En la Iruñea medieval, la Pamplona de los tres burgos cuyas edificaciones estaban limitadas por la antigua muralla, al espacio exterior de sus frentes sur y oeste se le llamaba Taconera. La primera vez que vemos escrito el vocablo Taconera es en el poema épico que el provenzal Guilhemd’ Anelier dedicó a describir la guerra de la Nabarreria de 1276. Aunque algunos autores le atribuyen un origen romance al topónimo, otras hipótesis plantean que pudo ser una alterada trascripción al occitano escrito de la expresión vasca utilizada por la población ataka en ara o parecida, que en castellano sería de las puertas hacia allá o fuera puertas, expresión que ha llegado a ser de uso corriente entre los pamploneses hasta la actualidad.

Es sabido que, en la parte oeste, fuera puertas, existían al menos dos conventos, el de los religiosos franciscanos, y cerca de él, el de los mercedarios. También que habitualmente se celebraba un mercado popular en esa zona, por lo que en algunas publicaciones se señala como topónimo, el mercado. Sin embargo, en la zona que nos ocupa al sur de la ciudad, tan solo tenemos noticia, también de finales del siglo XIII, de una única vivienda, frente a la entonces puerta e iglesia de San Nicolás, defendida por una barbacana. Esta era la perteneciente a un burgués llamado Juan Petri Mossa.

Tras la primera fase de la invasión y conquista de Navarra en 1512 por parte del ejército español, capitaneado por el Duque de Alba, una de las primeras actuaciones de los ocupantes fue la destrucción de todas las torres defensivas o padrastros y la propia muralla medieval de la capital del reino. El frente sur de la muralla tenía una torre llamada del Hospital en su extremo oeste, un par más en la iglesia fortaleza de San Nicolás y una última, llamada de los triperos, en la que hoy día sería esquina del paseo de Sarasate con la calle Comedias.

El proyecto del ejército conquistador era la construcción de una enorme fortaleza, la Ciudadela, cuyas obras se iniciaron en 1571 y de una nueva muralla, separada varias decenas de metros de las viviendas y edificaciones de la ciudad. Una vez construida la muralla con sus puertas de Taconera y San Nicolás, rellenado los antiguos fosos y allanado el terreno, quedaron sendos espacios baldíos intramurales, al oeste y sur de la ciudad, espacios que siguieron denominándose, como anteriormente, Taconera. La parte oeste de esta Taconera se transformó con los años en parque público. Sin embargo, la parte sur a lo largo de los siglos XVIII y XIX fue ocupándose por una serie de edificios, casi todos dotacionales o de servicios, tales como el llamado Descargue, la Casa de Misericordia, la casa de hornos del Vínculo, algunos cuarteles, etc. Entre estas edificaciones y los edificios ya existentes del burgo de San Nicolás, se conformó un amplio espacio alargado de este a oeste, algo más que una sencilla calle, que años después iba a constituirse en el actual paseo de Sarasate.

Plano de la Ciudad a finales del siglo XVI de J.Mª Cia. Se señalan los dos espacios denominados como Taconera. J.Mª Cia.

Como se observa en el plano de la ciudad realizado por el ingeniero militar Juan Martín Cermeño en el año 1756, a mitades del siglo XVIII ese espacio de la Taconera era ocupado tan solo por una doble hilera de árboles; una paralela a las viviendas y otra en sesgo, que en la actualidad podría ubicarse entre el extremo de la actual calle Navas de Tolosa y la plaza del Vínculo. A este último espacio arbolado se le denominaba el Salón Viejo de Taconera. En aquellos años, lo que hoy día consideramos como paseo era tan solo un camino, casi siempre poco o mal arreglado, que desde la plaza del Castillo nos llevaba hacia la puerta de Taconera o a la puerta nueva de Santa Engracia o portal Nuevo.

La doble alineación del arbolado en 1756. Detalle del plano de J.M. Cermeño. Archivo Municipal de Pamplona

El primer hecho en vías a la ornamentación y, en definitiva, a la conversión de aquel espacio en un verdadero paseo fue la instalación, por acuerdo consistorial de 14 de diciembre de 1861, cuando ya se denominaba oficialmente paseo de Valencia, de un grupo de bancos de piedra a cada lado, bancos similares a los que ya había en la plaza del Castillo o en el parque de Taconera. Aunque no era un lugar muy concurrido como paseo, a lo largo del último tercio del siglo XIX los edificios del lado norte fueron llenándose de comercios de todo tipo, varios ultramarinos, una guarnicionería, un café, un establecimiento de alquiler de carruajes, un almacén de hierros y una afamada tienda de venta y arreglo de pianos y armóniums, con lo cual la asistencia de personal al lugar iba poco a poco incrementándose.

Sentados en un banco de piedra en 1880. E. Pliego A.M.P.

