avier Esparza se refiere a sí mismo como Javier Esparza. Le preguntan sobre su posición en el proceso que ha iniciado dentro de UPN para reconsiderar la opción de Navarra Suma, y contesta "Javier Esparza no puede tutelar la decisión de cara al resto de afiliados. Públicamente no voy a significarme. Hay que respetar el proceso y es momento de escuchar". No hay que tener miedo a hablar de uno mismo empleando el pronombre personal yo, incluso en su fórmula tácita. Es la opción más sencilla del lenguaje, la que evita la petulancia mayestática. Parece Esparza querer elevarse a un trono gramatical parejo al de su actitud política. Quiere desempeñar un liderazgo ecléctico, paternal, deliberadamente separado de las pulsiones de su grey. No merecemos que nos diga qué es lo que opina, porque para enfangarse en las decisiones comprometidas ya sirve la asamblea, los fulanos de los comités locales, esa gente. Si alguien creyó que hacer política consistía en tomar una bandera, lo de este señor parece en cambio un obsesivo problema de relación con el partido que encabeza. Primero remueve las aguas, tira la piedra, y luego dice que no será él quien deba participar en el debate que ha destapado. El juego de someter a voluntad de sus bases si los regionalistas siguen en la plataforma que idearon hace dos años produce alipori político. Principalmente porque Navarra Suma es, desde su fundación hasta hoy día, un engrudo indefinible. Una vez sentada la idea de la agrupación de las tres marcas en una, se podía haber optado por dos vías. Una, aprovechar la nueva referencia para instar un proceso de convergencia política más intensa, un modelo de refundación de un espacio y de creación de una nueva opción, como ocurre con cierta frecuencia en no pocos países del entorno. O, alternativamente, significar la marca como mera plataforma electoral, y dejar que cada partido desarrollara una vida propia, más singularizada y vigorosa, por encima de su consorcio institucional. Pero ninguna de estas opciones ha sido la elegida, porque nada más se ha hecho con Navarra Suma que pintar un logotipo y compartir una bancada. Ahora llega Esparza y parece elaborar el cálculo del aldeano que quiere vender sus barquillas en la plaza. Si los duros se los puede quedar UPN, para qué compartir nada. Campanudo: "¿Quién dice que UPN solo no puede lograr los escaños de Navarra Suma?". Sentar este principio de contabilidad garrula denota una carencia de ambición política que asusta veinte meses antes de unas elecciones. Lo que corresponde hacer, según el eminente, es ver si mejoramos el trozo de chocolate que nos entra en la merienda, nada relativo a la redefinición de un proyecto que mereciera algo más de cabeza y bastante más animosidad. Al trantrán, sin sangre en las venas, soñando con unos resultados y no imaginando cómo acrecentarlos. Una vergüenza política, uno que se cree líder y que no sólo renuncia a ejercer como tal, sino que no se está enterando de que hay una parte importante de la sociedad navarra que merecería tener delante algo mejor que lo que él hace y representa.

Vuelve Esparza donde a muchos como él les gustaría haber estado eternamente. Confiesa que de vez en cuando le llaman del PSN, añorando, sin duda, esos tiempos en los que se creyó que la entente UPN - PSN duraría por cincuenta años, siempre bendecida por los que ya sabemos. Ofreció apoyo gratuito a Chivite a cambio de deconstruir su gobierno. Ni por esas. La peste socioregionalista sigue sin ser erradicada, por más que se empeñe en exorcizarla los lunes ese epítome de la cutrez política de estos tristes tiempos que atiende por Alzórriz. Parece una adicción, una droga mal metabolizada. Siempre presente en el sentir profundo de gentes como Esparza, un complejo incurable consistente en asumir que sólo mediante el morreo con los socialistas se podrá volver a Palacio. Autocastración, renuncia capital a la edificación de esa alternativa clara que les gustaría palpar a quienes necesitan algo diferente a lo actual. Lo que hay detrás del intento vergonzante de Esparza por recuperar la marca es la creencia de que viene malos tiempos para los socialistas, que con el castigo que se han ganado llegará su debilidad, y con ella, en unos meses, un cambio de actitudes. Mantener unas sillas. Hace unos años hizo falta un Pepiño para desmembrar UPN y ponerla a merced de las tropas de Ferraz. La persistencia del modelo de supeditación, esclavismo casi, de los de Príncipe de Viana a estos principios fundamentales del movimiento foral está hoy encomendada a un Esparza que aunque se tenga por líder, es el gran impedimento para que llegue esa nueva etapa política que tantos desean como merecen.

Esparza quiere desempeñar un liderazgo ecléctico, paternal, deliberadamente separado de las pulsiones de su grey