En 1965, Luis Fernández y Mercedes Santa Cruz fundaron el Temple en la calle Curia, se ganaron a la clientela con su comida tradicional y triunfaron con sus fritos, en especial, con el Moscovita.
Sus seis hijos –Ángel, Vitori, Clara, Manuel, Carlos y Maite– les cogieron el testigo, cinco ya se han jubilado y a partir de enero de 2026 Maite, que pulula en el Temple desde los tres años, también disfrutará de un merecido descanso. “Me da mucha pena dejarlo porque los clientes me conocen desde que era una cría. Sin embargo, ha llegado el momento, así es la vida”, resume.
Por desgracia, no habrá tercera generación. Un sobrino de Maite trabaja en la barra desde hace cinco años, pero nunca se ha adentrado en los fogones. “El Temple es un sitio de buen comer. Se debe conocer la cocina”, indica.
En febrero de 2024 Maite puso el local a la venta –900.000 euros– y tiene varias ofertas, pero todavía no ha cerrado ningún acuerdo y se abre a otras posibilidades como el alquiler o traspaso.
A Maite le encantaría que los nuevos propietarios conservaran la esencia gastronómica del Temple: comida casera elaborada con “productos de calidad y temporada” y los fritos. “La gente está encantada. Es una de nuestras señas de identidad”, expresa.
El buque insignia es el Moscovita –lo inventaron sus padres y el nombre es un guiño a un cliente que le gustaba hablar con acento ruso–, lleva huevo, jamón serrano y queso y la clave reside en la cobertura. “Debe estar crujiente y muy bien hecha”, asegura. Los otros dos fritos estrella son la croqueta y el pimiento.
Maite cree que el Temple es un proyecto “ideal” para dos o tres socios y enumera sus puntos fuertes: el nombre, la ubicación, la plantilla –los 11 trabajadores “son parte del alma del Temple”– y la cartera de clientes: “Son muy fieles. Ahora vienen los nietos. Les da pena que me jubile y están deseando que haya relevo”, confiesa.