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Joan Coscubiela: “La experiencia del Gobierno de Navarra debería servir de ejemplo para Catalunya: el acuerdo entre diferentes es posible”

Exdiputado catalán, ecosocialista y sindicalista, Joan Coscubiela presentó en Pamplona ‘Empantanados’, donde repasa el ‘procés’ y analiza las opciones de futuro

Joan Coscubiela: “La experiencia del Gobierno de Navarra debería servir de ejemplo para Catalunya: el acuerdo entre diferentes es posible”Iñaki Porto

pamplona - Aquella fue una intervención que no estaba programada. Aquel día, el entonces diputado y portavoz de Catalunya Sí Que es Pot, pidió expresamente la palabra a la entonces presidenta del Parlament de Catalunya, Carme Forcadell, y arrancó un discurso que dejó perplejos a algunos de los parlamentarios, incluso a los de su grupo: “Estoy dispuesto a partirme la cara para que ustedes voten sobre la independencia de Catalunya, pero no si pisan los derechos de los diputados (...) Estoy aquí porque mis padres me enseñaron a luchar por mis derechos. No quiero que mi hijo Daniel viva en un país donde la mayoría pueda tapar los derechos de los que no piensan como ella”. Enérgico, emotivo, imprevisible y contundente, Joan Coscubiela (Barcelona, 1954) ha terminado su carrera política con este memorable discurso que pronunció el pasado 7 de septiembre en el Parlament catalán y que cosechó los aplausos entre sus rivales y puso cabizbajo al expresident Puigdemont. Fue un pleno extraordinario que concluyó a las dos de la madrugada aprobando las “leyes de desconexión” que permitirían el referéndum del 1 de octubre. “No soy valiente en el sentido que alguna gente entiende, pero en la vida tienes que asumir los retos y responsabilidades”, explicaba en Pamplona la semana pasada donde se acercó, invitado por Izquierda-Ezkerra, para presentar su libro Empantanados: Una alternativa federal al sóviet carlista. Editado por Planeta, en él repasa el procés y sus preocupaciones de futuro, con la vista puesta en Europa y desde la izquierda, donde defiente que se nos ha olvidado que “la política no es yo gano, yo mando; la política es la complejidad”.

¿Por qué decidió intervenir ese día?

Tomé la determinación cuando constatamos que se estaba degradando la vida democrática del Parlament de Catalunya y se estaba instalando un discurso y una practica que consistía en afirmar que la mayoría lo puede todo, incluso vulnerar la legalidad, desobedecer a los órganos del propio Parlament, no solo a los órganos del Estado, también el consejo de garantías estatutarias y además pisotear los derechos de la minoría. Ahora parece que todo eso no pasó.

¿Tan insólito es hoy que a un diputado le aplauda la bancada contraria, que su rival político le aprecie?

-Aquel aplauso fue más compartido, de mi grupo y de otros grupos. Con algunos tengo grandes coincidencias como los socialistas o con los que tengo grandes discrepancias como Ciudadanos o el PP. Pero la pregunta es otra. ¿Qué tiempos vivimos como para que el conjunto de la sociedad se sorprenda tanto o destaque como un elemento anómalo que haya coincidencias? Lo que más me sorprendió es que mucha gente precisamente se sorprendiese. Creo sinceramente que compartir valores, desde posiciones ideológicas radicalmente opuestas, es lo que nos permite vivir en una sociedad y no en una selva. Aunque reconozco que tal y como está la política hoy en día aquello fue una anomalía. Desde entonces mucha gente me para y me dice: “yo no estoy de acuerdo con usted, no le he votado nunca, pero aquel día me sentí representado por sus palabras”. Por eso, sí que tengo fe en la sociedad. Por eso creo que quien tensa más la cuerda de la convivencia es la política y la “opinión publicada”. No la opinión pública. Si no, la publicada.

¿Nosotros? ¿Los medios de comunicación?

