En 1992 los analistas políticos en EEUU daban por segura la victoria de George Bush (padre) en las elecciones de aquel año. La caída del muro de Berlín, el fin de la URSS y la guerra relámpago en Irak un año antes habían elevado su popularidad a máximos históricos y pocos daban opciones al candidato demócrata, un joven Bill Clinton. La realidad interior era sin embargo muy diferente. Los ciudadanos tenían problemas y uno de los asesores de Clinton lo vio claro. “La economía, estúpido”, escribió en una de las paredes de la oficina de campaña. Los demócratas acabarían ganado los comicios.

La anécdota, que se ha convertido en una muletilla recurrente en cada campaña electoral, viene a cuento de un inicio del curso en el que el PSOE, y por extensión también el PSN, han asumido el discurso económico como eje de la disputa electoral. La coyuntura y sus consecuencias sociales van a ser determinantes en el nuevo ciclo que comienza en mayo con las autonómicas y municipales y finalizará en diciembre con las generales. Los socialistas han decidido bajar al campo de batalla y confrontar directamente con el PP de Feijóo, que camina al alza en las encuestas desde una ambigüedad calculada y el desgaste que empieza a sufrir el PSOE.

Es en este contexto en el que hay que entender la gira de Sánchez con ciudadanos –supuestamente– anónimos, a quienes explica la acción de su Gobierno. Y también el debate del pasado martes en el Senado. Un cara a cara con Feijóo que el presidente aprovechó para rebatir el perfil moderado y de buen gestor que intenta crear el entorno mediático del PP. La única batalla perdida es la que no se da, y el PSOE, que el próximo sábado reúne en Zaragoza a todos sus barones para unificar el mensaje, ha decidido entrar en el cuerpo a cuerpo.

Chivite cambia de portavoz

En este marco hay que entender también el relevo en la portavocía en el Gobierno de Navarra. No ha hecho mala labor, pero Javier Remírez había recibido algunas críticas internas por su papel como portavoz. Argumenta el Gobierno que busca un perfil más técnico y solvente para el tramo final de legislatura, en el que se va a hablar mucho de inflación, de tipos de interés y de energía. Y ha delegado esa función en la consejera de Hacienda, Elma Saiz, que esta semana se ha estrenando subrayando que “todo pasa por la economía”. No es la frase de aquel asesor demócrata, pero se le parece bastante.

El tiempo dirá si es la única razón de un movimiento claramente preelectoral que tiene también otras derivadas políticas. Saiz gana peso y protagonismo en un PSN que busca la reelección y que no va a dudar en aprovechar todos los resortes que tiene a su alcance para tratar de mejorar su resultado en las urnas. Algo habitual por otra parte en un partido de gobiern, pero que tiene algunos riesgos. También para la propia presidenta, María Chivite, responsable última de la decisión.

Ser portavoz no es tarea fácil. Hay que exponerse mucho y sobre muchas cuestiones, y aunque la consejera pueda tener un conocimiento exhaustivo de la realidad económica esta no va a cambiar por mucho que se intente maquillar con giros lingüísticos y justificaciones más o menos acertadas.

Saiz ha garantizado además que será la portavoz de todo el Gabinete y así debe ser en un Ejecutivo de coalición. Pero las relaciones nunca han sido del todo buenas entre la titular de Hacienda y sus socios de Gobierno. Y puede acabar siendo un elemento añadido de fricción interna si la prioridad en los próximos meses, ya de por sí marcados por la tensión preelectoral, pasa por reforzar el mensaje que más le conviene al PSN y al PSOE, aun a costa de eclipsar otras áreas del Gobierno foral, también de carácter económico, que son ajenas a la sigla socialista.

Se acercan en cualquier caso tiempos difíciles. Lo asume Pedro Sánchez y lo reconoce el propio Gobierno foral, que de forma discreta y sutil ha revisado a la baja sus previsiones. La inflación sigue disparada, el BCE ha aprobado su mayor subida de tipos de la historia y tras el jolgorio veraniego la creación de empleo se va a empezar a resentir.

El problema es que el ámbito de actuación de un Gobierno como el de Navarra es limitado. Puede acometer reformas puntuales para paliar la situación –el régimen foral ofrece un margen importante–, pero la crisis es global y a corto plazo las medidas estructurales necesarias para hacerle frente quedan lejos del Palacio de Navarra, y en cierta medida también de La Moncloa. Así que los esfuerzos se centran en el mensaje, en explicar bien lo que se ha hecho y en señalar responsabilidades. “Estamos viviendo prácticamente una guerra mundial donde la energía es una de las armas fundamentales por parte de Putin”, justifican los socialistas.

Pero eso no cambia la realidad. El colapso sanitario sigue presente en los centros de salud, la industria muestra algunos signos preocupantes –el ruido en Volskwagen no es una buena señal– y la cesta de la compra cada día es más cara. Ese es el día a día de los ciudadanos. La pandemia ha demostrado que la empatía y la humildad en el mensaje ayudan mucho en momentos de gestión de crisis, pero si la coyuntura empeora eso no será suficiente. Esta vez se trata de la economía.