Hola personas, desde las mismas calderas de Pedro Botero os saludo. Pensad que somos privilegiados y que el resto del verano se puede respirar. Pensad que hay quién está así, con ese martillo sobre la cabeza, desde junio hasta octubre. Y no hace tanto estaban igual, pero sin aire acondicionado.

Bien, esta semana he encontrado un método para acabar el día con cierta frescura: darme un paseo en bicicleta por algún barrio de la ciudad. Imitadme, no hay nadie, es un lujo.

El primer día, eran las 23:25:28 cuando desanclé la bici número de matrícula 66, de la estación que hay en la esquina de Aoiz con Paulino Caballero, tomé dirección sur y, tras acabar la calle Bergamín, -pongo tantos nombres de calles, porque a los pamplonautas que me leen de tierras más o menos lejanas, les gusta leerlos y ponerse en el escenario de mis andanzas, así que va por ellos- llegué a la rotonda de la calle Tajonar y tomé a mi derecha para meterme en la larga calle Goroabe, calle que primero te regala con una feliz cuesta abajo y luego te la cobra con una ultrajante cuesta arriba. Cuando empezaba a subir la cuesta, vi que llevábamos delante el camión de la basura, que es un coñazo y se detiene cada dos por tres, así que hice izquierda y bajé por la empinada Jesús Guridi que cruza hasta Juan María de Guelbenzu, no os olvidéis que la Mila la urbanizó el diablo. Bajando estaba cuando vi que a mi diestra mano se abría un espacio, espacio que no conocía, entré, era la llamada Travesía de Guridi, una calle sin salida. Al fondo una verja cierra la entrada a un delicioso y arbolado patio que solo disfrutan, y hacen bien, los vecinos. Cosas así son los pequeños secretos de las ciudades. Salí a Guelbenzu, subí un poco por Remigio Múgica y me metí en Gaztambide por la que salí a Gayarre. Mis oídos estaban ya locos de tanta música como les llegaba: que sí El Caserío, que si un zortziko, que si Gayarre cantando La Favorita, en fin, un follón. Pero la Mila es así, el barrió más melómano de Pamplona. Encaré la gran Avenida de Zaragoza y me tiré a tumba abierta, los semáforos fueron cómplices y en un pis pas estaba en los antiguos terrenos de El Pamplonica, aun huele un poco a foie-gras. Por la zona universitaria, donde aspiré fuerte para ver si algún conocimiento volaba huérfano y quería venir conmigo, llegué de nuevo a la calle Tajonar por la que subí y llegué al punto de partida cuando eran las 0:02:53 del día siguiente, día 5.

Ese día, por la noche, como no podía ser de otra manera, me fui a lo viejo. Eran las 23:58:32 cuando desanclé la bici número de matrícula 187 de la estación de la Plaza de La Cruz. Tomé San Fermín y por ella llegué a la Avenida de Carlos III, la que yo llamó del Unificador, porque me parece sobrenombre más adecuado que el usual y oficial de El Noble. A lo mejor ni él era tan Noble, ni su padre era tan Malo. Frente a capuchinos, mejor dicho, frente a la tienda de lencería que tienen al lado, vi un anuncio de la celebración de los 2100 años de la ciudad por los romanos. Y…¿qué nos han dado los romanos? ¿Eh?, ¿Qué nos han dado? se preguntaban en la película Vida de Bryan, pues, bien, a nosotros sí nos dieron, nos dieron una ciudad, nuestra ciudad. Llegué, sin cosas dignas que reseñar, a la parte vieja y me paré para hacer unas fotos del Ayuntamiento apagado y sin turistas delante, me tiré al suelo y vi el edificio desde el punto de vista de una paloma, el primer plano del adoquín es precioso. Me metí en la calle Mayor y a la altura de Eslava vi a unos guiris que, mapa en mano y dedo índice señalando, tomaban por la calle de D. Hilarión. Por lo visto iban a tomar el funicular. Yo salí al paseo de ronda y me ocurrió algo excepcional. Me asomé al pretil y me disponía a sacar del bolsillo mi super teléfono para hacer unas fotos de la Rotxa la nuit, cuando, de repente, delante de mí, no muy alta, pasó, cruzando la negrura de la noche, una bola roja de considerable tamaño con su estela de buena largura. No era excesivamente rápida, la vi a placer y a los pocos segundos se desintegró, la bola empezó como a dividirse y pasó a negro. Aluciné en colores, un segundo me faltaba para haberme pillado cámara en ristre, la hubiese cazado, pero se escapó. ¿Alguien más lo vio?, si es así decídmelo, por favor, al final del artículo está mi correo. Me extrañó no ver noticia al respecto.

Con el fenómeno bailando en mi retina seguí por el Paseo de Ronda hasta la Plaza de la O, terrenos que antes ocupaba un hospital para pobres, y por Santo Andía llegué a San Lorenzo para tomar la Calle Mayor. Despedaleé lo pedaleado, volví a salir al Ayuntamiento, subí Chapitela y volví a mis terrenos. A las 0:51:22 dejaba el velocípedo en la estación de Carlos III 51.

La noche del miércoles fue la bici número 378 la que desanclé a las 0:35:39 de su estación de la calle Aoiz, rodeé los Caídos por el parque de D. Serapio Esparza y llegué a la calle Olite por la que bajé hasta la Plaza de Toros, atravesé su actual zona ajardinada, antes horrible parquin de miles de coches, y llegué a la cuesta de Juan de Labrit que tomé dirección Txantrea, de nuevo a tumba abierta, en mi cara, generoso, iba soplando el viento fresco de la noche que mi velocidad multiplicaba por mucho. Llegué al puente nuevo, me metí hacia Alemanes, crucé por entre los nuevos chalets, la Moraleja de la Txan, le llaman algunos, y llegué a la parte de las piscinas. A pedal bajo, muy despacito, disfrutando, me perdí por entre las viejas calles de la antigua Chantrea, cuando se llamaba con Ch de Chantre, que es lo que le corresponde, sin querer ser polemista, las cosas son como son. Tras ver con gran envidia la paz y tranquilidad que allí se respira, lo bonitas que están las casas, lo limpio que está todo, tomé el camino de vuelta. No me extraña que sea difícil conseguir una de esas casas. Volví a cruzar el río, esta vez por el románico puente de la Magdalena y, bajo los árboles que allí reinan, tomé la cuesta de la Txan en dirección contraria, cuesta arriba. Tenía mis miedos, pero… fue un paseo, subí sentado, como hacia Induráin en el Tourmalet. A la 01:22:10 anclé la bici en la estación de la Plaza de la Cruz.

Una vez más mi espacio es más pequeño que mis andanzas y las noches del jueves y del viernes quedan para contarlas la semana que viene.

Qué grande es Pamplona cuando quiere, y qué pequeña cuando la recorres de cabo a rabo.

Continuará.

Besos pa tos.