Cuenta el historiador pamplonés José Joaquín Arazuri que, en 1842, un joven natural de Bargota, Prudencio Valencia, entró a trabajar de pasante con un escribiente llamado Javier Ibáñez, que tenía su despacho en el tercer piso del número 37 de la calle Indatxikia. Es necesario señalar que algunas de las viviendas del paseo eran las traseras de las calles adyacentes a la antigua muralla, como incluso hoy en día ocurre en las calles Tejería o Descalzos. A efectos postales y de padrón, esas viviendas, algunas con entrada también desde el paseo, se consideraban como calle Indatxikia. Prudencio Valencia sucedió a su jefe cuando este murió y fue medrando en su oficio hasta constituirse en Procurador de la Audiencia, Notario del Obispado y agente de compraventas. De esta forma, su despacho era un lugar muy visitado con el objeto de formalizar distintas escrituras y diversos trámites. Al no contar el paseo con un nombre formal poco a poco los concurrentes contestaban al “¿dónde vas?” o “¿de dónde vienes?” con “a donde la casa de Valencia” o “de la calle donde vive Valencia”. Ya en 1850 el consistorio trascribía en sus documentos el lugar como “llamado o denominado de Valencia”, hasta que en el pleno de 18 de mayo de 1853 decidió denominar oficialmente como calle o paseo de Valencia al tramo de edificaciones entre la llamada casa de Balda, en la actual esquina con Comedias hasta el entonces cuartel de San Martín que ya lindaba con la calle Ciudadela. Una vez derribado por obsoleto dicho cuartel, en 1865 se levantó en su solar la gran vivienda del industrial pamplonés Gregorio Alzugaray. Casi todas las viviendas de este lado del paseo, los números pares, fueron construidas o reformadas en aquellos años de mitades del siglo XIX. En el lado de los números impares ya existían los edificios de la Alhóndiga, Casa de Misericordia, Vínculo y Casa de Baños, de los que hablaremos en otros capítulos de esta serie.

El paseo de Valencia en 1901. Postal de Ediciones Hijos de Montorio

Esa denominación de calle o paseo de Valencia estuvo vigente hasta el 16 de mayo de 1903, cuando se decidió en pleno consistorial dedicarle la calle, o mejor el paseo, al ilustre violinista pamplonés Pablo Sarasate. En enero de 1890, pocos días después de la muerte del célebre tenor roncalés Julián Gayarre, se había decidido darle el nombre de este último a una pequeña calle que llegaba desde el paseo hasta la plaza del 22 de agosto —hoy plaza del Vínculo—, bordeando la Casa de Baños. Para no ser menos y a petición de muchos vecinos, conscientes de que Sarasate había nacido en la cercana calle de San Nicolás, al violinista se le dedicó la otra pequeña calle entre el Vínculo y la Casa de Baños, que hasta entonces había sido considerada como una prolongación de la calle San Miguel, atravesando el paseo perpendicularmente. Al nombrar al paseo como de Sarasate, otra vez para evitar el menosprecio, al Teatro Principal de la plaza del Castillo se le nombró Teatro Gayarre. A esas pequeñas calles, dedicadas hasta entonces a Sarasate y Gayarre, se les denominó en adelante Vínculo y Alhóndiga, respectivamente, como así siguen en la actualidad.

Aunque a efectos postales o de padrón y catastro su denominación oficial fuera Paseo de Sarasate, en la rotulación de sus edificios se pusieron placas señalando Boulevard de Sarasate. Un boulevard, vocablo francés, se define en la actualidad como una calle o avenida arbolada que destaca por su notable anchura. También se llama boulevard al paseo que discurre por el centro de este tipo de calles. Además de ser un nombre muy atractivo y elegante, diríamos muy chic, al estilo de los bulevares de París o Donostia, en Iruñea algo tenía que ver con el lugar nominado. El origen de los bulevares se encuentra en las ciudades de la Edad Media. De hecho, bulevard procede de bolwerk, un vocablo neerlandés que puede traducirse como «defensa» o «baluarte».

En el Medievo se construían vías alrededor de las fortalezas y cuando las murallas eran derribadas, esas vías se mantenían como calles para la circulación urbana. Así surgieron los bulevares, con características similares a los que conocemos en la actualidad. Es el caso exacto del iruindarra Boulevard de Sarasate, aledaño a la muralla medieval del burgo de San Nicolás. Sin embargo, en 1923 se retiraron las rotulaciones y desde entonces hasta la actualidad se denomina Paseo de Sarasate. A decir verdad, hubo no obstante un pequeño tiempo de excepción, ya que en mayo de 1974 y conocedores de que buena parte de la población seguía llamando al paseo como antaño, en una de sus últimas sesiones de legislatura, el Consistorio presidido por el alcalde José Javier Viñes tomó la decisión de nombrar de nuevo al paseo como de Valencia. Poco duraría este cambio y en octubre de ese mismo año, justo cinco meses después, el nuevo Consistorio, en este caso presidido por José Arregui, revocó el acuerdo y desde entonces el paseo sigue denominándose de Sarasate. Sin embargo, aún hoy en día muchos pamploneses continúan llamándole paseo de Valencia, dando valor a la trasmisión oral de generación en generación, aunque muy poca gente que lo hace sepa realmente por qué y quién era Prudencio Valencia.

