sistimosa una efervescencia social en torno a la defensa del planeta, un gran reto que nos interpela a todos, sin duda. La humanidad se ha erigido en el eje geológico del mundo por nuestra capacidad para modificar el clima; nos hemos convertido en una potencia telúrica que interfiere en los grandes ciclos del planeta.

Ante este reto, y como ocurre en otros ámbitos, cabe apreciar muchos síntomas de lo que en el lenguaje moderno se ha dado en llamar "postureo", esa forma sutil de lavar nuestras conciencias individuales, unos protestando tras la pancarta, otros refugiados tras grandilocuentes discursos de estadistas supuestamente militantes frente al cambio climático...y unos y otros, demasiadas veces, manteniendo una incoherencia flagrante entre su discurso político y su actuar diario (como ocurre con muchos protagonistas de la vida política) o entre su especie de militancia "guadiana" (consistente en que protesto los viernes y luego consumo el resto de la semana a través de un ritmo de vida opuesto a lo que proclamo en la antesala del fin de semana) y la no renuncia al desaforado consumismo que nos atrapa en su voraz red.

Es preciso canalizar todos esos esfuerzos de energía cívica ante la imperiosa responsabilidad de actuar de forma sincera contra el cambio climático. Mientras muchos políticos se dedican a cultivar una discordia estéril (ya hay quien habla de "ecofascismo" frente a "ecodemocracia") y un ruido que lo confunde todo, hay ámbitos de la vida real en los que se mantiene silenciosamente el esfuerzo cotidiano de mejorar el mundo, sin que merezcan ni una parte mínima de la atención que se derrocha en lo mentiroso o lo superfluo.

Merece la pena analizar algunos datos para la reflexión, centrados en la compleja geopolítica mundial que contextualiza el debate climático y en otros de gran relevancia para nuestro futuro social. Como ejemplo tal vez valga esta pregunta sin respuesta: ¿Cómo puede ahora Occidente, que es quien más ha contaminado, exigir a China que sacrifique su crecimiento? El acento en la soberanía (basta ver el debate sobre la Amazonia), la autarquía y el proteccionismo frenan toda solución efectiva ante nuestro grave problema mundial.

Hemos de tener presente la insaciable demanda energética del planeta, traducida en las enormes emisiones de gas con efecto invernadero (los principales centros de emisión están en EEUU, China, UE, Rusia, India, Japón y Brasil), la polución del aire, el consumo desaforado de recursos no renovables. Y por todo ello cabe preguntarse para cuándo una política energética europea que supere el ámbito estatal y mitigue nuestra brutal dependencia energética.

Las fuentes de energía tradicionales (petróleo, gas y carbón) abren un debate duradero para las próximas décadas; la revolución científica pendiente es la gran esperanza del futuro, porque la demanda de energía (pensemos en China o en la India, junto a nuestra sociedad occidental) no solo no va a disminuir sino que se va a incrementar. Es cierto, como señaló Chevron, que ahorrar energía es como descubrirla, pero el ahorro por si solo ya no es suficiente.

Tras el reciente anuncio del presidente francés E.Macron, el debate sobre la energía parece otro "guadiana" mediático: surge y desaparece en función de parámetros difíciles de controlar, y en particular el reciente anuncio de Macron acerca de la potenciación de la energía nuclear lo reabre: cabe recordar que en todo el mundo hay 436 centrales nucleares (casi 200 en Europa, 127 en América, 110 en Asia y 2 en África). Y dentro de Europa, es Francia quien ostenta el liderazgo con 59 centrales, seguida de Rusia (31) y Reino Unido (19), frente a las 17 alemanas que en principio van a ser clausuradas.

El gran caballo de batalla se llama "residuos nucleares": ¿Cómo garantizar la seguridad? ¿Es cierto que este esfuerzo inversor está destinado a modernizar las envejecidas centrales nucleares, ante el riesgo derivado de su longevidad? ¿Permitirá realmente colmar la limitación natural de las reservas de los combustibles fósiles, tales como el carbón o el petróleo? Seguridad, gestión de residuos y transparencia son factores cruciales para que los ciudadanos acepten la energía nuclear, de la que casi nada sabemos. .