“La derecha cree que solo podrá ejercer el poder si antes desarticula la hegemonía cultural de la izquierda”
El profesor Jorge del Palacio Martín sitúa el auge de la ultraderecha en la crisis de 2008, que puso en cuestión la idea de progreso asociada a la globalización
Profesor de Pensamiento Político en la Universidad Rey Juan Carlos, Jorge del Palacio Martín (Gernika, 1981) es especialista de historia, política y cultura de Italia y analiza en esta entrevista el auge de la ultraderecha que a lo largo de este año ha visto que países tan importantes como Italia –de la mano de Meloni– o recientemente en Argentina con Milei, gana cada vez más peso, sin olvidar que en noviembre de 2024 Donald Trump podría volver al Despacho Oval. Para este doctor en Ciencia Política, lo que él denomina como derecha radical “canaliza de manera consciente y voluntaria el voto de la extrema derecha”.
¿A qué se debe el auge de las derechas radicales que se está dando en la última década?
—Estamos viviendo un tiempo de reajuste ideológico que tiene su origen en la gran recesión de 2008. La crisis financiera puso en cuestión la idea de progreso asociada a la globalización. Y las consecuencias económicas y sociales de la crisis contribuyeron a crear el escenario perfecto para la radicalización de la política en Occidente. Es más, el éxito electoral de la izquierda y la derecha radicales en la última década no puede entenderse sin tomar como referencia la crisis financiera iniciada en 2008.
¿Cómo se explica que la crisis de 2008 haya sido el origen de la radicalización de la izquierda y la derecha?
—A partir de la caída del muro de Berlín se impuso la idea del “fin de la Historia” y todas las voces críticas con la globalización liberal carecieron de audiencia. La conversión de la socialdemocracia en Tercera vía y el salto de los conservadores al neoliberalismo son un buen ejemplo de la dirección de las ideologías tras el colapso de la URSS. Sin embargo, la crisis de 2008 volvió a dar credibilidad a las posiciones críticas con la globalización. Y es aquí donde la izquierda y la derecha radicales, que siempre vieron con suspicacia la globalización, entendida como deslocalización de capitales y personas, encuentran un momento propicio para alzar la voz y seducir a los votantes.
¿Qué ofrece la derecha radical que no estuviese en la agenda de los partidos conservadores tradicionales?
—Los partidos radicales articularon un discurso hecho a la medida de los llamados “perdedores de la globalización”. En el caso de la derecha, la globalización era vista como un fenómeno que amenazaba las comunidades nacionales, tanto su soberanía política como su identidad cultural e histórica. Esta es la razón por la cual estas derechas también son llamadas “soberanistas” o “identitarias”. Desde su ideario, la derecha tradicional es vista como una aliada de la globalización y por lo tanto enemiga de las comunidades nacionales porque las entrega a la lógica del mercado. El sociólogo Anthony Giddens decía en los años 90 que la derecha, al hacerse neoliberal y aceptar la globalización, se había vuelto revolucionaria. Digamos que ese es, precisamente, el giro que las derechas radicales pretenden combatir.
¿Pero cómo se explica que estas derechas radicales hayan tenido éxito entre votantes que habitualmente daban su confianza a la izquierda?
—La derecha radical no participa del credo económico neoliberal que promete menos Estado y más mercado. Son derechas con un discurso social muy acentuado y que atribuyen al Estado el papel de instrumento principal para la protección de sus ciudadanos frente a las inclemencias de la globalización. Hablan de Estado de bienestar, pero para los nacionales. Son abanderados de un “chovinismo del bienestar”. Esto ha hecho que una parte de la clase obrera, que no se identifica con la agenda identitaria de los partidos progresistas, o que ve en la mano de obra extranjera una amenaza para su estatus, haya encontrado en las derechas radicales un discurso que habla de seguridad, bienestar y protección de la clase trabajadora en tiempos de crisis.
¿Y cómo encaja el populismo en la definición de esta familia de partidos?
—Todos estos partidos participan del populismo, aunque el populismo no agota la definición de estos partidos. Es importante subrayarlo. Y no me refiero a populismo como sinónimo de demagogia, que puede darse, sino a populismo como discurso que interpreta la política como forma agonística, como enfrentamiento entre pueblo y élite. De aquí que sea tan normal escuchar a Marine Le Pen, Giorgia Meloni, Matteo Salvini o Santiago Abascal hablar de la necesidad de frenar a las “élites globalistas”. Curiosamente, también la izquierda radical hizo suyo el discurso populista. Lo que varía es la forma en la que se define “pueblo” y “élite”, a la que se acusa de secuestrar la democracia o conspirar para terminar con cierta comunidad nacional.
¿La derecha radical es extrema derecha?
—No es fácil responder a la pregunta, porque en la opinión pública los conceptos se confunden y esta confusión es instrumental a la batalla política. En principio la derecha radical acepta las reglas del juego democrático y no participa de la violencia como instrumento de la política. Su radicalismo tiene que ver con su discrepancia de fondo, legítima por otro lado, con valores o elementos de los sistemas políticos en los que compiten. Dicho esto, no cabe duda de que este tipo de partidos movilizan y canalizan de manera consciente y voluntaria el voto de la extrema derecha, del mismo modo que la izquierda radical no ha renunciado a recibir al voto de la extrema izquierda.
¿Por qué la derecha radical otorga tanta importancia a la llamada “batalla cultural”?
—Creo que la preocupación de la derecha radical por la “batalla cultural” tiene su origen en la lectura de Antonio Gramsci, curiosamente el fundador del Partido Comunista Italiano, que hace el mundo intelectual de la Nueva Derecha francesa, y que hoy comparte toda esta familia ideológica. La idea es que la derecha solo podrá ejercer el poder si antes logra desarticular la hegemonía cultural de la izquierda y proponer una alternativa desde la derecha. En este sentido, frente a la derecha conservadora, que siempre se ha sentido a disgusto operando en el terreno de la ideología y la cultura, la derecha radical asume plenamente la política como ejercicio de construcción de hegemonía cultural. Ahora bien, la pregunta es si esta voluntad de hegemonía resulta o no compatible con el pluralismo propio de las sociedades democráticas. Si la respuesta es no, habría que preocuparse.
¿Y qué papel juega el conservadurismo en estos partidos?
—Desde su lógica, la derecha radical asume como propia la tarea de conservación de la comunidad nacional y sus valores ante la desatención de la derecha tradicional, ahora entregada a la defensa de la lógica del mercado. De aquí, por ejemplo, el lema “Dios, patria, familia” que abandera Meloni y que puede aplicarse a casi todos los partidos de la derecha radical, que es un lema fascista, pero que el fascismo tomó, curiosamente, del revolucionario Giuseppe Mazzini. Pero es importante observar que el acento fuertemente conservador de algunos de sus discursos se combina con una puesta en escena radicalmente moderna de la política y que la capacidad de adaptación de estos partidos es notable. Si el Frente Nacional antes era enemigo del laicismo francés, al que consideraba hijo de la revolución, hoy Le Pen lo hace suyo para combatir el multiculturalismo y las manifestaciones religiosas que no sean las cristianas.
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