“Descendientes de los que ahora han puesto aquí sus firmas en señal de patriótico compromiso, serán entonces los oyentes, y cada uno se mirará en el ejemplo de su ascendiente como en un bruñido espejo, para desechar la tibieza si ha invadido el puesto del estímulo, o para acrecentarlo si no ha perdido los quilates de su poder.

Dios premie vuestro esfuerzo y el de vuestros sucesores a favor de la causa de los fueros.

Dios os demande el criminal abandono de la causa de los fueros”.

Así terminaba Esteban Pérez Tafalla su particular aportación a la causa foral allá por agosto de 1893 en su retiro de Muruzábal previendo su cercana muerte; lo que los navarros de a pie habían terminado por denominar el Libro de Honor de los navarros que costeo de sus ya mermadas arcas y regaló a Navarra.

Todavía resonaban por las calles de todos los pueblos de Navarra los ecos de la fenomenal protesta que habían protagonizado los navarros, con sus instituciones a la cabeza, apenas dos meses antes frente a la agresión al régimen foral que suponía la Ley de Presupuestos impulsada desde Madrid por el Ministro de Hacienda Germán Gamazo que pretendía acabar con la fiscalidad propia que siempre había tenido Navarra como consecuencia de su pasada condición de reino independiente, cuando un anciano Pérez Tafalla decidió hacer su particular colaboración a lo que ya se comenzaba a denominar la Gamazada...

“Estas mismas razones han levantado mi espíritu hasta el punto de creerme en la obligación estrecha de hacer algo más, algo distinto de la generalidad de mis compatricios.

Ese especial tributo es este libro, por mi costeado, primero, aunque humilde monumento que con ocasión de la actual jornada, y con permiso y beneplácito de la Excma. Diputación, se levanta a la causa de nuestros fueros”.

El libro en sí, y si dejamos al margen la deliciosa dedicatoria, solo es una reproducción de la Carta que dirigen a la Regente la Diputación de Navarra, los Ayuntamientos, concejos, veintenas, quincenas y oncenas que componían el peculiar mapa local navarro a finales del S. XIX y, en palabras de su autor “la aridez de unas firmas bajo una legal protesta”. Las firmas de los 125.000 navarros que hace 120 años, hoy Navarra escasamente supera el medio millón de habitantes, ofrecieron una muestra de unidad que puso a salvo el régimen foral que aún perdura hasta nuestros días y que hoy esta siendo puesto en entredicho, una vez más, por ministros, Tribunales Constitucionales o por órganos legislativos completamente ajenos a Navarra.

Pero no es “lo que las gentes han denominado ya con propiedad rigurosa el Libro de Honor de los navarros” una defensa única del régimen fiscal privativo de Navarra ni mucho menos del estatus salido de la mal llamada Ley Paccionada de 1841, algo que el autor deja meridianamente claro en su dedicatoria...

“Me sentí obligado en virtud de tal estudio y de tales consideraciones obligado a imitar la patriótica conducta de aquellos, con toda la energía y eficacia dignas de tal causa si bien encerradas en la pequeñez de mis medios, siempre sin embargo bastantes para proclamar, no precisamente el fuero mermado, no al simulacro de autonomía que representa la Ley Paccionada, sino al fuero íntegro, a la Constitución fundamental que bajo la dinastía castellana conservó Navarra desde su incorporación”.

Pérez Tafalla, sabedor de su cercana muerte hace un canto encendido de patriotismo y amor por su patria navarra que hoy todavía nos conmueve a quienes sentimos esta tierra como propia, más aún cuando las instituciones forales, al contrario que aquellas no han sabido, o no han querido, encabezar una protesta foral mucho más contundente...

“Pero suplico más, y mi súplica en este punto aspira a ser el supremo encargo que, con indiscutible legitimidad, tienen derecho a formular en esta tierra libre y cristianamente autoritaria, las canas que cubren mi cabeza, la longevidad empleada en el acatamiento perseverante a todo lo foral, la proximidad del sepulcro y las lágrimas de ternura que derramo al despedirme de mi perseguida patria sin la dicha de ver de nuevo sobre sus sienes la corona foral que las protegía cuando vi la luz en ella”.

Con todo, Pérez Tafalla, cuya casa había tenido asiento en Cortes y vio como estas eran suprimidas, tuvo verdadera obsesión por lo que el creía que debía de ser la función del libro, no tanto un objeto simbólico que sirviera para dejar testimonio de aquellos azarosos días si no convertirlo en un objeto de uso diario...

“Mi súplica, mi encargo se cifran en que este libro ni para la actual generación de navarros sea simplemente un objeto de más o menos viva curiosidad, ni en la sucesión de los tiempos se limite a ocupar un puesto material en los archivos y bibliotecas.

... en este libro deberán nuestros hermanos del porvenir estudiar y aprender lo que por la sola amenaza de un contrafuero supieron hacer los navarros de 1893”.

Pero es sobre todo la preocupación de Pérez Tafalla por el olvido de las próximas generaciones lo que le impulsa...

“Leed con frecuencia este libro, que lo lean con frecuencia las generaciones venideras porque si bien no han de encontrar en él más que la aridez de unas firmas, tampoco se lee otra cosa en los grandes monumentos levantados a gloria de los pueblos, y sin embargo el patriotismo y la vergüenza se inflaman ante ellos hasta formular mudos pero imponentes juramentos”.

El libro, con sus firmas ordenadas por la localidad de origen de los firmantes, obra hoy en poder del Gobierno de Navarra, no sé muy bien que pensaría Pérez Tafalla de ese detalle y se puede consultar en la red (http://www.euskomedia.org/protestaforal?idi=en). Muchos somos los que hemos buceado en sus páginas tratando de encontrar aquel bisabuelo que escribió su pequeña parte de la historia y quedó reflejada en ella por el libro de Pérez Tafalla y ¿quién no ha sentido el gusanillo de la curiosidad de saber si su abuelo figura en el Libro de Honor de los navarros? En todo caso, no parece que esa fuese la intención de su autor.

Yo, a veces, me pregunto ¿qué hubiera escrito en su dedicatoria Pérez Tafalla en este septiembre de 2014?