El paseo, que nacía con vocación de espacio para el ocio o esparcimiento, pronto sirvió para la realización de actos de todo tipo, tales como festejos, conciertos, desfiles militares o eventos deportivos. Uno de ellos fue un conocido desafío entre dos palankaris. El lanzamiento de palanca o de barra —utilizada en la minería— era, como en otras diferentes modalidades deportivas de entonces, una transformación o conversión de actividades del trabajo diario en modos competitivos, con distintos retos o apuestas entre sus practicantes. Alrededor de 1850 un leitzarra llamado Ramón Gogorza, apodado el de Añezkar por residir en la venta de esa localidad y estar casado con una de las hijas de los venteros, lanzó un reto al mejor palankari de las provincias, frase ritual en estas apuestas, reto que aceptó un tirador vasco-francés. La asistencia de aficionados al Paseo de Valencia fue masiva, la mayoría apoyando y apostando por el de Añezkar. Este usó una palanca de las que normalmente se empleaban, es decir, corta y recia. Su marca fue colosal, aunque el prantsesa con una barra del peso reglamentario, pero larga y más gruesa en un extremo que en el otro, dio tres o cuatro vueltas, y, dejando resbalar la barra en la mano, la lanzó a mayor distancia que su contrincante. La indignación del público fue enorme, y quisieron golpear al vasco-francés, que pudo huir descolgándose por la muralla, protegido por la fuerza pública. Así lo relata el escritor Ignacio Baleztena, Premín de Iruña en uno de sus escritos.

Por otra parte, a lo largo del siglo XVIII se había extendido por la ciudad la afición a jugar a pelota, lo que la población hacía en cualquier espacio que encontraba. Algunas quejas vecinales por molestias y especialmente el fuerte pelotazo fortuito que en 1743 recibió un mayordomo del entonces virrey Conde de Maceda, hizo que se emitiera el primer bando prohibiendo este juego. A partir de entonces, los bandos prohibitivos se fueron sucediendo, hasta que se habilitó en 1777 un trinquete en el patio de la Casa de Misericordia. El mismo era de pago, si bien los beneficios en la programación de partidos y apuestas eran para dicha institución. A pesar de que en Iruñea había otros dos trinquetes, el de los aldeanos en la calle Pellejerías, hoy Jarauta y otro en la calle San Agustín, los pamploneses seguían jugando donde podían. Por ello, el consistorio decidió el 28 de enero de 1854 construir un nuevo Juego Público de Pelota en el ya citado Salón Viejo de Taconera.

El enclave del Juego Público de Pelota. Detalle del plano de la ciudad de D. Casañal en 1882. D. Casañal A.M.P.

La cancha medía unos 105 metros, lo que equivale a 22 cuadros, con una anchura de 18 metros, apropiada para jugar a lo que se denomina como juego directo, juego de laxoa, con dos equipos enfrentados jugando, sea con un guante de cuero en la mano o un poco después con herramientas más ligeras realizadas en mimbre, el jokogarbi o la chistera. Algunas de estas canchas fueron completándose con una pared o rebote en uno de sus extremos, a espaldas del equipo que defiende el saque. De este modo la pelota podía devolverse tras rebotar en dicha pared; es la modalidad de rebote. Sin embargo, llegado el momento de construir esa pared de rebote, el Ramo de Guerra no lo consintió, considerando que estaba demasiado cerca del cuartel de Caballería y de la pequeña explanada en donde celebraban sus paradas o donde estaba el abrevadero —aska, que diríamos los naturales— para dar de beber a las caballerías, hoy día plaza del Vínculo. Por esta razón, la finalización del campo de juego completo, tras arduas negociaciones con el Gobierno Militar, se demoró hasta 1868(6).

Una carroza delante del rebote del Juego Público de Pelota en 1880. Detrás, el edificio del Vínculo. E. Pliego A.M.P.

Son conocidas las programaciones de partidos de guante y xistera especialmente en los días de ferias y fiestas de San Fermín, ocasionalmente habilitando graderíos provisionales de madera. Su existencia fue efímera y la última noticia que existe de su utilización como tal es de las fiestas de 1884. En la primavera de 1885, con las obras de la primera urbanización del paseo, se desmanteló la cancha y se decidió ajardinar la zona. Muy pocos años después, en la última década del siglo, la construcción de la manzana F del nuevo y primer ensanche de la ciudad ocuparía todo su espacio. En el siguiente capítulo de esta serie relataremos los avatares de esa primera gran urbanización del paseo en 1885, cuando aún era nominado Paseo de Valencia.

 * (Investigador del patrimonio)