-Sí, en gran medida la prensa y en especial medios digitales son los grandes responsables de estos cuadros de lucha goyesca. De que la gente se haya ensimismado y solo escuche argumentos de los suyos, solo escuche aquello que quiere oír y no haya ninguna posibilidad de establecer puentes. La crisis de la democracia es la crisis de los medios de comunicación. Su función social era ayudar a crear conciencia crítica y ahora algunos aun lo hacen así y eso tiene mucho valor en estos momentos y otros son fábricas de hooligans. Hay quien dice que el fútbol se ha politizado, yo sostengo que la política se ha futbolizado.

Es el triunfo del discurso simplista.

-Sí, y esto no es algo nuevo en la historia de la humanidad. Cada vez que hay grandes cambios de época y este que vivimos es brutal y solo lo empezamos a ver, se producen situaciones de desconcierto, perplejidad, miedo, angustia o temor. Reacciones emocionalmente negativas, ante eso, buscamos seguridad y desde hace mucho tiempo se encuentra en la simplicidad, en confort de los argumentos. Eso determinadas formas de hacer política lo han hecho propio. En todo el mundo: Trump, brexit, discursos contra inmigrantes en Italia o en Francia, independencia en Catalunya...

Llama la atención su defensa de las instituciones, cuando usted ha sido sindicalista clandestino, preso político en el franquismo, ¿qué espacio queda para la subversión o cuándo las instituciones no funcionan correctamente?

-Reconozco clarísimamente el derecho a la insumisión de la sociedad civil, de hecho, yo vengo de una cultural sindical que precisamente se rebelaba contra el poder establecido. Pero critico que la insumisión que se ha producido en Catalunya ha sido fundamentalmente de los poderes públicos. Es justo al revés, son esos poderes los que deben estar sometidos. Y también porque provengo del mundo del Derecho donde las leyes son garantía de los más débiles, incluso cuando no son buenas. Porque en ausencia de ley se impone la única: la del más fuerte, la de la mayoría. Esto es algo que a veces olvidamos. Yo no tengo democratitis, ni insitucionalitis, pero sí tengo claro que sin democracia y ni sin instituciones estaríamos infinitamente peor. ¿Eso es incompatible con el conflicto? No, porque instituciones, leyes y democracia son hijas del conflicto. Sin conflicto la sociedad no avanza, pero solo con conflicto tampoco. Vivimos en una cultura política que solo tiene prestigio la destrucción del adversario, sin contenido, donde no tiene valor el acuerdo ni la reflexión. Es una visión perversa de la política. Aunque luego hay ejemplos como la experiencia que tenéis aquí, en Navarra, que desmiente todo esto.

¿En qué sentido?

-Tengo la costumbre de no hablar en exceso de allí a donde voy; pero la experiencia con el cuatripartito navarro me parece una de las expresiones más inteligentes y avanzadas de la política actual. Y la única de futuro porque en mapas políticos que van a estar cada vez más balcanizados, como puzzles, es imprescindible el acuerdo entre diferentes. Solo hace falta ver Europa. Parlamentos con seis o siete espacios, en los que uno solo no va a poder construir nada. Esa idea de “dejadme solo que yo puedo” de la política española es una auténtica barbaridad. Nos tenemos que acostumbrar. Solo es posible la gobernabilidad, de las instituciones y de la sociedad, desde el acuerdo entre diferentes. Entre dos maneras de ver la sociedad que parecían incompatibles. A lo mejor la experiencia navarra debería servir de ejemplo para Catalunya, para establecer pasarelas y puentes entre dos bloques que ahora están muy consolidados y muy cerrados cada uno dentro de sí mismo.

Hace no tanto tiempo Catalunya se caracterizaba por esos acuerdos...

-Sí, esa fue la fortaleza mayor del “catalanismo popular inclusivo”, el de la izquierda, que ha sido durante décadas lo que ha hecho de Catalunya una fortaleza en todos los terrenos y lo que ha permitido incorporar inmigración por todos los lados, primero de España y luego de los cinco continentes. Y eso se lo han cargado entre todos miserablemente.

