Después de medio siglo en una carrera de armamentos durante la Guerra Fría, que acabó con una victoria norteamericana gracias a las superioridad económica y técnica de Estados Unidos y sus aliados occidentales, parece que la guerra ha revivido en una versión nueva.

Esta nueva Guerra Fría ya no se basa ya en la capacidad mortífera de los misiles, sino en la eficiencia técnica y económica para suministrar las necesidades energéticas.

El último enfrentamiento entre el mundo occidental democrático y la gran potencia rusa controlada por un gobierno personal lo estamos viviendo en la guerra de Ucrania, cuyas ramificaciones atacan el corazón del mundo industrializado porque depende de unas fuentes de energía que no tiene y que ha de importar.

La reacción occidental a los ataques rusos contra Ucrania mostró una unidad excepcional, pero la respuesta rusa ha sido contundente al cortar los suministros de gas a Alemania, un país que en las últimas décadas ha ido eliminando sus propias fuentes de energía para depender cada vez más de las exportaciones de Moscú.

Si Estados Unidos y Europa reaccionaron lentamente, como es habitual, lo hicieron con elementos tan contundentes como la substitución de la energía rusa por la norteamericana porque utiliza los recursos del gran coloso económico y político que son los Estados Unidos.

Es principalmente el gas licuado lo que se emplea para substituir las importaciones rusas que Moscú ha cortado repetidamente. Cuestión aparte es la de los suministros de petróleo, pues la Administración norteamericana ha pedido a las grandes refinarías del sureste del país que no exporten a Europa para evitar que llegue a faltar gasolina en los mercados norteamericanos. Es algo que ocurriría en un momento muy inoportuno, porque coincidiría con las elecciones parlamentarias norteamericanas de este noviembre.

Una escasez de petróleo podría llevar a un racionamiento de la gasolina, algo que ocurrió durante las presidencias de Richard Nixon, Gerald Ford y Jimmy Carter y contribuyó a su falta de popularidad y la derrota electoral de este último.

Pero lo más probable no es que falte gasolina, sino que los precios suban ante la fuerte demanda. Y no es necesario que sea demanda dentro de Estados Unidos, porque en nuestro mundo superconectado los mercados reflejan lo que ha ocurrido en cualquier otro lugar.

El “gas de la libertad”

No deja de ser irónico que esta operación esté liderada por el gobierno monocolor demócrata del presidente Biden, cuando las exportaciones de gas licuado llevan el nombre de “gas de la libertad”, un título que le puso el anterior presidente republicano Donald Trump, perseguido hoy de forma tenaz por la actual administración y la mayoría de los medios informativos, pues estos tienen un claro sesgo progresista. Fue durante su administración cuando Estados Unidos logró los frutos de años de prospecciones y fracking para obtener gas y petróleo.

Quienes recuerdan las últimas batallas de la Guerra Fría, pueden tener la impresión de que ya han visto esta película: el entonces presidente Ronald Reagan dejó muy claro que el mundo occidental no iba a luchar solamente con la amenaza de su poderío militar, pues era evidente a todos que una guerra nuclear no podría aportar victorias a nadie sino la “destrucción mutua asegurada”.

La baza con la que jugó Reagan fue la superioridad económica y tecnológica de Estados Unidos que le permitía lanzar una nueva carrera de armamentos sin arruinar al país, mientras que para la Unión Soviética el gasto era imposible de sustentar y aceleró la caída de su imperio.

Una destrucción mutua asegurada

Hoy en día, los esfuerzos por las ventajas militares no han desaparecido. Los rusos hablan de sus armas hipersónicas y dan a entender que el mundo occidental no tiene manera de defenderse contra ellas, pero ahora como entonces el uso de semejantes armas también traería una respuesta que llevaría a la misma destrucción mutua asegurada, por lo que es igualmente improbable que se lleguen a emplear.

Pero también ahora Estados Unidos acude al enfrentamiento con una superioridad económica que le permite anular, tal vez, las sanciones que Rusia trata de imponer a los países occidentales.

Esta vez, Washington cuenta con la industria energética que ha ido desarrollando en las últimas décadas gracias al fracking que le ha permitido obtener grandes cantidades de petróleo y gas. Hace ya tiempo que el país habla de exportar su gas en forma licuada, a muy bajas temperaturas y ahora ha llegado este momento.

Hay terminales ya en funcionamiento y otras a punto de entrar en servicio, pero además hay ahora terminales flotantes en varios lugares de Europa y su número irá en aumento.

Esta tecnología relativamente nueva para licuar el gas, que permite reducir el volumen de gas en una proporción de uno a seiscientos, no es suficiente para compensar totalmente las exportaciones rusas suspendidas. Cada barco con transporte de gas puede alimentar 70.000 viviendas, pero esto no es mucho en Europa porque tiene una gran densidad de población y ha de buscar vías de mantener suministros elevados y constantes.

Una energía muy cara para Europa

Por otra parte, el costo de esta energía es muy elevado en Europa, comparado al de Estados Unidos. El consumidor americano viene a pagar aproximadamente la sexta parte que el europeo por el gas, ya que puede utilizar sin necesidad de transporte a grandes distancias y sin las terminales y los métodos para reconvertir el gas licuado.

A pesar de estas limitaciones, las exportaciones norteamericanas pueden cambiar los cálculos de Moscú con respecto a su política de cortar los suministros a Europa, que es la respuesta rusa a las sanciones occidentales.

Su trascendencia puede ir mucho más allá que las necesidades energéticas europeas y pueden ser comparables al pulso de hace casi medio siglo entre Washington y Moscú, que acabó con la victoria occidental en la Guerra Fría.

Para Estados Unidos, sin embargo, la situación puede ser menos favorable que entonces: por una parte, Rusia ya no es tan relativamente pobre como la URSS, pues lleva más de dos décadas cobrando precios elevados por el petróleo. Además, en aquella Guerra Fría había dos actores, pues Washington no tenía más rival que Moscú. Ahora ha entrado un nuevo elemento, China, que probablemente va a esperar con su proverbial paciencia a ver quién sale victorioso de este nuevo pulso para recoger los despojos del vencido.