a desconfianza instalada en la sociedad en torno a nuestro futuro tras las incertezas surgidas con la pandemia puede tener un antídoto que aporte dosis de esperanza a través de la conjunción de dos grandes valores: el de la negociación y el del pacto entre diferentes.

¿Cómo lograr que esta fórmula pueda extrapolarse a otros ámbitos como cauce para solventar los conflictos sociolaborales y lograr así superar ese bucle negativo de conflictividad ? Tal vez la vía radique en instaurar una nueva cultura de empresa, basada en una comunicación interna sincera, transparente, continuada y en optar por priorizar una relación colaborativa que logre generar un sentimiento de pertenencia.

Con esas bases es posible pasar del decir al hacer, convertir en realidad esa nueva cultura basada en el respeto y en la colaboración mutua entre personas, anclada en un liderazgo ejemplar que dé sentido y valor a la función que éstas ejercen dentro de la empresa.

Negociar y llegar a acuerdos es algo tan tangible como valioso. Sentarse a negociar supone dialogar, conlleva el reconocimiento del otro, implica tratar de comprender desde el respeto sus argumentos, supone confrontar los intereses en presencia.

Negociar supone además, y al margen del resultado final, un acto de respeto hacia la otra parte. Implica, además, asumir que nada en la vida debería ser unilateral. Por eso la concordia, desde los principios de la historia, sólo es posible cuando las partes aceptan convivir bajo acuerdos con los que todos los involucrados tienen un nivel, -aunque sea mínimo- de aceptación. Nadie ostenta la verdad ni la razón absoluta.

A través del diálogo sincero y del pacto es factible acordar entre diferentes y cabe, en definitiva, enfrentar los problemas y los disensos de otro modo. Todo ello exige superar inercias clásicas muy asentadas. Hay que seguir perseverando en el intento por superarlas, porque mediante la búsqueda del acuerdo siempre se llega más lejos que a través del conflicto. Esa institución silente tan importante que se llama confianza no brota por ósmosis ni por casualidad: hay que trabajarla, incluso cuando parece algo absolutamente inviable. La constancia da frutos.

¿Y qué sucede en ausencia de pacto? la lógica que se impone es la de confrontación y la de la defensa de los intereses propios, todo ello planteado en términos de victoria o derrota.

Por todo ello no parece lógico negarse a la negociación o utilizarla sólo al final de un dilatado proceso de confrontación que alimenta, siempre en exceso, el clima de conflictividad y que incrementa la división, la desconfianza mutua y el sufrimiento social; tampoco, creo, debería utilizarse la confrontación como método habitual y sin atender a la voluntad negociadora que la otra parte muestre desde un inicio. Esta estrategia está en las antípodas del conjunto de valores que deberían presidir nuestras relaciones sociales y laborales.

Si queremos construir futuro hemos de intentar recuperar y proteger la confianza recíproca en el sistema y en las personas. La batalla por la confianza se gana gracias a la comunicación directa y sincera, aportando información y transparencia recíproca. Solo así podremos construir una relación colaborativa que genere un sentimiento de pertenencia basado en el respeto y en la colaboración mutua entre personas, anclada en un liderazgo ejemplar.

Frente al discurso del enfrentamiento hemos de salir de las trincheras y de la confrontación. No esperemos que la inercia continuista del caduco modelo vertical de empresa y de las relaciones sociolaborales solucione el serio problema que afecta al futuro de nuestro modelo empresarial y social, huyamos de enquistados planteamientos que a nadie favorecen, superemos recetas pasadas y obsoletas y trabajemos todos para generar un clima de confianza recíproca dentro de cada empresa, donde todos puedan aportar propuestas, coparticipar en la gestión y proponer soluciones para ser más competitivos como proyecto empresarial.