Militar y periodista

Basilio Lacort nació en Bera en 1851, hijo de madre beratarra y padre aragonés. En su juventud fue militar, y como tal participó en la carlistada de 1872-1876 y en la guerra de Cuba. En 1883, estando destinado en Badajoz, tomo parte en una revuelta republicana, por lo que tuvo que huir a Portugal. Volvió luego a Navarra, donde en 1898 fundaría su célebre periódico, El Porvenir Navarro, azote de la derecha caciquil, de los clérigos trabucaires y, en general, de los sectores más reaccionarios de la sociedad. La fotografía más conocida de Lacort, obtenida ya en edad avanzada, lo retrata como un elegante caballero de pelo blanco, con perilla de aparatoso bigote, sentado en un escaño mientras lee su célebre periódico.

Parece ser que el motivo de los enfrentamientos que Lacort protagonizó con la derecha de Navarra estuvo motivado por las ideas libertarias expresadas en El Porvenir Navarro. El obispo de Pamplona, Antonio Ruiz-Cabal, acusaba a Lacort nada menos que de querer promover “el sufragio, el jurado, la tolerancia religiosa, los actos civiles, la secularización de los cementerios, la libertad de emitir libremente cada cual sus ideas” y otros imperdonables crímenes. Ciertamente, las opiniones vertidas por Lacort eran a menudo atrevidas e irreverentes, aunque él mismo argüía que sus ataques no iban contra la fe en sí misma sino contra la jerarquía. Puso siempre un esmerado cuidado en ello.

Excomunión y guerra sucia

La chispa que desató el conflicto fue la denuncia de ciertos abusos pedófilos (”amores asiáticos”, se dijo entonces) que se habrían dado en 1899 en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Para el día 11 de noviembre el obispo de Pamplona prohibía leer El Porvenir Navarro bajo las acusaciones, terribles al parecer en la época, de mostrar indiferencia religiosa, falta de creencias y racionalismo. Además, se excomulgaba nominatim a Basilio Lacort, así como al propio periódico, y a “los que lo sostengan con acciones, los que lo impriman, los suscriptores, los que lo vendan, los que lo compren y, finalmente, a todos los que lo lean, de cualquier clase, estado o condición que sean”. La persecución iniciada por los jerifaltes eclesiásticos fue tan furibunda que podemos decir que, a día de hoy, no es posible localizar ejemplares de El Porvenir Navarro. Juan María Lecea, que escribió un precioso librito sobre el tema, no pudo encontrar uno solo.

Convocaron además una manifestación, que constituyó todo un orquestado y vergonzoso linchamiento moral, en el que llegó a participar el propio Ayuntamiento, con maceros, clarineros y timbaleros al frente. El obispo, asomado al balcón principal del Consistorio, bramó sobre la “intolerable y mortífera propaganda” del periódico de Lacort, y animó a realizar, “si preciso fuera”, un auto de fe con él. Las autoridades gubernativas, en vez de amparar la libertad de expresión, optaron por unirse a la cruzada y clausurar El Porvenir Navarro, “en previsión de males mayores”, según dijeron. El escándalo llegó hasta el Congreso de los Diputados, donde el diputado Vicente Blasco Ibáñez fue uno de los más encendidos críticos con el cierre del periódico. Hecho que honra al escritor valenciano, sin duda alguna.

No era Basilio Lacort una persona que se amilanara fácilmente, y apoyado por los sectores progresistas de Pamplona contraatacó aquel mismo año 1900 con la apertura de un segundo periódico, La Nueva Navarra. La derecha reaccionó con la apertura de otro diario, al que llamaron La Vieja Navarra, con el único objetivo de atacar al de Lacort. Al frente se puso al derechista Benito Valencia, que en su primer escrito dejaba ya buena muestra de su mentalidad de megaterio, al afirmar que “hemos de gritar y pegar con todas nuestras fuerzas, sin miramiento alguno (...) hemos de descender a la inmunda charca donde se revuelcan los excomulgados (...) y sacar a la publicidad todos sus engendros fétidos, asquerosos y purulentos”.

La Vieja Navarra hizo de la guerra sucia su bandera, y buena muestra de ello era la llamada Lista Negra, sección fija que tenía como objetivo confeso “hacer públicos los nombres de las personas que ayudan al excomulgado”. En la práctica, dicha sección fue un instrumento de persecución política y religiosa, empleada con transgresión evidente de los más elementales derechos. En cada número, la Lista Negra recogía los nombres de la gente que alternaba con Lacort, los comensales que compartieron mesa con él en tal día y lugar o la lista de los comerciantes que publicaban anuncios en su periódico. Se llegaba a decir cuántos números del diario entraban en cada pueblo, dando datos para identificar a los compradores. Por contra, se elogiaba al impresor que se había negado a editar el periódico maldito, o a un ciudadano que había prohibido al yerno de Lacort pisar su casa. Por supuesto, la “Vieja Navarra” de Benito Valencia no era sino un instrumento de los más activos poderes fácticos de Navarra, creado ex profeso para llevar a cabo un linchamiento social. Pero también El Pensamiento Navarro carlista y el propio Diario de Navarra desde su aparición en 1903, sin llegar al nivel de exabrupto de Benito Valencia, se unieron a esa misma persecución ideológica, acusando de manera burda a Lacort de impío y antirreligioso con el único argumento de su excomunión.

No faltó, sin embargo, quien en este ambiente de linchamiento moral fue capaz de remar contra corriente, y así por ejemplo un vecino de Cortes, José Castillo, pidió expresamente que se incluyera su nombre en la Lista Negra de La Vieja Navarra. El mismo Lacort, que ya hemos dicho que no era ningún milindris, retó a Benito Valencia a “cruzar con él unas balas o unas estocadas”, ante lo que el bonancible Benito, tras rechazar el envite arguyendo su fe católica, le contestó que desearía sacarle el corazón y comérselo, para poder darse el placer de expulsarlo luego “por salva la parte”. Así se expresaba quien alardeaba de vivir conforme al Evangelio, todo un meapilas de la Pamplona de 1900.

El final

Basilio Lacort Larralde falleció a causa de una dolencia cardíaca el 5 de julio de 1908, cuando contaba 57 años y cuando todavía le quedaban muchas cosas por decir. Sus enemigos en vida llevaron el odio más allá de la muerte, y así, todavía en 1929, cuando llevaba 21 años bajo tierra, cada vez que el viático tenía que pasar frente al domicilio de Lacort, el sacerdote abandonaba la procesión, saliendo del palio para montarse en el coche de respeto, como si quien habitó en aquella casa de San Antón 72 hubiera sido el mismísimo Lucifer. Una muestra de gratuito y salvaje encarnizamiento para con sus familiares.

El Ayuntamiento republicano de 1931 quiso recordar a Basilio Lacort dedicándole una calle del Ensanche (la actual calle San Fermín), pero en 1936 el título fue anulado. Y fue también en aquellos días del Glorioso Alzamiento cuando su tumba fue profanada. Entre las placas y adornos expoliados por aquellos valientes figuraba una pequeña estatuilla femenina de bronce, que coronaba el mausoleo y que había sido traída de París. La figura secuestrada representaba, cómo no, la Libertad.