Y así llegamos a “empantanados” que es el título de su libro, ¿por qué?

-Está claro. La situación política y social de Catalunya es un inmenso empatanamiento. El título tiene su origen en una intervención que hice en el Congreso de los Diputados el 8 de abril de 2014, cuando se planteó un referéndum consultivo pactado con el Estado. En nombre de la Izquierda Plural me dirigí a Mariano Rajoy y le dije que si no tomaba ninguna iniciativa corríamos el riesgo de que las aguas que bajaban muy turbulentas desbordaran todos los diques o si no bajaban con suficiente fuerza todo terminara empantanado. De ahí sale el titulo. Y desgraciadamente, después, se ha confirmado que estamos así. Esperemos salir pronto.

Veo que le queda un resquicio de optimismo.

-Yo soy genéticamente optimista aunque la realidad y la política se empeña cada día en combatir a mi ADN.

¿Cómo ve posible salir del atasco?

-Ahora es imprescindible que pronto se encuentre un mecanismo para desbloquear al menos este empantanamiento en lo institucional. Esto pasa por la investidura, constituir un gobierno efectivo, levantar el artículo 155 y encontrar una fórmula que permita que salgan de la cárcel las personas y los políticos presos.

Más bien habla usted de desandar todos los pasos dados, echar marcha atrás, ¿ve ese escenario posible?

-La historia de este último periodo en Catalunya confirma que cualquier previsión es muy arriesgada pero todo apunta de que no hay obstáculos objetivos para que se produzca la investidura. El problema ha sido que la política catalana ha sido y es como el “juego de la gallina” de la película de Rebelde sin causa en la que todos dirigen su coche a toda velocidad hasta el borde del precipicio y nadie quiere ser el gallina que frene o dé marcha atrás. Los que no quieren ser ahora los gallinas son la gente de Esquerra Republicana, pero se les han juntado los gallos del corral: la pugna del Partido Popular y Ciudadanos.

¿No habido nadie con capacidad para maniobrar o reconducir esta situación antes?

-Desgraciadamente, no. En ninguno de los dos bloques. Rajoy en primer lugar se enclaustró en su muralla durante años y años. Pensó que podía sacar beneficios partidarios y durante un tiempo los sacó. Y también creyó que esto del independentismo era un suflé que se iba a deshinchar pronto. Ha logrado lo contrario. Y no ha sido un error, ha sido una opción. Es la estrategia de no abordar políticamente nada: el quietismo. Y esto le ha dado muy buenos resultados durante un tiempo: cada vez que alguien le daba por muerto, él no hacía nada y resucitaba políticamente, dejando que sean otros los que se quemen. Pero él como todo material también se erosiona, y ahora esto le está desgastando mucho.

¿Y en el ámbito independentista?

-Exactamente igual. Ha sido crucial la incapacidad de los dirigentes independentistas de decir a la gente el 1 de octubre, que aquello que era tan fácil -una independencia unilateral, low-cost y express- pues... no era posible. Por eso estamos aquí. No va a haber más remedio que esa parte de la sociedad catalana que existe, mucha gente independentista pero que comparten ese objetivo de buscar soluciones o son constitucionalistas pero también con capacidad de dialogar, que yo llamo la “tercera Catalunya” sea capaz también de presionar para que se salga de este colapso.

Básicamente, plantea usted...

-Pactar el desacuerdo. En mi época de sindicalista he aprendido que cuando los conflictos son muy duros y ninguna de las partes puede doblegar a la otra, no queda más remedio que pactar en el desacuerdo. Y aquí sería eso, esos elementos. Esa lista de tareas es una condición imprescindible, no suficiente, pero imprescindible para empezar a salir de esta situación. El cambio en la estructura del Estado va a estar atascada durante mucho tiempo. Y me preocupan mucho los efectos colaterales en términos sociales, que es una fractura de la sociedad catalana muy profunda. El resquebrajamiento de los espacios normales de convivencia: en las entidades sociales, en los ámbitos familiares, de amistad, en los sindicatos...