesar de que padecía de asma, como el Che Guevara, le gustaba mucho el deporte. Hemos encontrado en la prensa de los años 1964-1967 bastantes referencias a la participación de Germán en campeonatos infantiles de natación, atletismo y hasta de esquí, aunque parece que más adelante le interesaron sobre todo el monte y la escalada.

Militante antifranquista

Como si intuyera que tenía que vivir deprisa, cuando Germán frisa los 20 años toca el acordeón, la guitarra y el piano, ha aprendido euskara y se matricula en Derecho. Pero sus inquietudes antifranquistas también le reclaman, y desde 1971 milita en la clandestina LKI. Fue detenido dos veces, en 1972 y 1976, torturado y encarcelado en Pamplona y Carabanchel. Una nota breve, publicada en Diario de Navarra (13-10-1974), da cuenta de que unos reclusos se habían declarado en huelga de hambre en la prisión de Pamplona. La lista la encabeza Germán, y las reivindicaciones que planteaban eran poder estudiar, leer libros y comunicarse en euskara. La segunda de las detenciones se produjo al irrumpir la policía en una asamblea de LKI que estaba celebrándose en Arantzazu (Gipuzkoa), en la que se apresó a los 150 asambleístas. Pese a ello, cuando fue finalmente juzgado, tan solo le condenaron por asociación ilícita, y salió de la cárcel con la pena que ya había cumplido. Abandonados los estudios de Derecho, se matriculó en la Escuela de Peritos Agrícolas de Villava, donde realizaría 2 cursos. No le dio tiempo a más.

8 de julio de 1978

Aquel sábado de fiestas Germán no pensaba ir a los toros, y había quedado con su novia, Miren Egaña, para tomar un café en plan tranquilo. Los Sanfermines habían comenzado con mucha tensión, a causa de ciertas detenciones, y hoy, con la perspectiva que dan los años, comprendemos que Pamplona era una olla a presión. Finalmente, Germán fue a la corrida para acompañar a unos amigos de fuera, y ello probablemente le costó la vida. Varias fotografías obtenidas aquella tarde lo sitúan en el Tendido de Sol, sonriente, con su espesa barba y el típico gorro sanferminero.

Es difícil saber qué ocurrió entre el final de la corrida y el momento en que Germán cayó herido, hacia las 10 de la noche. La entrada salvaje de la policía, disparando de forma indiscriminada, dio paso a enfrentamientos por todo el centro de la ciudad, donde se produjeron docenas de heridos, muchos de ellos por disparo de bala. Lo que sí se sabe es que, en un momento dado, la policía comenzó a disparar con fuego real en la avenida de Roncesvalles. Los testigos aseguran que se trataba de disparos de CETME en modo ráfaga y, de hecho, al día siguiente, yo mismo pude ver impactos de ráfagas completas en el edificio de la CAN y en la farmacia de Irujo, justo donde Germán fue herido. El disparo, mortal de necesidad, le entró por la frente y le salió por el hueso occipital, y es posible que al caer se lastimara el pecho, donde Fermín recuerda haber visto señales de golpes. Llegó a pesar de todo vivo al hospital, donde uno de los médicos que pudo verle fue su hermano mayor. Y he aquí una de las paradojas de la historia porque, aunque siempre se señala el día 8 de julio como fecha de la muerte de Germán, lo cierto es que su corazón de 23 años, fuerte y sano, aguantó aún unas horas, deteniéndose definitivamente hacia las 02.00 de la mañana del 9 de julio de 1978. Aquella noche los padres de Germán ni siquiera pudieron llegar a su domicilio, tal era la situación de inseguridad en el centro de Pamplona, y su hermano Fermín fue el único que durmió en casa, en la más absoluta y cruda soledad. A la mañana siguiente el aita de Miren Egaña, novia de Germán, la despertó cariacontecido. Comenzó a decirle, “Miren, maitia, ayer…”, pero la frase la terminó la propia Miren, “…ayer mataron a Germán”. Y es que, como en el más famoso relato de Kafka, la joven había tenido una noche llena de sueños inquietantes, y se despertó con la convicción de que algo terrible había ocurrido.

Entre otras muchas cosas, la muerte de Germán supuso la puntilla para su aita, el médico analista, que estaba ya delicado y que moriría pocos meses después. De hecho, marcó el devenir de toda la familia. Nunca recibieron una disculpa ni una explicación de las instituciones. El gobierno español ni siquiera se puso en contacto con ellos, y el ayuntamiento mantuvo siempre una actitud obstruccionista. Es muy conocida la fijación que Yolanda Barcina tenía por retirar la estela colocada por iniciativa popular en la avenida de Roncesvalles, actitud que no cambiaría hasta la llegada del ayuntamiento de cambio, en la legislatura 2015-2019.

Apurando un café...

Fermín Rodríguez termina su café mientras le hago las últimas preguntas, las más difíciles. No sin esfuerzo, me dice que el último recuerdo de su hermano es de la misma tarde de su muerte. Se encontraba en casa, buscando un pañuelo de San Fermín en un armario. Después de aquello, el hermano que 20 años antes había rescatado su avioncito de juguete en el patio de Maristas salió de casa, al encuentro de su destino. Le comento que la imagen que tenemos de Germán quienes no le conocimos está congelada en una foto, esa en la que Germán sale de perfil, sonriente, con barba y pelo largo. Una foto casi icónica, que todo el mundo conoce y que para una generación de pamploneses es casi como la famosa fotografía de los pósters del Che Guevara. También en esta imagen, cierto contrapicado da a Germán un aire heroico, fuerte. “Qué va”, me corrige Fermín, sorprendido, “Germán era muy muy delgado...”. Le pregunto entonces si no siente a veces que la ciudad, la gente, la memoria y los memorialistas les hemos secuestrado la imagen de su hermano, para convertirlo en otra cosa, en un icono. “No, para nada”, me contesta muy serio. “No se trata de Germán, todo esto no va de eso. Se trata de la agresión a Pamplona, del ataque que aquel día se perpetró contra toda una ciudad”. ¿Cómo te imaginas a Germán, hoy en día?, Fermín sonríe, no ha sonreído mucho durante la entrevista, y luego me responde, “me lo imagino muy integrado en la sociedad y en su tiempo, militando como hizo siempre, y creo que hubiera llegado lejos, además. Y me lo imagino con familia, hijos, seguro que me hubiera dado algunos sobrinos más…”

Nos despedimos con un abrazo, y me viene entonces a la cabeza la preciosa y emotiva canción que el gran Fermin Balentzia dedicó a Germán. Recuerdo especialmente cuando la escuché el 8 de julio de 2018, en la plaza Consistorial, cuando se cumplieron 40 años de su muerte. Había un escenario donde cantaba Balen-tzia, rodeado de algunos de los amigos de Germán, entre ellos la novia con la que no se tomó aquel café “tranquilo” en la fatídica tarde del 8 de julio de 1978. Fermín Balentzia entonaba el estribillo, “maite zenuen hiriak nahi du zure oroitarria, baina batez ere, maitia, zure irria”, mientras un mar de lágrimas surcaba la cara de Miren Egaña. Y es que para ella, como para Fermín Rodríguez, Germán es mucho más que una sonrisa en una foto, por muy bonita e icónica que esta sea...